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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA: ......

MARAVILLOSA ROMA.

Era un amanecer del día 24 de agosto, año 79 de la Era cristiana, cuando ningún habitante de la pequeña ciudad podría presentir que la cálida y luminosa mañana de verano, trería consigo la desolación y la muerte. Se trataba de la ciudad de Herculano.
En la bahía de Nápoles reinaba una calma vidriosa y azul. Las faldas del monte llamado Vesubio lucían el verdor de viñedos y olivares. Ni una sola nube oscurecía el cielo...

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Ciertamente, desde hacía algunos días, se venían sintiendo en la comarca ligeros temblores de tierra. La población de Pompeya, a once kilómetros de distancia sobre otro de los flancos del Vesubio, había experimentado estas sacudidas, y otro tanto había ocurrido probablemente en la gran ciudad de Nápoles, situada al extremo más lejano del monte, sobre la bahía...

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Aquellos temblores eran corrientes, y en ocasiones asumían violentas características, pero ni el más anciano de los moradores de la región recordaba haber visto jamás la más leve humareda sobre el boscoso cono de la montaña...

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Aquella mañana, Herculano amaneció alegre y bulliciosa. Eran las fiestas en honor del emperador Augusto, que había muerto hacía ya tiempo. Se celebraban toda clase de competiciones atléticas y se representaba un ciclo completo de representaciones teatrales...

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Así como ocurre actualmente en los pueblos donde se celebra el día del Patrón o la Patrona, que por regla general están todos los comecios cerrados, en Herculano la Basílica permanecía cerrada ya que los tribunales permanecían clausurados durante esos días...

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En cambio, el Foro se hallaba atestado de gentes, en su mayor parte veraneantes y campesinos deseosos de ver los festejos...

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Las grandes damas paseaban reclinadas sobre literas llevadas por esclavos, o deambulaban a pie, bajo la protectora sombra de verdes parasoles que portaban sus doncellas...

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En la entrañas de la ciudad, diferentes vendedores ofrecían sus géneros: melones, uvas, coralinos, amuletos de la virilidad, abalorios de vidrio, cerillas de azufre, imágenes votivas, sombreros y miles de cosas más...

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El conjunto de todo aquello lo completaba las inevitables comparsas de malabaristas, saltimbanquis, adivinos, pitonisas y músicos ambulantes...

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A medida que avanzaba la mañana, el calor se hizo más intenso, y aunque agosto era un mes de secos paisajes, caminos polvorientos, y escasas lluvias, en los patios de Herculano, llenos de esculturas, abundante agua cristalina, traída desde las montañas a través de un acueducto, jugaba sonora en las broncíneas y marmóreas fuentes, entre las hojas de palma y las adelfas en flor...

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Aquí y allá, en las esquinas de las calles, brotaba sin cesar el agua de las fuentes públicas. Mientras las mujeres pobres se encargaban de recoger el precioso líquido en cántaros que luego portaban sobre la cabeza o sobre los hombros...

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En la panadería de Sexto Patulco Félix, éste y sus ayudantes estaban a punto de sacar del horno las bateas de bronce llenas de tortas y bollas, mientras que en otra panadería, no muy lejos de allí, dos borricos con viseras en los ojos caminaban en un círculo sin fin para dar la vuelta a las muelas que molían la harina...

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Los borricos agitaban, nerviosos, colas y orejas de vez en cuando con el fin de quitarse de encima a las cansinas moscas, y de vez en cuando, rebuznaban en señal de paciente protesta contra los arreos que los aprisionaban...

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La sección masculina de los años públicos, situada cerca del centro de la localidad, acababa de abrir sus puertas, y los auxiliares ayudaban a los primeros clientes a desvestirse...

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Otros empleados se encargaban de remover las cenizas con un largo atizador de hierro para avivar el fuego del calentador. En la termas suburbanas, cerca de la Marina, jovenzuelos completamente desnudos rían a carcajadas ante los últimos dibujos eróticos realizados sobre un blanco muro de yeso...

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En numerosos rincones de la ciudad, jóvenes llamados Marcos, Rufo, Sabino y Floro esbozaban dibujos sobre las paredes...

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En el taller del latonero, situado junto al Foro, un cliente acababa de entregar un candelabro de bronce y una pequeña estatua de Dionisio, dios del vino, para que fuesen reparados. El latonero los había colocado provisionalmente a corta distancia de unos lingotes amtálicos cerca de la fragua...

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En la Academia, lugar de reunión de los adictos al culto deificado emperador Augusto y sus sucesores, un hombre desesperado se había arrojado sobre el lecho en una pequeña habitación con ventana enrejada...

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En las calles volvían a la vida los puestos ambulantes de comida, brindando al transeúnte pan, queso, nueces, dátiles, higos y manjares calientes. Otros comercios, sin embargo, dedicados a la venta de granos y verduras, telas y aparejos de pesca, llevaban ya varias horas abiertos...

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En el taller de un lapidario, un niño enfermo yacía en un lecho de madreas preciosas. Con el fin de abrirle el apetito, le habían preparado un jugo de pollo para el almuerzo. A poca distancia, una mujer hilaba en una rueca...
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
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La actividad mañanera se hallaba en todo su apogeo. Una febril animación reinaba en los pequeños talleres de carpinteros, pintores, fabricantes de azulejos, marmolistas, tintoreros y sastres...