El 18 de octubre de 1545 tuvo lugar la riada de
San Lucas, llamada así por haber ocurrido en esa festividad y siendo la primera que se denomina con el nombre del
santo del día. Esta riada causó enormes destrozos en aldeas, lugares,
pueblos y ciudades del
valle de
Murcia, incluida la propia capital. Afortunadamente no causó víctimas, por sobrevenir al mediodía y alertar a los huertanos, que pudieron ponerse a salvo, sin embargo los daños en infraestructuras,
casas, arbolado y plantíos fueron enormes, según las crónicas. (...)
Tras la riada, Puxmarín tomó la decisión de no reconstruir sus posesiones en la
Puebla de Soto, sino que tomando los moradores y sirvientes de su parte se trasladó a los terrenos de la antigua alquería de Alfox, junto a la acequia Raya, que era de su propiedad, donde fundó una nueva población, entregando tierras a los nuevos colonos por el antiguo sistema de luísmo y fadiga, para que edificaran sus casas y le fueran censaleros perpetuos a él y a su
familia.
Todas estas condiciones y capitulaciones fueron recogidas en una primera Carta Puebla que se otorgó a finales de 1545 ante el notario de
Alcantarilla Damián Bernard Palomeque, el cual falleció antes de tener protocolizada la escritura, por lo que se redactó una segunda Carta, en febrero de 1548, ante el notario Bartolomé de Borovía, que es el texto que ha trascendido hasta nuestros días. De esta Carta Puebla hay sendas transcripciones publicadas por Guy Lemeunier y Maria Teresa Pérez Picazo y también por Pedro Olivares Galvañ y su esposa Concha Sánchez Meseguer. Puxmarín, al fundar la nueva población, la denomina
La Raya de Santiago, uniendo el nombre de la acequia y el de la Orden
militar a la que pertenece y de la que llegará a ser Comendador en los últimos años de su vida. Podemos decir que, a diferencia de otros muchos lugares, La Raya de Santiago es un
pueblo que se funda sobre una estricta planificación territorial, sobre las directrices del esquema de un plano, de ahí el trazado de sus
calles y
plazas y su singular forma trapezoidal (que es el casco histórico), que es determinado por su ubicación junto al cruce de la acequia Raya, el
Camino Real de
Andalucía y un malecón que manda construir para prevenir los efectos de las riadas, en el lado de poniente.
Son treinta y siete los primeros pobladores que, encabezados por el clérigo Juan de Lillo y procedentes del vecino lugar de la Puebla, conforman la raíz de la nueva sociedad rayera, que iría creciendo gracias a su privilegiada situación junto a un camino principal, en las inmediaciones del
río Segura, con tierras fértiles en las que no falta
agua para el riego y a escasos kilómetros de la capital murciana. En el año 1587 tiene ya un censo de población de 103 vecinos (unas 430 personas).
El advenimiento de la II República, el 14 de abril de 1931, fue recibido en el pueblo con la normalidad que caracterizó este acontecimiento histórico en la inmensa mayoría de pueblos y ciudades. Durante este período se consiguieron algunas mejoras para el vecindario, como un Centro de Atención Médica que las autoridades sanitarias abrieron en nuestro pueblo, en el año 1932. Estaba ubicado en la
calle Mayor y atendía no solo a rayeros, sino a otros muchos vecinos de pueblos cercanos. También cabe destacar la conquista de algunos derechos sociales que pretendían elevar el nivel de vida del pueblo, la escolarización obligatoria, los derechos para los trabajadores, así como la liberalización de algunas
costumbres demasiado obsoletas y retrógradas, pero la aparición de los enfrentamientos ideológicos y políticos, unidos a la incultura de una buena parte de la sociedad, iban a abrir una brecha insalvable entre los españoles que muy pronto iba a tener sus terribles consecuencias.