Compramos energía a futuro
        

Mensajes enviados por José Mel Z..L.:

A excepcion del hombre, ningun ser se maravilla de su propia existencia.

ARTHUR SCHOPENHUER.
El hombre se maravilla de su existencia, pero no tiene en cuenta su excepcionalidad.

JOHNN RAY.
Maravillarse es el primer paso para un descubrimiento.

LOUIS PASTEUR.
Sabio es aquel que constantemente se maravilla.

ANDRE GIDE.
A los hombres les encanta maravillarse. Esto es la semilla de la ciencia.

RALPH W. EMERSON.
En mar calmado todos somos capitanes.

JOHN RAY.
Eramos yo y el mar. Y el mar estaba solo y solo yo. Uno de los dos faltaba.

ANTONIO PORCHIA.
El romper de una ola no puede explicar todo el mar.

VLADIMIR NABOROV.
Los que saben orar que se vayan al mar.

GEORGE HERBERT.
El agua del mar es mala para los hombres y saludable para los peces.

HERACLITO.
El mar es el Lucifer de la luz. El cielo caido por querer ser luz.

FEDERICO GARCIA LORCA.
Que a los consejos del mar y la ambicion, debemos cerrar los oidos.

JEAN DE LA FONTAINE.
El mar enseña mas que la tierra y es mas diverso.

WENCESLAO FERNANDEZ FLOREZ.
Mar paternal, mar santo: mi alma siente la influencia de tu alma invisible.

RUBEN DARIO.
El mar-y esto hay que confesarlo-no tiene generosidad. No muestra cualidades varoniles: coraje, resistencia, fidelidad. Nunca ha sido conocido por su manejo irresponsable de su poder.

JOSEPH CONRAD.
No hay nada mas seductor y esclavizante que la vida humana en el mar.

JOSEPH CONRAD.
El mar no tiene ni sentido ni piedad.

ANTON CHEJOV.
La fuente, que es promesa, el mar solo la cumple.

LUIS CERNUDA.
Lo terrible del mar es morir de sed.

GUSTAVO CERATI
El mejor amigo, el mar; la mejor lisonja, el viento.

PEDRO CALDERON DE LA BARCA.
Jose me encanta gracias
Hola Carmen Maria, me alegro de que te guste, si tienes paciencia para leerla completa, te aseguro que te gustara, pues esta muy bien.
- ¡Niñas! podéis llamar a las mozas de los alfileres.
Mientras su madre le ceñia el vestido y sus hermanas, Aida y Soledad, revoloteaban por la sala registréndolo todo, Clara Luz dejaba vagar su pensamiento, tejía quimeras, alumbraba sueños en los que Juan rozaba sus labios y ella saltaba descalza ordenando las cosas en una casa limpia.
-Debes ser, hija, astuta y dulce a la vez. Y no te olvides jamás de reponer cada mañana el agua de los cántaros, pues el mantenerla fresca ahuyenta los infortunios.
Práxedes Moro intentaba colocarle a su hija las ballenas de la cotilla de lienzo y, mientras lo hacía, mascullaba rogativas viejas.
Era un día indeciso. En el cielo luchaban la lluvia y el sol. El aire se tornaba incierto. En días así gustaban de trinar los ruiseñores, se casaban las raposas y hacían el amor las hadas. También, en días así, a la abuela Amgustias la atormentaba la rabadilla.
-Pues sabras tú que el cura Lubencio nunca sale al patio rectoral a recitar el breviario en noche que cambie la luna, pues una vez que así lo hizo (laudate nomen Domini) se le quedó la voz ronca, como un lamento de alma en pena en noche de lluvia, y así anduvo mucho tiempo, sin que le sirvieran de nada los gargarismos de salvia y de malvavisco, hasta que su hermana Blandina lo hizo recitar las Visperas chupando una moneda de plata, que hubo de pedir prestada a don Porfirio (que en paz descanse).
-Dice el cura Lubencio, que el papa Benedicto (santificado sea) aseguraba que para lograr el cielo era menester desatender los engañosos agüeros, desoír como falsos presagios los plañidos de las alimañas y los murmurios del bosque y desdeñar las creencias en esos diosecillos minusculos que se esconden bajo las piedras del patio, sobre las polvorientas artesas del deesván o en el borbollar de las fuentes. Y tambien asegura el cura que el papa Benedicto (santificado sea) ordenaba enterrar los paganos ... (ver texto completo)
Aquel 12 de octubre, festividad de San Onofre, anacoreta, año séptimo de la Dictadura del marqués de Estrella (que el cielo juzgue su esperpéntica osadia), era un día propicio para pendencias de duendes, algazaras de súcubos y grescas de diablos.
A Práxedes Moro le gustaba suscitar la codicia de las xanas y provocar la debilidad de los trasgos.
El vestido de novia reposaba extendido sobre la cama de níquel. Práxedes Moro separó la cortina y la habitación de su hija se llenó de blanco.
Mágicos nenúfares envolvieron su rostro de nieve y sintió borbollar, por primera vez, la fecundidad en sus huesos.
Clara Luz llenó el aguamanil de roble con el agua de rosas.
El viejo Tomás Chanzaina, a menudo hablaba en voz alta y, al hacerlo, desterraba con sus rugosas manos telarañas inciertas de sus ojos incoloros. Sus palabras, apodípticas, roncas, siempre algo desesperadas, rodaban por el lodazal del huerto hasta convertirse en barro.
-No es bueno que en un lugar como éste haya tanto silencio.
Estaba la mañana como aquel día en que su hija Amelia perdió el conocimiento y se marchó detrás de las monjas del Carmelo, dejándole allí solo, con las compotas de reineta sin envasar y las almorranas sangrándole sin fundamento.
Está mudo el aire y las nubes demasiado quietas para ser día de casamiento. Tampoco se oye cantar a los gallos.
El viejo Tomás presentía la fortuna de los días por el sabor del rocío.
Sí lo habia hecho el viejo Tomás Chenzaina, desde su huerto, por donde andaba viendo crecer los feutales.
Clara y Práxedes, absorbidas por los aprestos de la boda, no habian advertido el singular silencio de qaquel amanecer.
Los gallos charranes no cantaban en aquella mañana gris.
Entre vericuetos de nubes asomaban las primeras luces del alba.
Sonaba a lo lejos, como una caricia, el violín de Juan Jacobo Varela Caparina, el sobrino del maestro Conrado.
CAPITULO.... DOS.

Se andaba desperezando el pueblo entre ajetreos de duendes pisoteando el maiz y bajo un cielo de luto, dispuesto a romper aguas en cualquier momento.
Sonaba a lo lejos, como una caricia, el violín de Juan Jacobo Varela Caparina, el sobrino del maestro Conrado.
-Esta condenada luna no sabe una nunca de parte de quien está.
A Dulce Nombre le pareció dudosa la postura de la luna. Su luz inquieta mimbraba cada rincón con un cairel de tristeza.
La viuda cerró el portón y se quedó pensativa mirando la tranca. Al fin decidío colocarla y el ruido de la madera en las aldabas alboroto a los perezosos duendes de la noche, que dormitaban sobre el mullido de hojas, junto a las tapias de hiedra.
Salieron al patio cuando la luna cambiaba de postura. Se estaban descolocando las sombras del tilo.
Constantina estranguló contra el suelo una brutal carcajada.
-Y no olvides soltarte el pelo y agitar los párpados.