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Mensajes enviados por José Mel Z..L.:

La viuda sonrió y la besó en la mejilla.
-Gracias, Dulce.
-Te daré un pure de algas y un trozo de jabón supremo Flores deL Campo, para que te laves con él cada rincón del cuerpo.
Pensaba Dulce Nombre que aquella mujer habría pasado, sin duda, por momentos difíciles. Su frente era transparente como un cristal tras el cual ya no corría la sangre, sino la niebla. Sus manos gesticulaban torpemente desperdigando arrugas por toda la sala. Llevaba un vestido de holandeta, obscuro, y un escapulario de la Virgen de Miravalles colgado al cuello.
-Si, lo sé.
-Pues a mi Laureano, cuando hay alguna boda en el pueblo, se le despiertan los sentimientos y se acuerda de nuestra luna de miel, en una pensión de El Valle, y le da por desatarme la ropa y revivir el momento. Por eso yo venía, presintiendo lo que se avecina, a ver si tuvieras algún perfume propicio, de esos que te mendan de Madrid.
-Si, lo sé.
-Sabrás que se casa la hija dee Prásedes con Juan Damasceno.
-Mujer, eso es que te quiere.
-Laureano es bueno y comprende mis desarreglos, pero a mí me remuerde la conciencia.
Dulce Nombre no sabía que Laureano Bayón le ponia los cuernos a Constantina con la afable María Gloria, madre de los mellizos. Tampoco Constantina lo sabía y se afanaba en vano por contener a su marido quien nunca protestaba ante tanta inconveniencia. (Nosotros sí lo sabemos, pero eso no tiene demasiado mérito)
Dulce Nombre pasó a Constantina a la sala y le puso una copita de jerez quina sonre la mesa y unas pastas de borona, hechas por Plácida Iglesias.
-Sí, eso ya me lo sé, pero no me atrevo con ello, porque dicen también que malogran los engendros y ya sabes que a pesar de que se me va pasando la edad aún tengo alguna esperanza.
-Lo que tienes que hacer, Constantina, es comer en abundancia, y buenas cosas, que tú puedes, y así no se te extraviaría tanto la mirada. Dice María Perpetua, la partera, que son buenas las infusiones de hojas y las sumidades floridas de la artemisa, recogidas en cuestas de ripio, machacadas con piedra de amolar y tomadas en ayunas.
-Tú estás siempre leyendo historias y seguro que conoces la mejor manera de colocar la mirada para que Laureano se encienda y no ande vagando por la casa, con la garlopa en la mano, como alma en pena.
A Constantina del Pino (mujer oficial del carpintero Laureano Bayón) le gustaba visitar, de vez en cuando, a la viuda de su primo Lázaro (que en paz descanse). Suponía la macilenta mujer, por una extraña combinación de pensamientos, que Dulce Nombre de María sabía mucho de las dulzuras del amor y de cómo arreglar los gestos para ganar la atención de los hombres.
Constantina del Pino tenía los huesos más indiscretos de Peñafonte. Un extraño mal le iba consumiendo, poco a poco, el cuerpo y el alma, y su mirada se le iba tornando melancólica y penetrante a medida que la piel perdía color.
Abrió el portón y el rostro demacrado de Constantina del Pino le dedico una sonrisa amarilla a la que ella respondió con sobresalto.
Podria ser Juan (pero él nunca entraba por la puerta), o el viejo Tomás, quien a veces traía compotas de manzana o de ciruela, o Alarico, con algún recado de Maura. Quizá sólo fuera el viento que a menudo jugaba con su soledad.
Sonó entonces la campanilla del portón y se fue a abrirlo.
-Más quisiera ser estrella que raiz de roble.
La viuda Dulce recordaba cada momento de aquella última noche con Juan meciéndose bajo el tilo. Las estrellas andaban errantes fecundando la noche de mistico aliento.
Juan Damasceno, hijo adoptivo del bondadoso Frutos Carralón y de la afable Úrsula Antayo (que dormía siempre con los ojos abiertos, nadie sabia el porqué), salió aquella noche del patio de Dulce Nombre de María con la tristeza en los huesos. Ni siquiera advirtió que la lluvia caía sobre él sin ninguna misericordia. Tomó, como siempre, el camino de la fuente en busca de los chorros de agua fresca.
-Bueno, aprendí algo, pero es demasiado lejano, demasiado rígido pàra ti.
-Nunca me hablaste en latín.
Lo peor es cuando has terminado un capitulo y la maquina de escribir no aplaude.

ORSON WELLES.
Las maquinas me sorprenden con mucha frecuencia.

ALAN TURING.
Siente, no seas una maquina de pensar.

ENRQUE MIRET MAGDALENA.
Hasta hoy las maquinas no han abreviado una hora de trabajo de un solo ser humano.

JOHN STUART MILL.
Mi intencion es demostrar que la maquina celestial no es como un ser divino, sino como un reloj.

JOHANNES KEPLER.
Puede llegar el dia en que la intelegencia humana sea definida como aquello no factible por las maquinas.

HERNAN KAHN.
Lo que conduce y arrastra al mundo no son las maquinas sino las ideas.

VICTOR HUGO.
Mi psicoanalista es mi maquina de escribir.

ERNEST HEMINGWAY.
La justicia es una maquina que se mueve por si misma, en cuanto que se la acciona una vez.

JOHN GALSWORTHY.
Los que se revolvieron contra las primeras invasiones de la maquinaria industrial tenian razon: no quiza en pensar que se reduciria el numero de trabajadores, pero si en que se reduciria el de dueños.

GILBERT K. CHESTERTON.
Las maquinas evolucionan y se reproducen a velocidad prodigiosa. Si no les declaramos la guerra a muerte sera demasiado tarde para resistirse a su dominio.

SAMUEL BUTLER.
Vive como si no fueras a morir nunca, actua como si fueras a morir mañana.

LIN YUTANG.
Tienes que tener un sueño, asi por la mañana podras levantarte.

BILLY WILDER.
Creeme, no es prudente decir "vivire". Es demasiado tarde: vive hoy.

SOCRATES.
Mañana es solo un advervio de tiempo.

JOAN MANUEL SERRAT.
Despues de todo, mañana es otro dia.

MARGARET MITCHEL.
Aprovecha el dia, fiate del mañana lo menos posible.

HORACIO.
La mañana y la noche vienen otra vez, vienen siempre de nuevo mientras que tu jamas.

HERMANN HESSE.
Desgraciado el que duerme en el mañana.

HESIODO.
Hay dulzura infantil en la mañana quieta.

FEDERICO GARCIA LORCA.
Un hoy vale por dos mañanas.

BENJAMIN FRANKLIN.
Los proximos cien años seran un periodo de transicion entre la actual tecnologia del metal y el silicio y la tecnologia del mañana de enzimas y neuronas.

FREEMAN J. DYSON.
Toda mañana es la pizarra donde te invento y te dibujo.

JULIO CORTAZAR.
-Y tú la mina. ¿No has pensado nunca en dejar ese trabajo? Tú sabes hacer otras muchas cosas.
-Tienes el, mar en los ojos.
- ¡Cállate, por favor!