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SORIA: El padre Diego Laínez (nacido en una noble familia...

El eco de Numancia

La ciudad de Soria tiene el privilegio de contar con una antecesora como Numancia, que ha sido capaz de inspirar poesía a lo largo de más de 2000 años. Se hallan sus ruinas en el término municipal de Garray, a sólo 7 kilómetros de esta capital. Es fácil comprenderlo, sin embargo, porque pocos nombres hay en el mundo hispánico de más amplia proyección universal a lo largo del tiempo que el de Numancia. Si la resistencia heroica de la ciudad celtíbera significa uno de los hechos más asombrosos de la Historia, es en la muerte misma de sus habitantes (que prefieren quemar la ciudad y suicidarse antes que caer en manos de Roma) donde hay que admirar la honda grandeza de esa gesta gloriosa, gesto dignísimo de altiva independencia y de amor insobornable a la libertad.
Tan intensa y profunda fue la impresión ejercida en la Roma dominadora por el heroico comportamiento de los valientes defensores de Numancia que, tiempo después de tal hecho sin precendentes, los más altos poetas clásicos recordarán con asombro y respeto a la urbe celtíbera. Horacio, en las Odas, pide a Mecenas que no pretenda acompasar los suaves sonidos de su lira a las largas guerras de "la feroz Numancia". Ovidio, en Los Fastos, se refiere al valor indomable de la heroica ciudad. Juvenal, en las Sátiras, exclama:

" ¡A qué las imágenes de tanto guerrero,
si juegas a los dardos toda la noche ante los numantinos!"

Y Propercio, en las Elegías, alude con admiración a los "renombrados" numantinos.
Entre los prosistas, cabe recordar las palabras de Séneca en el Libro de los Diálogos:

" ¿Qué decir del segundo Escipión? ¿No es cierto que el bloqueo de Numancia fue largo y penoso, y que sobrellevó serenamente este dolor suyo y del Estado en emplear en la conquista de Numancia más tiempo que en la de Cartago? Al circundar y encerrar al enemigo, ¿no le obligó a perecer por su propia espada?"

Y en una de sus Cartas a Lucilio, se pregunta el filósofo hispano-romano:

" ¿Qué, no crees tú igual la virtud de quien ataca duramente las fortalezas enemigas y las de aquel otro que, con resistencia increíble, sostiene el asedio? Grande es Escipión sitiando a Numancia y estrechándola y obligando a sus defensores invencibles a volver sus manos contra su propia vida; grande también el alma de aquellos sitiados que saben que no hay nada cerrado para el hombre, que tiene libre el paso de la muerte y que expira en los brazos de la libertad".

Pero aún son más expresivas (e incluso desgarradoras) estas palabras del Satiricón de Petronio:

"Al ser tomada Numancia por Escipión se hallaron madres que llevaban en el regazo los cuerpos de sus hijos medio comidos..."

Mas, al paso de los siglos, el nombre de Numancia no se olvida. Y como tema poético, reaparece a comienzos del siglo XVI en algunos romances de la literatura española, pasando a fines de esa misma centuria al teatro. Miguel de Cervantes recoge el tema numantino hacia 1581, en el momento de su iniciación teatral: su Numancia es, ante todo, una acertada fusión de lo épico y lo trágico, en lo cual reside precisamente su grandeza.
Durante el siglo XVII el tema prolifera en el largo poema La Numantina, de Francisco Mosquera de Barnuevo; en un romance y un soneto, debidos al parecer a Pinel y Monroy; así como en una estimable comedia: Numancia cercada, atribuida a Rojas Zorrilla.
En el siglo XVIII se suceden un soneto de un tal Juan de la Cruz (nada que ver con el santo y poeta homónimo); una mala comedia de López de Sedano; y la tragedia de Ignacio López de Ayala, Numancia destruida, cuyo éxito renueva el interés por el tema y contribuye a que se haga la primera edición (1784) de La Numancia cervantina, obra aún no publicada y que será reimpresa muchas veces desde entonces, llega a ser traducida a otras lenguas y llega a representarse durante el asedio francés a Zaragoza (1809), para que sus versos vibrantes robustezcan el valor de los aguerridos defensores. Otro tanto sucedía por aquellos años en la Alemania invadida también por los franceses: entre 1810 y 1813 se escribieron en lengua germana tres dramas sobre Numancia, y se hicieron dos versiones de la tragedia cervantina, lo cual mereció los más cálidos elogios de grandes literatos como Goethe

En 1818, Antonio Saviñón refunde la tragedia de López de Ayala, y en el teatro o en la poesía contribuyen con nuevas aportaciones al tema Antonio Pérez-Rioja, Conrado Muiños o Bono y Serrano, entre otros.
Ya en el siglo XX, en plena Guerra Civil se representa La Numancia de Cervantes en el madrileño Teatro Español (diciembre de 1937), en una "versión actualizada" hecha por Rafael Alberti. Esta versión (con la denominación de "modernizada") se representará poco después en Montevideo por la compañía de la célebre actriz Margarita Xirgu. Y en ese mismo año de 1937 se había ofrecido en París una adaptación francesa de esta obra, perpetrada por el actor y director Jean-Louis Barrault.
Terminada la Guerra Civil, se representarían al aire libre una adaptación realizada por el profesor Sánchez Castañer (en el teatro romano de Sagunto) y una versión de Nicolás González Ruiz (en Alcalá de Henares). Luego, con motivo del XXI Centenario de la gesta celtíbera, tuvo lugar en la temporada 1966-1967 una representación en el Teatro Español, tan "actualizada" que los romanos aparecían en escena con cascos y uniformes nazis. El poeta y profesor Jose María Valderde escribió en 1954 una tragedia numantina ahistórica, en la que tanto numantinos como romanos aparecían caracterizados y armados a la moderna.
Y son varios, también, los poetas de nuestro tiempo que cantan o evocan a Numancia: de entre todos ellos, cabe elegir a Gerardo Diego. Este ilustre montañés es el autor del soneto Revelación, una de las más inspiradas composiciones literarias que jamás haya inspirado la heroica ciudad:

Era en Numancia, al tiempo que declina
la tarde del agosto augusto y lento,
Numancia del silencio y de la ruina,
alma de libertad, trono del viento.

La luz se hacía por momentos mina
de transparencia y desvanecimiento,
diafanidad de ausencia vespertina,
esperanza, esperanza del portento.

Súbito ¿dónde? un pájaro sin lira,
sin rama, sin atril, canta, del ira,
flota en la cima de su fiebre aguda.

Vivo latir de Dios nos goteaba,
risa y charla de Dios, libre y desnuda.
Y el pájaro, sabiéndolo, cantaba...

Soria en la literatura

Esa predestinación a ser cantada o evocada, que le viene a Soria (como hemos dicho) desde su antecesora, la brava Numancia, no podía comenzar más adecuadamente que el Poema del Cid. En efecto, la adscripción a las tierras sorianas de este primer "monumento" de la literatura castellana no lo es tan sólo en una parte de su geografía, sino en su posible atribución a un autor (o autores) de Soria. Don Ramón Menéndez Pidal (en sus primeras investigaciones) pensó en un sólo autor, un anónimo juglar de Medinaceli, que debió escribirlo hacia 1140, llegando a nuestros día en copia única, hecha en 1307 por Per Abbat; ya en 1961, el insigne maestro rectifica y cree que fueron dos sus autores: uno, de San Esteban de Gormaz, bastante antiguo y que poetizaba acerca de la realidad histórica; y otro de Medinaceli, más tardío y extraño a los hechos y que por eso mismo poetizaba con más libertad...
En 1906, el agustino y poeta soriano Conrado Muiños había defendido la autoría soriana del Poema, que él creía de Per Abbat, tesis que desarrollaría documentalmente en 1971 el profesor Timoteo Riaño. Para este estudioso, el tal Per Abbat (clérigo de Fresno de Caracena hacia 1220) escribió el Poema en 1207, con lo cual se retrasa en más de medio siglo su fecha, pero se afirma con precisión la sorianidad de su autor.
Si el eje de la geografía cidiana es el valle del Arbujuelo, al pie de la acrópolis de Medinaceli, su mayor precisión topográfica se halla en las referencias a Alcubilla del Marqués, Navapalos y San Esteban de Gormaz:

"a diestro dexan a Sant Esteban, mas cada aluon
entrados son los infantes al robledo de Corpes"

Lugar éste (donde tuvo lugar la célebre afrenta) que los estudiosos identifican con Castillejo de Robledo, villa eximida situada en Tierras del Burgo.
Otros dos poemas épicos medievales tocan también la geografía soriana: el de Los Infantes de Lara, que se desarrolla desde Salas de Los Infantes (Burgos) hasta la vega del río Ebrillos, el campo de Almenar y el valle del Araviana (lugar de la famosa batalla) y que se extiende a Omeñaca y la sierra del Almuerzo; y el de Fernán González, cuya topografía (el alfoz de Lara) roza las tierras altas sorianas del Noroeste. Tanto la geografía cidiana como la de los infantes de Lara pasarán por igual al Romancero y al teatro.

Por otra parte, el primer poeta castellano de nombre conocido, Gonzalo de Berceo, aludirá a Medinaceli y a otras localidades sorianas (como Olmillos y San Felices) en sus Vidas de Santos.
Pero todavía cabe añadir más. La toponimia soriana aparece en cuatro obras famosas del siglo XIV: el Libro de la Montería, de Alfonso XI; el de la Caza, del infante Don Juan Manuel; el de Cetrería, del Canciller Ayala; y el Libro de Buen Amor, del Arcipreste de Hita, uno de cuyos versos (el 1022) habla de la importancia ganadera de esta tierra:

"Rehalas de Castilla, con pastores de Soria..."

Ya en el siglo XV, hacia 1428, el marqués de Santillana es capitán-frontero en Ágreda, lo que le permite escribir sus dos Serranillas del Moncayo, en las cuales alude a Vozmediano y a Beratón:

"Ya se pasaba el verano
encima de Boxmediano
ví serrana sin argayo
andar al pie del otero."

****************

"En toda su montana,
de Trasmoz a Veratón,
non ví tan grata serrana."

Personalidades ilustres en Soria

En el siglo XVI, Ignacio de Loyola visita al teólogo soriano Diego Lainez (1535) en su casa-solar de Almazán. Y por la ciudad de Soria, a causa de circunstancias muy diversas, pasarán famosos escritores como fray Antonio de Guevara (prior, entre 1518-1520, del convento de San Francisco); fray Luis de León, que fue lector del ya extinguido convento de San Agustín durante los seis primeros meses de 1556; y Santa Teresa de Jesús, quien, para llevar a cabo la fundación del Convento Carmelitano de Soria (al parecer, la penúltima de las realizadas por ella) permaneció en la capital entre el 29 de mayo y el 2 de junio de 1581.
En el siglo XVII (la primera vez, en 1608) viene a Soria (al parecer, en un discreto y disimulado destierro) fray Gabriel Téllez, el gran "Tirso de Molina", siendo luego comendador del Convento de la Merced (1646). Fallecería en 1648, siendo enterrado en Almazán.

Visitantes extranjeros

En el siglo XV tenemos ya las dos primeras referencias escritas de algunos puntos de la actual provincia de Soria a través de visitantes extranjeros: la una, relativa a Medinaceli, del aristócrata bohermio León Rosmithal de Blatna; la otra, sobre la misma villa y Arcos de Jalón, por el alemán Jerónimo Münzer (Viaje por España y Portugal, 1494-95).
No faltan en el siglo XVI otros ilustres extranjeros que también dejan referencias escritas, como el embajador y humanista veneciano Andrea Navagero; el ayuda de cámara del emperador Carlos V, Laurent Vital; el también servidor de aquél y luego de su hijo Felipe II, Juan de Vandenesse; el eclesiástico y erudito portugués Gaspar Barreiros; o el notario apostólico y archero de la Guardia de Felipe II, Enrique Cock.
En el siglo XVII se acrecienta la nómina de visitantes foráneos por tierras de Soria que dejan asimismo reseñas escritas, siendo franceses todos ellos: el consejero regio Joly; el caballero Brunel; François Bertaut, señor de Fréauville; el señor de Arcelle; Jouvin, que en El viajero en Europa (1672) se ocupa de Medinaceli; y madame d´Aulnoy, quien en su famosa Relación del viaje de España (1679) alude a la ciudad de Soria, el punto menos frecuentado de toda la provincia por los viajeros de la época.
En la segunda mitad del siglo XVIII, el conde de Saint-Simon y el aventurero Casanova, atraidos por la fama póstuma de Sor María de Ágreda, visitaron su convento concepcionista. Pueden citarse, además, otros extranjeros como el italiano Norberto Caino y los franceses Guillaume Maunier, Jean François Peyron o el barón de Bourgoing.

Escritores sorianos

Predominan en las letras sorianas los teólogos, los humanistas y los eruditos o historiadores, e incluso tenemos una gran escritora mística como Sor María de Ágreda o un filósofo como Julián Sanz del Río. Escasean, en cambio, los poetas y autores dramáticos. Hasta nuestros días, apenas se puede contar con algún narrador o novelista. Podríamos decir que los hombres de letras de Soria son mucho más propicios a lo especulativo que a la creación literaria...

Siglo XV

En esta centuria aparecen ya los primeros escritores sorianos, si no todos de nacimiento (como el judío Abraham de Soria), sí de larga residencia, como el también judío y notable teólogo José Albo, autor del muy popular Libro de la doctrina judía. Teólogos de altura fueron también Juan Martínez de Almazán y Pedro Martínez de Osma. Éste último fue amigo y maestro de Nebrija, impartiendo sus clases en las aulas salmantinas. Teólogo de acentuada modernidad y extraordinario ingenio, Martínez de Osma fue acusado de herejía por la Inquisición, viéndose obligado a retractarse públicamente de sus "errores". Menéndez Pelayo afirma que fue el "primer protestante español" y un "verdadero precursor de la Reforma", llegando a relacionarle con husitas y wiclefitas.
Merece mencionarse también el nombre de Alfonso de Palencia (nacido en Osma en 1423), traductor de una parte de las Vidas Paralelas de Plutarco.

Siglo XVI

El XVI es un siglo pletórico en escritores sorianos. Pueden destacarse, en primer lugar, los teólogos Pedro Núñez de Osma (autor de la Suma del virtuoso deseo) y Antonio de Oncala, buen gramático y fecundo escritor religioso, muy elogiado por Santa Teresa. Figura muy significativa es la de Hernán López de Yanguas, buen humanista y autor dramático (Diálogo del mosquito, Égloga de la Natividad, Farsa Sacramental); y si no el iniciador del auto sacramental (como creía Cotarelo) sí un hito importantísimo en su desarrollo posterior.
La obra del notable humanista Pedro de Rúa (fallecido en 1556) se relaciona con el antes citado fray Antonio de Guevara (por las Cartas Censorias, que le dirigió, saliendo al paso de ciertos juicios negativos de aquel sobre Soria) y con Alvar Gómez de Castro, por la correspondencia que éste mantuvo con Rúa. Asimismo, tuvo amistad con Ambrosio de Morales, y según Menéndez Pelayo, "fue uno de los mejores humanistas de la época".

El padre Diego Laínez (nacido en una noble familia de Almazán, en 1512) estudió en Soria (tal vez junto a Rúa) y luego en Sigüenza, Alcalá de Henares (donde se doctoró en Filosofía) y en París, donde aprenderá Teología. Allí (con Ignacio de Loyola, Salmerón, Bobadilla y Francisco Javier) se acordó la fundación de la Compañía de Jesús. Laínez sólo tenía 21 años. En 1535, acompañado por Íñigo de Loyola, pasará por Almazán para visitar a sus padres y ya no regresará a Castilla, convirtiéndose en la gran figura del Concilio de Trento y siendo sucesor de San Ignacio al frente de los jesuitas. No publicó ningún libro, ni siquiera redactó de manera definitiva sus discursos y sermones. Diríase que fue un gran "escritor hablado", a la manera de fray Luis de Granada.
El mismo año en que vino al mundo el padre Laínez (1512), nació en otra villa soriana, Gómara, el historiador Francisco López de Gómara, a quien por mucho tiempo se creyó sevillano. También discípulo de Rúa, pasó años difíciles en Roma y Amberes, lo que le movió a volver a su villa natal, donde falleció. Autor de una documentada Crónica de los Barbarrojas, su obra más famosa es la Historia General de las Indias (1552), que se divide en dos partes: la primera, una original visión de conjunto; la segunda (en torno a la conquista de México) es más extensa. Lo curioso es que López de Gómara no es un testigo presencial. Es, por el contrario, un excelente cronista de gabinete. Esto no impidió que su obra se tradujera a varios idiomas (italiano, francés, inglés, etc) y que sus diversas ediciones alcanzaran gran éxito en Europa. Como cronista oficial de aquellos tiempos escribió su última obra, todavía inédita: los Anales del Emperador Carlos V.
Mencionemos también a Juan López de Velasco (natural de Vinuesa) que fue secretario y cosmógrafo de Felipe II, así como cronista de Indias, filólogo y literato. Llevó a cabo dos ediciones expurgadas: primero, de la Propalladia de Torres Naharro, y luego, del Lazarillo de Tormes; también editó las Obras de Cristóbal de Castillejo. En 1574 dedicó al monarca su Geografía de Indias, no editada hasta 1894. En 1582 publicó en Burgos un tratado de Ortografía y Prosodia Castellana. Debió trabajar, además, en las Relaciones de los pueblos de España que encargó Felipe II.

Merecen una referencia especial dos notables musicólogos: el bachiller Martín de Tapia, autor del Vergel de Música espiritual, especulativa y activa (1570), de inspiración religiosa, que ocupa un lugar muy destacado en la bibliografía musical española del siglo XVI; y el también tratadista Francisco Soto de Langa, que pasó gran parte de su vida en Roma, a donde llegó tras haber publicado numerosos libros y haber sido director de la Capilla Real española.
Aún cabe recordar, entre los escritores sorianos del siglo XVI, a Juan de la Plaza; a Juan Ramírez de Lucena, abad de Covarrubias y "hombre de muchas letras"; al canónigo y arcediano de la catedral palentina don Antonio de Fuenmayor y Pimentel, cuyo nombre figura en el Catálogo de Autoridades de la Real Academia Española por la pureza estilística de su obra Vida y hechos de Pío V (1595); y, en fin, al médico Francisco Garay, muy relevante entre los poetas de la segunda mitad del XVI, que firmaba como "Fabio el del Duero, morador de Henares".

Siglo XVII

En esta centuria, son dos figuras quienes llenan el panorama de las Letras sorianas: la mística sor María de Jesús de Ágreda y el autor dramático-lírico Agustín de Salazar y Torres.
Abre y cierra casi enteramente este siglo la figura de sor María de Jesús de ágreda, de proyección ya universal. Su vida es singular. Nació (bajo el nombre de María Coronel) en Ágreda, un 2 de abril de 1602. A impulsos de la madre, los Coronel transforman en convento su casa solariega. Para ello, el padre y los dos hijos varones se retiran como monjes en el convento franciscano de Nalda. La madre (doña Catalina de Arana) y las dos hijas (María y Francisca) ingresan en su propia casa, hacia 1618; pronto, sor María es elegida priora, y en 1631, abadesa. Tiene fama de milagrera. En sus éxtasis místicos cree predicar a los indios xumanas de México, lo que los teólogos han denominado el fenómeno de la "bilocación", pues nunca se movió de su casa-convento. El Rey Felipe IV, cuando viaja en 1643 de Zaragoza a la Corte madrileña, decide parar en Ágreda y visitar a la mística. La impresión recibida por el monarca es tal que volverá otras dos veces, manteniendo con la monja una insólita correspondencia a lo largo de 22 años, siendo ella su más leal confidente y aconsejándole en asuntos de Estado. En estas misivas, sor María se muestra como una excelente escritora moralista, de honda preocupación social.
Sor María elaboró un libro sobre la vida de la Virgen y el plan divino para la salvación de almas, que fue titulado: "Mistica Ciudad de Dios, Milagro de su Omnipotencia y abismo de la Gracia.-Historia divina y vida de la virgen Madre de Dios, Madre y Señora nuestra, María santisima, Restauradora de la culpa de Eva y mediadora de la gracia.-Dictada y manifestada en estos últimos siglos por la misma señora a su esclava sor María de Jesús, Abadesa indigna de este convento de la Inmaculada Concepción de la villa de Agreda. Para nueva luz del mundo, alegría de la Iglesia católica y confianza de los mortales." Este tratado, que podemos considerar su obra capital, fue dos veces redactado: la primera, entre 1636 y 1643; la segunda, entre 1655 y 1660; siendo quemada (al parecer) la redacción inicial. La Mistica Ciudad de Dios pudo ser publicada póstumamente, llegando a ser inmensamente popular en su tiempo y alcanzado más de 300 ediciones en diversas lenguas. Es una obra de gran originalidad (dividida en 8 tomos y con una extensión de 2676 páginas) que mezcla lo teológico y lo literario, lo devoto y lo novelesco, la historia bíblica y la fantasía misticista, con ese recargamiento propio de la época barroca. No es de extrañar que la mística de Ágreda haya sido llamada "la Santa Teresa del Barroco"...
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
La otra figua literaria soriana del siglo XVII es el poeta Agustín de Salazar y Torres, natural de Almazán. Vivió desde niño en México, donde estudió en el Colegio de la Compañía de Jesús, hasta que se instaló en Madrid (1660), junto al séquito del duque de Alburquerque. Se dedicó desde entonces al cultivo de la poesía y del teatro, adquiriendo gran renombre, sobre todo por sus comedias. Seguidor (al principio) del gongorismo, se orientó después hacia el estilo y la gramática de Calderón, a cuya ... (ver texto completo)