Era invierno en Madrid, de esos inviernos que calan los huesos. Yo volvía del trabajo cansado, arrastrando los pies por la estación de Atocha. Entre el bullicio vi a un hombre sentado en un rincón, cubierto apenas con una manta rota. Tendría poco más de cincuenta años, pero la calle lo había envejecido. Me llamó la atención que tiritaba sin parar.
Seguí de largo. Mi cabeza murmuraba: “No puedes ayudar a todos, ya tienes bastante con lo tuyo”. Pero al dar dos pasos más recordé que en mi mochila llevaba
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Sensi me gusta esta
historia tan bonita y triste a la vez, pues no he podido evitas emocionarme porque me ha dado mucha pena, pues soi muy sensible, y me he acodado de una de las tantas veces de las que mi marido ha echo ese gesto, pues hera muy parecida a esta. no te puedes imaginar las veces que haayudado a personas que lo necesitaban y los ha traido a
casa y medecia ponle que coma y preparale un colchon que pueda descansar, y le buscaba trabajo, pues hera una persona con un nivel de sensibilidad
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