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TURON: La agraviada espero a mi hermana al atardecer detras...

Nunca pude soportar que pegaran a una mujer y fue por este recuerdo de mi hermana maltratada y herida debajo del escaño de la cocina. Mi madre jamas la defendia porque decia que los hombres tenian derechos incuestionables y que que mas quisiera ella que tener a su Jacinto vivo a su lado aunque fuera para que la abofeteara de vez en cuando, ademas, tu Julian es un santo que te lleva al cinematografo y te da caprichos, eso decia mi madre. Mi abuelo no decia nada, porque otra vez habia optado por el silencio para protestar contra el mundo y mi abuela iba y venia en un trajin enfermizo recitando refranes y jaculatorias.

Lo cierto es que en aquellos tiempos los amos o los patronos castigaban a los criados o a los obreros con la fusta de los caballos por un quitame de aqui esas pajas, y esos mismos hombres hostigados por los dueños de su futuro pegaban a las mujeres con igual facilidad y con el mismo fundamento con que apaleaban a las mulas, y las mujeres golpeaban a sus hijos con la misma insistencia y naturalidad con la que ahuyentaban a los gatos o les hacian aspavientos a las gallinas, y los niños terminabamos aquella extraña secuencia de la violencia consentida maltratando a los animales, gatos y perros preferentemente, aunque tambien patos, cerdos y conejos, y hasta sapos y murcielagos, a estos ultimos les dabamos de fumar hasta verlos reventar en el aire como si fueran globos de sangre. Tal vez la razon de todos para maltratar fuera la misma, pero no la conocia nadie y a ninguno parecia preocuparnos, tan solo Alipio se atrevia de vez en cuando a hacer alguna extraña reflexion que no lograbamos entender, y decia el que era una pena malgastar tanta violencia en seres tan inocentes. Lo cierto es que mi hermana se fue quedando sorda, y es probable que esto ocurriera a consecuencia de las bofetadas de su marido, aunque mi madre siempre decia que aquella sordera se la habia producido ella misma de tanto apretarse los oidos debajo del escaño, y yo pensaba que aquello mi madre lo decia por decirlo, porque a ella le gustaba usar las palabras como si fueran una herramienta de ataque, y a veces disparaba una palabra tras otra como si en la boca tuviera un fusil.

Poe ejemplo, si mi hermana Lucia un domingo por la tarde se ponia elegante y guapa y se pintaba los labios de rojo para irse con sus amigas a pasear arriba y abajo por el camino del rio, mi madre no le decia, que hermosa eres o que guapa vas, orgullosa de su hija, sino que se ponia a disparar palabras que no se correspondian con sentimientos de madre, los cuales guardaba enterrados muy por debajo del lugar superficial donde nacen las palabras, y le decia que indecencia, que que poca verguenza salir asi a pasear por el pueblo, vestida como una cualquiera, como una actriz de teatro. La abuela si que hablaba de verdad, sin enterrar nada debajo de lo que expresaba, y le decia a la nieta, que guapa erse Lucia, aunque luego remataba con uno de sus susurros inexplicables, una cara hermosa lleva en si secreta recomendacion, siempre lo hacia asi, y el abuelo la miraba, a la abuela, con gesto de indulgencia y apuraba un trago largo de anis de la botella labrada para llenar su silencio, que no era un silencio tranquilo y perfecto porque estaba como ansioso y vacio de toda esperanza.

En aquellos años eran muchos los sucesos que yo no sabia explicar. El caso es que mi madre decia que la sordera de Lucia se la producia ella misma de tanto apretarse los oidos y Lucia decia que total para lo que habia que oir en esta vida, y en parte tenia razon porque a ella lo que de verdad le gustaba era la poesia. Por fin los albañiles terminaron de arreglar la casa que a Julian le quedo en herencia, una vivienda pequeña pero con dos plantas y una galeria diminuta que daba a la fuente, y entonces Julian y mi hermana se fueron a vivir a ella, asi que nunca mas la vi apretarse los oidos debajo del escaño de la cocina, aunque yo sabia que Julian la seguia golpeando cuando volvia cansado y borracho.

Yo iba a menudo a visitarla, al atardecer, y ella me daba siempre una rosquilla de anis o un trozo de chocolate y me enseñaba anuncios de una revista que se llamaba Blanco y Negro y que ella compraba aquellos sabados gratificanres que bajaba a la ciudad, reclamos de asuntos novedosos, como un cepillo para limpiarse la boca despues de las comidas y una pasta para echar en ese misno cepillo que era capaz de matar los germenes en treinta segundos y que se llamaba Kolynos, asi como el cantinero de la estacion, que se llamaba Colino, y me enseño tambien un reclamo con dibujos muy graciosos de un enderezador que se colocaba en la espalda, debajo de la ropa, para respirar bien y caminar derecho, y en esa revista habia muchos reclamos que ofrecian la felicidad en frascos, y tambien habia fotografias de los veraneos de la gente rica, y asuntos de modas y labores, y actualidades teatrales, que por eso sabia ella los nombres de las actrices y de los teatros, y mirar aquellas revistas era como viajar por el mundo soñando, y tambien habia poemas, pero mi hermana decia que eran mediocres y de peor calidad que los que venian en los libros de poesia porque se veia a las claras que estaban escritos por encargo y con precipitacion, y un dia mi hermana pidio por encargo unas Sales Timoladas de Medina de Aragon para sus desarreglos propios como mujer y un frasco de Colonia Añeja que disipaba la pesadez cerebral y entonaba los nervios y otro de Humo de Sandalo para tener los ojos mas grandes y de paso pidio para mi unas pastillas de cafe con leche que sabian a achicoria.

A ella le gustaba mucho mirar aquellas revistas, pero siempre terminaba llorando porque se sentia atada a una vida que no era como las vidas que reflejaban las revista y las tiraba con rabia contra el escaño y su corazon debia de girar entonces a mucha velocidad porque ella recorria la cocina atras y adelante y tambien en circulo gesticulando, como si las imagenes de las revistas se hubieran convertido de pronto en un enjambre de moscas que la estubieran atormentando, y a veces me decia que el aire se le ponia muy dificil para respirar y otras veces que aquella vida mediocre le estaba dejando la conciencia en carne viva.

Un dia, a finales del mes de agosto del año veintisiete, lo recuerdo bien porque fue una semana antes de que yo entrara a trabajar en el palacio azul de los ingenieros belgas, me dijo que era muy desgraciada y que cualquier dia se iba a cortar las venas, mira Nalo que te lo digo en seriio, pero yo no le di mayor importancia pensando que aquella era una forma poetica que tenia ella de mostrar su disgusto y su insatisfaccion por las borracheras y las brutalidades de Julian, un reproche mas contra su vida mediocre, y ademas me lo dijo un lunes, y los lunes eran para ella los peores dias de la semana, porque aun le dolia en el cuerpo la paliza del domingo y, ademas, el primer sabado del mes siguiente le quedaba aun tan lejos como una eternidad.

Mi hermana Lucia se corto las venas esa misma tarde, pero lo hizo delante de mi madre, como para echarselo en cara, con lo cual no tuvo tiempo de desangrarse y lo que si consiguio fue varios golpes en las piernas con el gancho de la cocina.

Mi madre cuando vio correr la sangre no se altero, se limito a sacar del arcon unos paños limpios, la cogio por los pelos, le metio la cabeza entre sus piernas y le ato con fuerza las dos muñecas, pero una vez solucionado el problema de la sangre la empujo contra el aparador y comenzo a atizarle en las piernas con el gancho que siempre teniamos colgado de la barra de laton para poner y quitar las chapas de la cocina.

A mi me dijo Lucia llorando que la proxima vez no iba a cometer la torpeza de suicidarse delante de nadie, pero que lo habia hecho asi para ver la cara que ponia nuestra madre cuando ella se fuera muriendo. Por suerte no tuvo que suicidarse porque Julian, al volver borracho de la cantina de la estacion, se cayo por el barranco de Peñamera, justo el dia mas frio de aquel mes de enero.

Aquella noche mi hermana no estaba en su casa. Lo supe porque despues de cenar fui a llevarle un libro de poemas de los que de vez en cuando robaba para ella en la biblioteca del palacio azul cuando los ingenieros andaban por las minas o las fabricas y el mayordomo Felix y el jardinero Eneka platicaban con la señorita Juli. Como digo, llegue aquel dia con el libro a casa de mi hermana y llame varias vedes y entre, pero no habia nadie.

El fuego estaba agonizando, lo atice porque, como digo, hacia mucho frio aquella noche, y me puse a leer algunos de aquellos poemas mientras esperaba, pero con el calor y aquellas palabras que no entendia me quede dormido. Cuando desperte eran mas de las dos y mi hermana me miraba desde su silla de mimbre.

Tenia los ojos grandes y brillanres como los de las gatas en celo y me dijo que gracias por los poemas y que si queria un poco de pan de maiz, y me lo dijo muy tranquila y muy natural, como si en los caminos no hiciera una noche de perros, me lo dijo como si fuera mediodia y un sol radiante entrara por las ventanas, pero le dije que no, que tenia mucho sueño y que me iba, y entonces ella me ofrecio una copita de marrasquino, pero tambien a eso le dije que no, que no queria nada porque era muy tarde y debia de levantarme temprano para ir al palacio azul de los ingenieros belgas, pero abri la puerta y tome la calleja oscura que bordeaba las fuentes en direccion a mi casa.

Al dia siguiente la señora Elvira me dio en el jardin del palacio la noticia de la muerte de Julian. En aquel momento no supe lo que de verdad habia ocurrido aquella noche, pero tampoco me importo demasiado. A Julian hubo que construirle una caja especial por lo grande que era. Cuando vi a Lucia detras de aquel feretro descomunal me acorde del entierro de mi padre.

Ella llevaba un vestido negro, muy negro, y un pañuelo blanco para las lagrimas, igual que cuando mi padre, pero esta vez no hubo ninguna lagrima.

Cuando el enterrador cubrio la fosa con la ultima palada de tierra, mi hermana dio a todos las gracias por la asistencia y me cogio a mi de la mano y me llevo aparte de todos y me dijo que el libro de poemas que le habia llevado la otra noche era extraordinario, un verdadero prodigio, sobre todo cuando hablaba de la fragilidad de las barandas que separan la vida de la muerte y de la resurreccion de los besos y del llanto de los jardines y de la paz del cielo y de muchas cosas mas que ella me fue describiendo, y me decia todo esto con anhelo, con necesidad en los ojos, como quien tiene hambre y esta describiendo un manjar, y entonces ocurrio alli en el cementerio, cerca de las tumbas, lo que ya otras veces me habia ocurrido junto a ella, que un momento no era solo eso, un momento, un instante en el que ocurre algo concreto, sino muchos momentos a la vez que se confunden y se complican y que te roban toda certeza, hasta la certeza misma de que tu exustes, en medio de todos esos momentos.

La escuchaba alli, en aquel espacio de muerte y en aquel momento tanbien de muerte, y su hambre de poesia, su necesidad de que la vida fuera un poema, era tan aguda como el deseo que yo habia sentido por ella dos años atras cuando me mostro las aberturas de su cuerpo desnudo en el cuarto de la paja, como si todas las cosas, incluida la muerte de Julian, quedaran reducidas instantaneamente a cenizas por la sola presencia de una imagen poetica, y le dije, hermana, calmate, que estamos en medio de las tumbas, que la gente te espera para ofrecerte los pesames, y entonces quedo paralizada y me acerque a tocarla en la cintura y note en los dedos su sangre calida a traves de la gasa negra, una sangre apurada y caliente tirando de ella hacia otro espacio y hacia otro tiempo que no fuera de muerte, y me dijo que de acuerdo, que iria a recibir los pesames, pero que le prometiera que siempre iba a traerle libros tan maravillosos como el de la otra noche, y le dije que si, que claro, que en el palacio azul de los ingenieros habia una muchedumbre de libros como aquel que nadie echaria de menos, y me dijo que me amaba, que me amaba tanto como amaba a su nueva vida y me beso en la boca.

Aquella tarde mi hermana me parecio muy hermosa, tenia esa plenitud que a veces tiene el cielo de septiembre y tenia tambien ademas la pasion del mar brotandole por la piel y todo su cuerpo resonaba como el puente metalico de la fabrica cuando pasaba sobre el la hilera interminable de vagones del carbon.

Cuando llegamos a casa, mi madre la miro con desaprobacion y descaro y le dijo que qué diria la gente, que no habia derramado por su marido ni una sola lagrima, que no habia manifestado la menor muestra de dolor, pero Lucia sonrio y le dijo que desde luego ella no iba a tirarse de los pelos como una posesa ni iba a comerse la tierra de los geranios, lo cual entendio mi madre como un reproche, porque claramente lo era, y entonces las dos gritaron y se insultaron igual que dos mujeres enemigas, como las que yo veia a veces pelear y tirarse de los pelos en el lavadero por un rincon de agua limpia donde aclarar la ropa, hasta que mi abuelo hubo de romper una vez mas su silencio, aunque solo por un momento, y se levanto de la silla labrada, tomo el litro de anis que siempre tenia cerca y lo estampo contra la mesa de marmol a la vez que les gritaba, si no os callais os rajo la garganta con lo que queda de esta botella, y remato su amenaza con una blasfemia, la mas solida y rotunda de todas las que existen contra Dios, y volvio a sentarse en la silla labrada y le dijo a la abuela Angustias que le trejera otro litro de anis de la despensa, y ella fue a por el diciendo que mas apaga la buena palabra que la caldera de agua, y el se acomodo sobre los cojines y una vez mas guardo silencio.

Ni que decir tiene que mi madre se retiro a su habitacion llorando y que mi hermana volvio a su casa, altiva y con paso firme. Ayude a recoger los cristales de la botella a mi abuela Angustias, quien repetia entre sollozos que pelean los toros y mal para las ranas, y tambien dijo mi abuela, una vez mas, aquello de que una cosa son dos cosas, lo cual me dio que pensar, porque era la forma que tenia ella de expresar lo que a mi me ocurria cuando estaba con mi hermana, que un momento eran dos o mas momentos. A los pocos dias Lucia puso en venta todas las pertenencias de Julian, incluidas las herramientas y las mulas y las cuadras y las tierras y los prados y la mata de castaño y la madera ya cortada que esperaba un comprador en los Pontones y hasta la huerta que le tenian arrendada al señor Pascual, el castellano y pinto de color de rosa todos los cuartos de la casa y la fachada la pinto de un color que a mi me parecia el de los endrinos o el de los arandanos, pero que ella decia que era el color de la mandragora, para darle al color tambien algo de poesia, y se compro una nueva mecedora de mimbre y una historia de varios tomos de poesia universal, y, poco a poco se fue quedando sorda.

En el pueblo pensaron que se habia vuelto loca, unos decian que por las palizas que habia recibido de Julian, que mucho ir al cinematografo y al teatro y muchos pasteles de milhojas los primeros sabados de cada mes, pero bien que le zurraba, y otros decian que habia salido al abuelo Cosmen, considerado un hombre lunatico entre la vecindad por sus prolomgados silencios y por otras ocurrencias que a mi aun no me habian sido reveladas, y a Lucia comenzaron a hablarle por señas los de mas confianza o a cerrarle la puerta los mas aprensivos cuando aparecia por la calle de la iglesia o por el camino del puente con su vestido de crespon y encajes con cintas de colores vivos y su sombrilla malva y rosa con orquideas de seda o mariposas de terciopelo.

Entre estos ultimos, los aprensivos o los suspicaces, estaba Regina Romano, la hermana del cura don Belio, quien solicitaba de su hermano la excomunion para aquella sacrilega, que no guardaba el luto de rigor por el marido muerto, pero la edad avanzada y una ceguera ya casi completa hacia tiempo que habian incapacitado al parroco para cualquier gesto externo. Este descontento de doña Regina y otros atufos por el estilo que recorrian el pueblo, del lavadero a la iglesia y de la iglesia al lavadero los supe por doña Elvira, la del palacio, que sabia todo lo que habia que saber sin perderse un detalle.

Doña Regina y sus contemporaneas malmetieron a Ciria, la hermana de Julian, y a poco hay una desgracia en el pueblo y en nuestra familia, porque Ciria intento matar a Lucia, no solo por el asunto del luto que mi hermana no respetaba, lo cual, al fin y al cabo solo era un detalle convencional que con el pretesto de la excentricidad de la viuda podia haberse pasado por alto, sino por lo de la venta de todos los bienes, que Julian no habia dejado hijos, pero Ciria tenia cinco y un marido medio inutil que tosia mucho y escupia contra un pañuelo grande y oscuro porque padecia tuberculosis.

La agraviada espero a mi hermana al atardecer detras del muro que separaba la fuente del lavadero. Llevaba bajo el mandil el cuchillo de coral a los cerdos. Lucia llego de su paseo diario con un sombrero de fieltro negro con ala de paja y golpeando con la sombrilla en los barandales del puente. Ciria salio a su encuentro con el cuchillo en alto y lo que ocurrio despues debio de ser muy desagradable para las dos, porque Ciria tropezo y cayo contra las piedras y se abrio una brecha en la frente.
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
Mi hermana la metio en casa y le mando aviso al practicante, el señor Patricio, porque las heridas no dejaban de sangrar. No diremos nada de lo del cuchillo, le dijo mi hermana a Ciria, pero en los pueblos pequeños ni las ocurrencias ni las palabras ni siquiera los malos pensamientos se pierden sino que flotan y hierven y se propagan de puerta en puerta y como el olor del romero o la reverberacion de los grillos, como el polvo del carbon o el recuerdo de los muertos, y mi hermana perdono a Ciria ... (ver texto completo)