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Mensajes enviados por José Mel Z..L.:

-Ya está otra vez la humedad perforando los huesos.
Languidecía la tarde. El aire entresacaba el tedio de entre la hojarasca para petrificarlo, al instante, sobre corazones sin esperanza, que cambiaban de postura al sentir el leve cosquilleo y emitían tímidos quejidos que se iban con el humo de la leña verde.
Los viejos descendían, arrastrando alifates y pretextos, desde la atalaya de las fuentes hasta sus aposentos.
El sol, apagada ya su sed de charcas y cenagales, se ocultaba a toda prisa por entre las ramas de los castaños, por detrás de los prados de Los Pontones.
-Anda, tomate la tila.
-De saber tu reacción. padre, habria venido mucho antes.
-No llores más, Amelia, que te está cambiando el color de la mirada y a mí se me están enojando otra vez las almorranas. Ya no importa lo que hayas hecho o dejado de hacer. Lo que importa es que ya estás aquí.
-No merezco tu perdón, padre.
- ¡Para ya!, hija, que se te van a resecar los ojos. Para mí es como si hubíeramos ido al monte a buscar arándanos y nos hubiera atrapado la niebla. Se ha despejado el cielo y me he vuelto a topar contigo. No traemos arándanos, pero no importa, hay compota de la buena en la alacena.
Amelia lloraba. Su corazón era un laberinto de confusos y variados sentimientos.
Tomás tenia un nudo de emoción en la garganta. Le preparaba a su hija una tila caliente.
-Santa María, madre de Dios, ruega...
Peñafonte seguía inmutable el paso del tiempo mientras sus gentes, indiferentes, inconscientes, asistían a sus propias mutaciones, internas y externas, continuas, implacables, pues aquel hombre que observa un movimiento inédito, que siente un desconocido temblor en su alma, es ya otro hombre y toda vivencia nueva, o no tan nueva, como ese leve temblor de la brisa temprana sacudiendo los párpados, le añade siempre algo que lo hace distinto. Y a veces toma el hombre conciencia de sí mismo (como le estaba pasando al viejo Tomás Chanzaina al observar las lágrimas de su hija Amelia, recién llegada, que brotaban de sus ojos marinos, sin rozar apenas sus mejillas, como torrentes enloquecidos), pero las más de las veces no percibe el hombre ese cambio constante en su esencia (y así le estaba ocurriendo a Amelia, que ofuscada por el llanto no percibía los cambios que en ella se estaban produciendo). Y ésta es la dialéctica de todo lo que en la tierra es real (aunque a primera vista no lo parezca) y su indefectible juego de relaciones e interferncias, que no habría de quedar sin consecuencias este constante trajín de causas y efectos. ... (ver texto completo)
-Santa María, madre de Dios, ruega...
-Curaba verrugas, orzuelos, ictericias, aftas y otros males con la sola imposición de manos, y dicen que San Lorenzo le alimentaba los hijos con trozos de carne asada.
- ¿Y hacía milagros la tal Menedora?
-... ella no consta en el santoral porque hasta Roma no llegó noticia de su santidad, y es que la pobre no fue papa ni obispo ni anacoreta ni siquiera virgen, pues tuvo todos los hijos que Dios le dio, ni mártir, aunque vivió casada con un martirio a quien le supuraba inmundicia, día y noche, las llagas de una horrible gangrena húmeda.
- Que enm paz descansen los dos.
-En esto de los santos también hay condiciones y rangos, mira lo que le ocurrio a nuestra Santa Menedora, la bisabuela de Lazaro Alonso...
-Si. Tambien es San Osmundo, obispo, y Santa Bárbara, virgen, y un monton de santos más.
El dia cuatro de diciembre es San Juan Damasceno, el santo del hijo de Úrsula.
-Dios te salve María, llena eres de gracia...
Las octogenarias María Felicita y Blandina San Juan siempre recitaban misterios dolorosos. Cuamdo les parecía cortaban el avemaría en un bendito-sea-tu-vientre para comentar algún pensamiento y luego seguían, perdida ya la cuenta, allá por el ahora-y-en-la-hora con murmullos apretados, como los fúnebres cantos de las pegas.
Las ancianas mujeres, mucho más numerosas (debe de ser el género femenino de mejor aguante y naturaleza), no gozaban de la misma suerte que sus contemporáneos y, mal que bien (que al diablo y a la mujer nunca les falta que hacer), iban desgranando el maíz de las panoyas o meciendo despacio la lechera (poco a poco llegaremos antes) hasta formar la cuajada para el queso o repasando bombachos o rezando rosarios (que también debía de ser tarea de provecho, aunque no lo pareciera), como estaban haciendo ... (ver texto completo)
Cuando calentaba el sol, los más viejos del pueblo subían, arrastrando sus pies, hasta la atalaya de las fuentes y allí, sobre las rocas calientes, ponían sus huesos a secar al sol. Mientras sus reumas se reblandecían murmuraban, cual chicharras sedientas, sartales de recuerdos que como fúnebres letanías atacaban el espacio, sobre el rumor de los manantiales, poniéndolo todo perdido de reproches.
Se apagaba el cielo de Peñafonte.
Ya se iba el brillo de la tarde, fugaz como un golpe de viento.
La Higuerona se estaba llenando de raitanes, escribanas, alandrinas, gorriones y papamoscas.
Todos escuchaban atentos los cantarines versos de Julita Odalisca.
-A cazar va el rey don Pedro,
a cazar como solía;
le diera el mal de la muerte,
para casa se volvia;
a la entrada de la puerta
vio un pastor que le decia:
Albricias, señor don Pedro,
que darmelas bien podia;
que doña Alda estaba de parto y
un niño varón tenia. ... (ver texto completo)
-Pues anda, dínosla.
-Tambien sé alguna poesía.
-Habría sido mejor que te hubieran enseñado alguna poesía.
-A mi me lo enseñó mi madre. A ella el abuelo Fidel, antes de que enloqueciera, y al abuelo un fraile dominico, en los descansos de la guerra de Cuba. Al principio eran sólo cincuenta, pero fueron aumentando con el paso del tiempo.
A Julita, más que los besos, le gustaba que Felipe, el nieto de Telmo Pascual, le acarciara los pliegues de los jarretes. Cuando a Felipe Pascual se le iba la mano hacia rincones más cálidos Julita comenzaba a gritar la letanía de insultos y ya no paraba hasta completar los setenta y cinco. Lo hacía seguido, casi sin respirar. Tardaba treinta y cinco segundos, comprobado por Irmina Alonso con el reloj de su hermano Efrén.
En los ojos de Julita Odalisca brillaba una extraña oscuridad, aun cuando estuviera atardeciendo.
Julita Odalisca sabía cómo insultar de setenta y cinco maneras diferentes (bambarria, zarramplín, ganso, mentecato, chunchumeco, zascandil, mamayo, tolón, simplicio, sansirolé, tarabilla, soplagaitas, babieca, verraco, alarico, garañón y cincuenta y nueve más).
En los ojos de Julita Odalisca brillaba una extraña oscuridad, aun cuando estuviera atardeciendo.
Arcadio llegaba con las peras sudoroso y congestionado (la petrina de Tomas se hacia respetar) y Aida, pizpireta y sugerente, besaba y se dejaba besar. Aida y Arcadio sentián entonces cómo la sangre se les alborotaba y les subia hasta la garganta y cómo a sus mejillas les iba llegando el sofoco a borbotones.
Arcadio soñaba con llevarse un dia (y para siempre) a Aida a su casa, en donde vivia con su tia Felicidad, soltera a la fuerza, que no por devoción como algunos daban en pensar equivocadamente.
Aida Fernández tenía la picardia extendida por el rostro en forma de pecas. A Aida le encantaban las peras que robaba para ella Arcadio Berrina Galapán, monaguillo primero, huérfano de padre y madre.
Las peras que robaban los monaguillos se las daban a las niñas a cambio de algún beso o de alguna secreta confesión.
Los monaguillos del cura Lubencio, para seguir con la tradición, le robaban la peras a Tomás Chanzaina.
- ¿Quién te puso aquí?/ El rey y la reina./ ¿Que hace la reina?/ Lavar los trapinos./ ¿Y el rey?/ Cazar pajarinos./ ¿Y con qué los caza?/ Con la escopeta de plata./ ¿Y con qué los guisa?/ Con la falda de la camisa./ ¿Y con qué los revuelve?/ Con el cucharón verde./ ¿Qué mandó hacer?/ Devanar y envolver y al que enseñe los dientes un cachete fuerte.
Rufino, Felipe y Arcadio, los monaguillos del cura Lubencio, jugaban, junto a La Higuerona, con Veredigna, Aida, Soledad, Remedios, Irmina y Julita, puños sobre puños, a la chinchirrina.
-Pronto llegará la noche y cuando llegue rebuscaréis en las sombras imaginando rostros, vuestros propios rostros. Puede que así sea como os soñéis siempre el uno al otro.
-Sí, tambien lo sé y te quiero por eso.
-Si pudiera me cambiaría por ti. Recogería esas fiebres en mi cabeza y dejaría la tuya libre y fresca como una rosa.
-Lo sé.
-Yo quiero que te pongas buena.
-Sí, eso dice.
-Don Jascinto dice que pronto se irá la fiebre.