Érase una vez un hombre muy anciano, al que los ojos se le abían vuelto turbios
los oídos sordos y las rodillas temblorosas. Vivía con la
familia de su único
hijo. A la hora de
comer, siempre derramaba algo decomida en la mesa, ya
que casi no podía sostener la cuchara. Su hijo y su nuera no soportaban esta
situación y le pusieron fuera de la mesa, detrás de la estufa.
Un día, cuando estaban comiendo, el nieto pequeño, de cuatro años, dejó unas ta-
blitas en el suelo, cerca de la estufa.
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