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Mensajes enviados por José Mel Z..L.:

La honestidad de la medicina me llena de dolor.

ARTHUR RIMBAUD.
Solo el medico y el dramaturgo gozan del raro privilegio de cobrar las desazones que nos dan.

SANTIAGO RAMON Y CAJAL.
Matan los medicos y viven de matar, y la queja cae sobre la dolencia.

FRANCISCO DE QUEVEDO.
¿Quien decide cuando los medicos no estan de acuerdo?.

ALEXANDER POPE.
Donde quiera que se ama el arte de la medicina, se ama tambien a la humanidad.

PLATON.
Oponte a los comienzos; es tarde para acudir a las medicinas, cuando el mal, merced a las largas dilaciones, se ha arraigado.

OVIDIO.
Los medicos saben que la salud de una poblacion no se obtiene o mantiene con los medicamentos, que es mucho mejor, mas facil y prudente adoptar medidas preventivas para evitar enfermedades.

ROBERT OWEN.
Hola y buenas tardes.
Rosas y Victoria, que esteis pasando un buen dia y un abrazo.
La libertad es la obediencia a ley que uno mismo se ha trazado (Jean-Jacques Rousseau)
Hola y buenas tardes.
Victoria y Rosas, que esteis pasando un buen dia y un abrazo.
-Eso no va a evitar que se nos apague la luna.
-Ya viene, por el camino de los valles, la luz eléctrica.
-Parece como si el tiempo se hundiera debajo de Peñafonte. Quizá estemos todos demasiado cerca de la tierra en este pueblo. Nos vamos desollando irremisiblemente entre resquemores y desalientos.
El pensamiento de Alarico andaba desperdigado, desatinado, lo cual no seria grave (pues a todos nos ocurre alguna vez) si, en su caso, no hubiera tanta correspondencia, y tan inmediata, entre la idea y el acto. (Que hay vidas que al no ser de carne no se las oye sangrar.)
No sabemos por qué al tonto Alarico, que tan bien le acariciaba los pechos a la viuda Dulce, le gustaba tanto martirizar sapos y por qué además, prefería hacerlo en el huerto de Mauricia Costales.
Alrededor de la Posada el rocío de la noche fecundaba los huertos. El tonto Alarico sacaba del saco los escuerzos y los iba sapiando, poco a poco, uno a uno (regocijo en los ojos), desbaratándole guiños a la luna, temblando las sombras, sepultando las dudas bajo el hervor de la raíces. Había reflejos de sueños sobre los charcales del huerto.
-La verdad es que solo, lo que se dice solo, nunca lo estuve. Están los frutales, que nunca paran de crecer, que si a aquel manzano le sobran unas ramas, que si a este peral le ataca la filoxera. Y por las noches siempre hay un cuclillo que te avisa de algo o alguna coruxa que te anuncia los sueños. Todo acompaña. Y no digamos la lluvia, cuya compañia, a veces, de hacerse tan eterna, ofende. Hay muchas formas, Maura, de espantar la soledad.
-Ya no volverá a estar solo, Tomás.
Tomás Chanzaina le contaba a Mauricia lo de su hija Amelia y ella, mientras, le llenaba el vaso de aguardiente. En verdad eran hermosos los ojos de la posadera, dilatados y elocuentes, como un día despejado, chispeantes como el carbón herido bajo el fuego rutilante. Hermosos ojos siempre enamorados.
Mauricia Costales era más bien feliz, a pesar del juramento.
-MirA, Jacobo. Mis quereres andan por otros caminos. Además, estoy casada con una lápida de granito del cementerio.
En los diez años que habían pasado hubo de rechazar varias ofertas de matrimonio de audaces arrieros lascivos y de algún vecino desmemoriado. La última insinuación, aún reciente, había sido la del sobrino del maestro, Juan Jacobo Varela, especialista en asonadas y revueltas contra la Monarquía y el Directorio Militar, miembro activo de la joven y clandestina Federación Anarquista Ibérica, poeta de rima libre y virtuoso del violín. Juan Jacobo Varela, que gastaba mirar profundo y chaleco de vellorín, ... (ver texto completo)
Mauricia Costales olvidó prontp a Orestes Tablón, pero no pudo olvidar su promesa de viudez perpetua. Era como una escrófula insanable que formaba parte de su vida cotidiana, al igual que el olor del aguardiente, las meadas de su hija Veredigna (que Dios quiso que fuera hembra) o las verrugas de su tío León.
Un vómito final sacudió el cuerpo de Orestes, quien aún alcanzó a suplicar que no retrasaran mucho los funerales.
Esta era la beata, que se restregaba la papada y ardía de mistica emoción ante el tamaño del juramento.
-Dios lo oiga y el pecado sea sordo.
María Felicia hizo la señal de la cruz y el cura Lubencio pensó en lo desagradecidos que son algunos moribundos, que se aprovechan de su remordimiento final para sujetar a los vivos a su recuerdo con promesas abusivas, como si los demás tuvieran la culpa de su infortunio.
-Si lo haces ten por seguro que saldré de la tumba para ajustarte las cuentas.
-Por Dios y la Cruz Sagrada te lo juro, Orestes.
Si te he dejado preñada le pones al hijo mi nombre y si fuera hembra, Dios no lo quiera, la bautizas con el nombre de mi santa madre Veredigna. No te olvides de mandar a alguien a sallar el maíz, riega los sementeros del huerto si aprieta el calor y nunca bautices el vino pues espanta a los arrieros y pone mohínos a los mineros. Que sobre la tumba me coloquen una lápida ligera. Por último, Mauricia, júrame ante los presentes que jamás volverás a casarte.
Al infausto Orestes Tablón, mientras agonizaba, más que el dolor de las tripas, que era agudo, se le advertía en los ojos la contrariedad por la muerte extemporánea. Antes de morir acertó a decirle a su mujer, en presencia del cura Lubencio y de su tía María Felicia, unas palabras que hicieron estremecerse al cielo, que se apagaba también, poco a poco, mientras la luna se preparaba para engalanar las copas de los carbizos con su hálito de ligera bruma.
Al ingente Orestes le sentó mal tanta agua fresca de golpe después de tanta aridez y, justo por Santa Marina virgen, expiró, víctima de un cólico miserere, vomitando inmundicia (que hay que ver lo que algunos esconden dentro). Dejó a la joven Mauricia viuda y preñada y con los retales de etamina aún sin sacar de las alforjas.
Se celebró el himeneo el día de la Trinidad, en la Ermita de San Roque, con rosas blancas exornando los reclinatorios y música de gaita durante la consagración.
-Ha dicho de plata.
- ¿Y no vale de barro?
-En tierras de urogallos abundan siempre las buenas mujeres.
-No hay moza más fina desde los Montes del Infierno hasta el Pico de María Santinos. Te lo dice Juan Villamanin. No tiene más familia que un tío viudo y algo verrugoso, pacífico y poco hablador, de quien dicen que cuenta muy bien las estrellas. Sus únicas condiciones son: que su tio venga con ella, que los colchones de la casa sean de lana vareada y un lebrillo de plata para lavarse los pies.
-En tierras de urogallos abundan siempre las buenas mujeres.
Orestes Tablón, que era recio e ingente como una roca de mar, encontró mujer a los pocos meses por medio del arriero Juan Villamanín, en el concejo lindante por el Este, allí donde abundan los tojos, robles, piornos y abedules y donde innumerables rocas calizas salpican de blanco un paisaje fatigado de verde.
Orestes Tablón retejaba la Posada, una de esas pocas tardes de julio en que la calina reseca los huesos y en los sobacos se forma un sudoral hirviente, cuando le entró la sed y bajó a la bodega en busca del barril. Al elevarlo sobre la cabeza y sentir el chorro fresco acariciar su garganta reseca pensó que quizá la compañia de una mujer fuera tan grata y necesarea como esos tragos de agua fría que ablandan el calor. Y, como quien no se atreve no vence y quien tarde se determina jamas se arrepiente, ... (ver texto completo)
Mauricia Costales de Caso vino al pueblo a casarse con Orestes Tablón, dueño de la Posada, de un huerto arrogante y de un buen trozo de vega sembrado de maiz.
-Dejame, mujer, que a nadie perjudico con ello.
-De nada te sirven los apósitos de berza salada ni los filos de rojo mientras sigas con esa extraña manía de contar estrellas.
Al tío León Costales se le había llenado el cuerpo de verrugas de tanto contar estrellas. Nadie lo ponía en duda.
-Supongo que para tapetes y cortinas y hasta puede que alcance para unas faldas.
- ¿Para que son tantos trapos, sobrina?
Con Maura llegó su tío León Costales, con el cuerpo sembrado de verrugas que ataba con los filamentos rosados de los tojos y untaba con leche de higo. Trajeron con ellos un burro llamado Valentín (que no es nombre de burro, pero eso hay que decírselo a quien lo haya bautizado), cargado de alforjas repletas de trebejos y retales de etamina, terciopelos y estameña.
Mauricia Costales de Caso habia llegado a Peñafonte una Pascua de Pentecostés, cuando el cielo chorreaba corrientes de luz y oréganos y malvas llenaban los campos de rojo y lila.
Se cantaban algunas canciones y Mauricia Costales iba y venía con la botella en la mano, embausada en su negocio (que mantener casa no lo sabe sino quien lo pasa, y más son los dias que las morcillas. Sus contornos apretados se contoneaban con pericia de mujer sabia y provocaban miradas candentes en jóvenes y viejos. Todos deseaban a Maura a la vez y de la misma forma, y es que la posadera hacía mudo el refrán y, en su caso, hermosura y sal sí cabían juntos en el mismo costal.
Efrén Alonso, además de leer con entusiasmo y facundia, tenía una letra inglesa que daba envidia ver y andaba con ganas de enseñársela a Digna Emerita, la hija mayor de Plácido Tuñon y de Flora Antayo, hermana ésta de Úrsula Antayo, de quien ya sabemos que dormía siempre con los ojos de par en par.
A Efrén Alonso le gustaba mucho leer los periódicos de Madrid en la Posada de Maura.
Hay que leer de todo, Harolodo, para poder opinar. Además, el cura Arboleya es muy inteligente y se le ve interesado por los asuntos de los obreros, eso sí, desde su posición de católico, que ya sabemos que eso es un inconveniente a la hora de llamar a las cosas por su nombre.
Ese periódico, Rufo, no es de los nuestros.