Cuando tenía 13 años, llevaba dentro una vergüenza secreta.
Éramos tan pobres que a menudo iba a la
escuela sin nada para
comer.
En el recreo, mientras mis compañeros sacaban sus manzanas, sus galletas, sus bocadillos,
yo me quedaba sentado, fingiendo no tener hambre.
Hundía mi rostro en un libro para esconder los rugidos de mi estómago vacío.
Por dentro, el dolor era mucho más fuerte de lo que podría describir.
Un día, una chica se dio cuenta. Discretamente, sin llamar la atención, me ofreció
... (ver texto completo)