En una escritura de Turgicio, Abad de
Valladolid, fechada en esta ciudad en 1253, es decir, en tiempos de Enrique I, se habla del lugar de Ranero, conocido en muchas leguas a la redonda por la gran cantidad de ranas que allí se criaban.
Este Renedo se apellida Esqueva y lleva con orgullo la
señal de sus
aguas, a pesar de la mala fama que siempre tuvieron. Decía Pinheiro da Veiga que "la Esgueva" cuando llega a la capital es "sucia, hedionda, avengonzada y cloaca". Y Góngora escribió un soneto que comienza con eso de: " ¡Oh, qué malquisto con Esgueva quedo!".
Sin embargo, aguas arriba, la Esgueva es vida. Todo el
Valle se enriquece con sus pastos: en la zona se cría abundante
ganado lanar y, aunque las ranas ya no cantan, los cerros El Tejar, El Pico de Uris, La Cuesta
San Torcaz, guardan buena memoria de sus gritos.
Y, además, Renedo crece, la gente de la ciudad prolonga sus
calles con los chalés de
verano y, un día, quizá no muy lejano, Valladolid y la villa deberán darse la mano por encima de los apenas ocho kilómetros que las separan.
Los Católicos Reyes concedieron a la villa el honor de su
escudo. Por la misma remota época, Fernando, el real y católico consorte de doña Isabel y su yerno, el príncipe Felipe el Hermoso, se entrevistaron en este mismo lugar el año de gracia de 1506.