El abuelo Adil siempre decía que los
árboles eran los mejores maestros.
—Escucha, Karim —me dijo una tarde de
otoño, mientras barremos hojas en el
patio—, la vida es como este
árbol. Fíjate bien.
Señaló el viejo
nogal del
jardín. Sus ramas se extendían hacia el
cielo, algunas torcidas, otras fuertes. La corteza tenía marcas como arrugas, y un par de ramas parecían rotas, pero aún sostenían hojas.
—Algunas ramas son fuertes —continuó—, otras frágiles, pero todas forman parte del mismo tronco. Así
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