(Continuación 2)
No se crea por lo antedicho que acostumbrásemos a ponernos como cubas, ya que nuestros raquíticos caudales de estudiantes no permitían semejantes larguezas; a lo sumo, quien más quien menos cogía una ligera cogorza, lógica consecuencia de echar al coleto el vinazo peleón, a palo seco más por falta de medios que de ganas. Con el tiempo y la experiencia comenzamos a distinguir el grano de la paja, y, sin llegar al sibaritismo pues obvio es que solíamos andar a la cuarta pregunta las más de las veces, fuimos escogiendo los bares que servían vino a granel mínimamente decente, quizá traído de Lumpiaque, Cosuenda o Magallón, y abandonando los que servían matarratas que, aun con la bendición de las aguas del padre Duero, eran causa de dolores de cabeza y diarreas a la mañana siguiente. Cuando la provisión de fondos se acrecentaba, ya viniese de algún extra que caía por aprobar el curso –con la ley del mínimo esfuerzo, por supuesto- la visita de los tíos, o el esporádico descargue de algún camión, se acompañaba el chateo con las consabidas banderillas, un taco de bonito en escabeche o una ración de lo que se terciase.
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