Hola Agustin. Buenas tardes.
La verdad es que no desaparecen. El cacao mental es considerable. A veces me parece que es de las cervicales, muchas veces son de la espalda, y también hay veces que parece que provienen de la boca.
Por lo pronto, ya tengo cita para el lunes con el dentista. Voy a ir descartando.
Por supuesto Agustin de que no tengo dudas de lo que Tú me dices. Las dudas me vienen cuando leo muchas cosas que escribes, o que escribiste en otros momentos y que las pones ahora. Aparte, de que no tener estudios, como es tu caso, no quiere decir que no hayas ido adquiriendo una gran cultura, sobre todo en los diferentes trabajos que has desarrollado y con la buena cantidad de compañeros y jefes que has tenido a lo largo de tu trayectoria laboral.
No me extraña, que tanto compañeros, como jefes, creyesen que tienes más estudios de los que tienes en realidad.
La anécdota de la escuela, de escribir un cerro de veces cosas que no hacíamos correctamente, o que el maestro lo consideraba así, eran muy corrientes en aquellos años de finales de los 40 y principios de los 50. Lo hemos vivido muchos, y lo más gracioso, es que yo creo que nadie lo contaba en casa, por si acaso, tenía que copiar unas cuantas veces más.
Yo, tengo que reconocer, que nunca he tenido un carácter fuerte, y que a veces te hacía doblegarte en algunos temas y en algunas circunstancias. Ni lo fui de pequeño, ni de joven, ni tampoco lo he sido de mayor.
Te voy a contar una anécdota: Hice el servicio militar en Madrid. La instrucción en el C. I. R de Alcalá de Henares, y luego el año siguiente hasta que me licencié, en Madrid, en la Carretera de Extremadura: Cuartel General Muñoz Grandes.
Cuando llegué del C. I. R al Cuartel, hice un examen de cabo y aprobé. A los tres meses, hice otro de cabo primero, y aprobé.
Ya siendo cabo primero, hacíamos las veces de sargento.
Una vez al mes, me tocaba hacer esas funciones de sargento durante una semana. Recuerdo muchas cosas, pero te voy a contar la anécdota para que veas que era un blandón.
No sé si recordarás que el sábado por la mañana se daban los pases para que los soldados se pudiesen ir a casa el fin de semana.
El sábado por la mañana, cuando estaba de semana, le decía al cabo después del desayuno: forma la compañía. Recuerdo que éramos 200. Me formaba la compañía, y le decía al cabo, coge una hoja y apunta a todo el que te diga.
Yo cogía una especie de peine, e iba por detrás de los formados, les levantaba un poco el pelo, y al que lo tenía un poco largo, le decía al cabo que le apuntara el nombre. Todos los sábados, apuntaba alrededor de 12 ó 14.
Y a estos 12 ó 14, les decía, no os voy a dar el pase, por llevar el pelo largo, así que os quedáis el fin de semana arrestados.
Le decía al cabo que rompiese filas, y me iba a mi habitación.
Al minuto, ya tenía allí a todos pidiendo permiso para hablar conmigo.
Los que más recuerdo son los que llegaban y decían: Mi primero, no me haga esta faena, no puedo dejar todo el fin de semana sola a mi novia, y además, que ayer termino la regla y podremos jugar un poco.
Al final, todos se iban con el pase, bien a sus pueblos, o bien se quedaban en Madrid. Eso me pasaba todas las semanas que tenía servicio. No era capaz de castigar a ninguno. Lo del pelo, era para pasar un rato fuera de la instrucción y las obligaciones que tenía con la compañía.
Continúo con otra anécdota que no recuerdo haberte la contado, más que nada porque me da un poco de vergüenza.
Cuando uno de los soldados me dijo que le diese el pase que su novia estaba sin la regla, le dije que no entendía lo que quería decirme, y el soldado respondió: venga mi primero, no me vacile.
Y en efecto, Agustin, así fue como yo me enteré que las mujeres tenían la regla o período.
A veces, algún soldado se pasaba un poco cuando estábamos haciendo la instrucción, pues se le veía que lo hacía de mala gana, y sin motivos. Lo castigaba a que corriese media hora al terminar la instrucción, y cuando llevaba cinco minutos, le decía que se sentase ya.
Cuando me iba a licenciar, un día antes, el teniente me dijo que por qué no me quedaba en el ejército. Él me mandaba a Murcia a la Academia, y a los seis meses ya era sargento.
Y le dije, mi teniente, no tengo yo carácter, ni agallas para ser militar. Hay que tener un carácter más fuerte, para poner firmes a algunos soldados que se pasan un poco y se creen intocables. El teniente me dijo que lo entendía.
Alguna vez, me he arrepentido de no haberme quedado y haber seguido la carrera militar.
Como tu bien dices, son muchos recuerdos de una y otra etapa de nuestra vida que recordamos con mayor o menor claridad.
Muy buena la frase que nunca había oído: Si el joven supiera y el anciano pudiera y quisiera, no habría muchas cosas que en el mundo no se hicieran.
Sobre los temperamentos de estos clásicos que mencionas, ni de otros, no me he fijado nunca en sus temperamentos, dentro de lo poco que he leído de ellos.
Y respecto a lo que definió en su momento tu compañero de trabajo lo que es la política, yo no voy a hablar de esos tiempos, pero ahora mi definición de política, dista mucho de ser parecida a esa definición.
La verdad Agustin, es que si escribieras tu biografía, es muy posible que fuese bastante interesante. Yo comencé a hacerlo hace unos años, y cuando llevaba sobre 20 páginas, las borré, y ya no he vuelto a plantearme lo. Pero tu, según escribes y veo que además tienes muy buena memoria, podrías hacer una buena obra.
Seguro que si al final te decidieras a escribir esta biografía, sería un orgullo para tus hijos y para tus nietos. Pues de esta forma, conocerán mucho mejor quién es su padre y abuelo.
Sobre el recuerdo y anécdota de lo que te paso en la escuela parroquial de Belmonte, creo que fue un detalle muy importante, y que muy pocos hubiésemos hecho. La lección que le diste al chico que había dado esa mala contestación, fue para que la recordase toda su vida. Y también, se la diste a esos tres maestros, pues seguro que ellos se dieron cuenta de que Tu no habías sido, y que te habías sacrificado por todos tus compañeros.
Creo, que en aquellos momentos, debiste de estar bastante orgulloso de la obra que hiciste.
Yo creo Agustin, que durante toda nuestra vida de matrimonio, hay muchas cosas buenas, que no nos gustaría olvidar, y algunas otras que mejor que no hubiesen ocurrido. Y sobre todo, cuando determinadas situaciones pueden influir en nuestra vida posterior.
Yo siempre he oído acaso de compañeros y amigos de haber tenido episodios que querían olvidar por haber influido mucho en sus años posteriores, y sobre todo si había sido para mal.
Pero lo que hemos hecho durante bastantes años, no ostros va a hacer 50, sea bueno, regular o malo, ya no tiene vuelta de hoja. Y lo mejor es recordar lo bueno, y olvidarnos en lo posible de lo que podía haber sido y no fue, para no perjudicarnos en aspectos que ya pasaron.
Y estoy de acuerdo contigo al 100%, que el amor necesita esa ayuda o alimento espiritual, para fortalecerlo, y para que los momentos más duros, sean recordados con más bondad y menos ira. Una de las cosas peores que yo creo que existen en la pareja, en el matrimonio, es la monotonía, pues como bien dices, puede llegar a ser una convivencia sin estímulos y pesada.
Yo, por mi paso por el seminario, ya has leído la anécdota de enterarme en la mili de la regla de la mujer. La primera chica que conocí y que salí con ella, fue mi mujer actual. Nunca tuve otra novia.
Paco
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