Hasta hace 400 años era
costumbre en toda esta zona la celebración
nocturna de akelarres brujeriles, en torno a una
hoguera, dónde las
brujas y brujos adoraban al macho cabrío y a Basajaun, el Señor de los Bosques. En estos akelarres que duraban hasta el
amanecer, las brujas y brujos cantaban y danzaban junto a la hoguera y con el fin de comunicarse con los espíritus ingerían varios licores mezclados con ciertos
hongos alucinógenos como la "Amanita muskaria" que hacían que entrasen en un estado de trance alucinógeno profundo en el cuál tenían visiones espirituales. También era muy común y frecuente que en los akelarres se llevasen a cabo numerosas y desenfrenadas orgías sexuales que duraban varias horas y tenían un significado ritual de culto a la fertilidad.
Debido a la ignorancia y a la intolerancia a estas brujas y brujos se les acusaba injustamente entre otras muchas calumnias de provocar
granizadas y sequías que dañaban las cosechas, de originar tempestades en el
mar para que se hundieran los
barcos, de causar enfermedades incurables, infertilidad en las mujeres, muerte de los
ganados y todo un sinfín de falsas y disparatadas acusaciones que provocaron que en el año 1610 fueran conducidos ante un tribunal de la
Inquisición en Logroño que dictó la sentencia en la cuál se les condenaba a muerte. La
mayor parte fueron quemados en la hoguera, aunque también hubo lapidaciones (muerte a pedradas) y las más
diversas, inimaginables, horribles y espantosas torturas tales como la dicotomía en la cuál con un hacha cortaban en pedazos el cuerpo de la víctima, el trucidamiento en el cuál colocaban al reo atado de pies y manos entre dos tablas y lo aserraban vivo, el atenazamiento que consistía en arrancar las carnes del reo con tenazas ardiendo y verter luego en las heridas plomo fundido o azufre derretido, el terrible aplastacabezas un utensilio de hierro bajo el que se colocaba la cabeza, este aparato se hacía descender lentamente hacia la cabeza y cuándo entraba en contacto con ella presionaba de tal modo, y con tanta fuerza que el cráneo quedaba completamente aplastado y destrozado, el rostro se desfiguraba por
completo y los ojos se salían de sus órbitas; también se aplicó la tortura del
potro en la que sujetaban al condenado por piernas y brazos a cuatro
caballos los cuáles tiraban después cada uno por su lado provocando un fuerte estiramiento del cuerpo de la víctima que hacía que sus huesos y articulaciones se dislocasen totalmente provocando una horrible agonía que se prolongaba durante varios días con dolores intensísimos y absolutamente insoportables, o también la tortura de los borceguíes que consistía en introducir los pies del condenado en una especie de borceguíes o botines de hierro y mediante la presión y la introducción de cuñas, triturarle los huesos.
Todas estas horribles sentencias del año 1610 provocaron que a partir de dicho año, todas las
costumbres y ritos brujeriles fueran desapareciendo paulatinamente, aunque muchas supersticiones y creencias ancestrales siguieron perviviendo hasta bien entrado el
siglo XX y en la actualidad subsisten en la memoria colectiva y en el subconsciente de las nobles gentes de esta noble tierra euskaldun.