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Mensajes enviados por José Mel Z..L.:

Matematicos de pie sobre los hombros de los demas.

CARL FRIEDRICH GAUSS.
Las matematicas son el alfabeto con el cual Dios ha escrito el Universo.

GALILEO GALILEI.
El gran libro de la naturaleza esta escrito en simbolos matematicos.

GALILEO GALILEI.
En las matematicas es donde el espiritu encuentra los elementos que mas ansia: la continuiedad y la perseverancia.

ANATOLE FRANCE.
Las matematicas son uno de los descubrimientos de la humanidad. Por lo tanto no pueden ser mas complicadas de lo que los hombres son capaces de comprender.

RICHARD PHILLIPS FEYNMAN.
Las leyes de la matematica nos acercan a una forma de entender las cosas, pero no acercan a lo que verdaderamente es la realidad del mundo.

ALBERT EINSTEIN.
Solo en las ciencias matematicas existe la identidad entre las cosas que nosotros conocemos y las cosas que se conocen en modo absoluto.

UMBERTO ECO.
Las matematicas se escriben para los matematicos.

NICOLAS COPERNICO.
Con numeros se puede demostrar cualquier cosa.

THOMAS CARLYLE.
La Matematica es la puerta y la llave de estas ciencias.

ROGER BACON.
Las artes matematicas nacieron en Egipto, pues alli disfrutaba de ocio la clase sacerdotal.

ARISTOTELES.
Un marido es una especie de pagare; la mujer se cansa de pagarlo.

OSCAR WILDE.
Los reyes se parecen a los maridos traicionados: nunca saben lo que ocurre.

VOLTAIRE.
No hay peor marido que el mejor de los hombres.

WILLIAM SHAKESPEARE.
Si has proferido algunas expresiones amargas contra tu marido, lava tu boca con lagrimas.

PITAGORAS DE SAMOS.
El marido que enseña a menudo a su mujer y su bolsa, se expone a que se las pidan prestadas.

BENJAMIN FRANKLIN.
-Se parece a uno de esos húngaros que andan por ahí tocando la balalaica.
El enigma de aquel mundo nuevo de crepúsculos blancos y vidas sombrías e inciertas, llamado Peñafonte, comenzó a bordar en su interior un sartal de crueles desconfianzas desde el mismo día en que el cura lo bajó del caballo y lo puso sobre la nieve.
Frente al aparador de roble recordaba aquella escena como enflaquecida y su mente se enturbiaba con una especie de hosca y ceñuda niebla.
Habia llegado a Peñafonte con cinco años, montado en el caballo albardón del cura Lubencio, castañeteándole los dientes y con ojos de lechuza aturdida. Nevaba. Era un día disciplente y los gorriones maculaban con alborozo la nieve de las tenorias.
A Juan, a base de incertidumbres y desconfianzas, se le iba arrugando la frente.
-O también pudiera ser por el frio que paso en la Casa de Expósitos, que dicen que cala tanto los huesos que tarda años en arrancarse.
-Será poe el calor que pasó por la tierra de la morisma.
-Al hijo de Úrsula Antayo, la de Frutos, cuando está el aire cargado de azufre, se le ponen los gestos de alambre.
Su rostro tenía la apariencia tranquila del fondo de un lago, pero él sabia cuantos brumosos sobresaltos se escondían en su interior. Su ánimo era imprevisible, súbito, incluso para sí mismo, y su aspecto se tornaba rígido al menor contratiempo.
Más al Norte, donde reposaban en paz los abedules y lúpulos y buganvillas trepaban alegres por las rocas formando una gran guata verde que encaraba el pueblo, en una casa de piedra con galeria al Saliente, Juan Damasceno Carralón Antayo, que siempre tenía carbón en la mirada y las cejas revueltas, ajustaba su corbata de pana, frente al aparador de roble.
Echo una mirada al cielo, a traves de los cristales, y vio cómo las nubes se retorcían sobre sí mismas, formando una grandiosa bóveda sobre montes y caminos y sintio cómo la tierra entera hervía de ansiedad.
La joven Clara, hija de la quimerica Práxedes Moro y del sindicalista Rufo Fernandez, llevaba mucho tiempo desayunando sueños. Un ardiente deseo de ser feliz le aprisionó el pecho, le zumbó en los oídos y se le escurrió entre los labios en un suspiro solemne que desgarro los signos de la mañana incierta.
Clara Luz Fernandez Moro tenía los ojos verdes y calientes y su mirada rezumaba como el fuego entre los zarzos rociados.
El mundo ya no sería para ella ese medio hostil, repleto de seres solitarios, que siempre pregonaban los mayores. Su amor era un destello de luz en medio de todos los maleficios que referian los dormitantes ancianos a sus hijos soñolientos, mientras esperaban alguna ráfaga de vida, hincados en la tierra, impasibles, bajo la perezosa mirada de San Roque. Las minas se hundian con los hombres dentro, los animales sucunbían devorados por alimañas o calcinados en la tormenta, la gente abría la puerta ... (ver texto completo)
Clara Luz, mientras terminaban de ataviarla, sentía la felicidad merodeando su vida. Soñaba con una cama de latón vestida de seda y plata, la ventana del cuarto entreabierta, la niebla convertida en incienso rojizo y la apacible música del bosque despertando frescores. Estaba a punto de entrar en el firmamento de las estrellas emparejadas. Soñaba besos de flor en sus labios anhelantes. (Y con todo esto lo que queremos decir es que un pensamiento enamorado siempre es pura poesía.)
-Detente nube y nublado que Dios puede más que el diablo.
La vieja Angustias, que arrastraba los pies por la casa como si no fueran suyos, silbaba entre dientes arcanas letanías, mientras con las manos, repletas de arrugas y leyendas, ahuyentaba fantasmas.
-Detente nube y nublado que Dios puede más que el diablo.
La abuela Angustias tenia los ojos furrugientos y los huecos de la nariz adobados de barruntos, de tanto oler calamidades. Mascullaba rezos en su afán de que la lluvia, la impertinente y tozuda lluvia, no humedeciera aquella mañana de seda y besos de flor.
-Tente nube, tente nube, que Dios puede mas que tú.
La abuela Angustias entro en el cuarto con la pulsera de azahar, hecha por ella misma, con flores de naranjo silvestre.
Práxedes no sabía cómo manifestar sus temores sin inquietar a su hija, así que resolvió mostrarse contenta a partir de entonces.
-Las suyas son buenas, madre.
-Debes aficionarlo a las infusiones de eufrasia. Abunda por las orillas de la Campa de la Parra. Dice María Perpetua que apaciguan la mirada y serenan las intenciones.
-Pues yo, cuando me mira. siento como... como si me estuviera acariciando.
-Ya de niño, cuando el cura Lubencio lo hacía recitar versos en latín subido a la talambera del hórreo, tenía la mirada así de quieta y de negra.
-Eso es la mina, madre.
-No sé, hija, tiene la mirada demasiado negra.
A Práxedes Moro no la entusiasmó demasiado aquel noviazgo. Rufo, sin embargo, parecia contento de que su hija se casara con un hombre que sabía latín y que además pertenecía al Sindicato Minero.
-Mi madre. Úrsula, tambien duerme siempre con los ojos de par en par y nadie sabe el porqué.
Diez meses hacía ya que Clara le habia entregado a Juan los cordones del justillo. A ella le gustaba sentarse en el poyo de piedra con la mirada colgada del cielo y escucharle, con su voz calmosa, historias del Servicio Militar en África, por donde anduvo pasando gazuzas y calores. A Juan le habia tocado participar en el desembarco ce Alhucemas, en septiembre del veinticinco, donde se intentó someter a las tribus de cabilas que comandaba un tal Abd-el-krim, de quien decían que dormía siempre con ... (ver texto completo)
A Clara Luz se le extraviaba la mirada de ilusión mientras sus amigas le fijaban el velo, medrosas de pinchar su piel y estrangular el día.
-Ni ningún otro, pues al novio le entraron los arrepentimientos y anduvo por el momte perdido durante mucho tiempo.
- ¡Niñas! podéis llamar a las mozas de los alfileres.
Digna Emerita (a quien Efrén Alonso andaba con ganas de enseñarle su letra inglesa), Felicitas Varela, (la hija única del maestro Conrado), Jovita Alonso, las hijas de Julia Odalisca (que hacian las vainicas a los dobladillos mejor que nadie) y la castellana Lucía Pascual, todas ellas amigas de Clara, engalanaban, entre risas y comentos, los argollones y barandales del carro de Rufo Fernández con mimosas y dedaleras, mientras esperaban ansiosas el rito de los alfileres.
Es necesario ser casi un genio para ser un buen marido.

HONORE DE BALZAC.