El oficio de labrador ha sido siempre muy duro. Sigue siéndolo ahora mismo; pero no hay comparación. Solamente hay que acercarse a los pueblos, al nuestro por ejemplo y escuchar a los pocos viejos que quedan. El labrador ha regado durante muchos siglos cada palmo de suelo, con las gotas de su sudor. Es fácil adivinar cuantas lágrimas, privaciones y miserias han costado a nuestras familias que vivían del exiguo rendimiento de estas tierras fuertes, exigentes, con una naturaleza sorprendente y extremada; las peligrosas heladas, los pedriscos, la sequía, la lluvia pertinaz a destiempo, muchas veces. Pero la lucha no solo estaba en el campo y en el cielo sino en lo más profundo del corazón que se resentía, se debatía entre la fe y la desdicha, la penuria y la debilitada esperanza. ¿Estaremos de nuevo ante este dilema, con el panorama que pinta a nuestros jóvenes agricultores...?
Un abrazo.
Un abrazo.