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UJUE: Hoy es uno de esos días de rancio abolengo, es el Día...

Hoy es uno de esos días de rancio abolengo, es el Día de LA VIRGEN DEL PILAR. patrona de Zaragoza, que según dicen, se le apareció en carne mortal al apóstol Santiago. Esta es la cantinela que hoy se escuchará en Cesar Augusta:

BENDITA Y ALABADA SEA LA HORA
EN QUE MARÍA SANTÍSIMA
VINO EN CARNE MORTAL A ZARAGOZA.
POR SIEMPRE SEA BENDITA Y ALABADA.

También hoy por extensión es el día de la Raza, día de la Hispanidad, día de la Benemérita que escogió como patrona a la Virgen del Pilar, aniversario del descubrimiento de América (12 de octubre de 1842), día del patriotismo barato con desfile militar incluído donde acuden los presidentes de las Comunidades Autónomas (Nuestra insigne Barcina debuta en estos menesteres)...
En Ujué no hay nada especial, tan solo gente que se acercará a ver el pueblo y degustar sus sabrosas migas y garapiñadas. Como en Uxue, también tenemos Virgen (es la misma de antes, vírgenes solo hay una), he tenido a bien, reproducir, otra vez más, otra versión sobre la Aparición de la Virgen de Uxue.

DIARIO DE NAVARRA, SÁBADO 24 DE ABRIL DE 1976

El domingo 2 de mayo

La Romería al Santuario de Ujué

Leyenda de la aparición de la Virgen

Es muy semejante la aparición de Nuestra Señora de Ujué, a la de tantas imágenes que en España fueron escondidas en tiempos de la invasión sarracena para preservarlas de posibles profanaciones.

Allá por el año de 758 reinando en Navarra Iñigo Arista, en lo más alto de la sierra que se alza sobre la fértil ribera navarra, atalayando las tierras de Aragón, un pastorcillo cuidaba su ganado. Durante las largas horas de su monótona tarea, quizá se dedicare a lo que ha ocupado a todos sus compañeros desde aquellos remotos tiempos hasta nuestros días: en tirar piedras a un objeto determinado, en ver, trabajar a las hormigas, en fabricar ondas y tallar cayados. Tras el revolotear de los pájaros vagaría su distraída atención, cuando de pronto quedó prendida en el vuelo de una paloma. Repetidas veces la vio entrar y salir por el hueco ‘de una peña, y movido por ese mal instinto tan general en los chiquillos, empezó a tirarle piedras para que se asustase. Al ver que no lo conseguía lanzó contra ella su cayado; pero la paloma no haciendo caso a la ofensiva que contra ella se descargaba, siguió entrando y saliendo por aquel agujero.

Entonces el pastor, picado ya de curiosidad, quizá con la esperanza de atrapar un nido, se dedicó a encaramarse al peñasco y a explorar su interior. Tras no pocos esfuerzos, rompiéndose las ropas en las zarzas y las uñas en las piedras, consiguió su empeño, y arrastrándose, entró en la concavidad del peñasco.

Al pasar de la luz a la oscuridad sus ojos de pronto nada distinguieron, pero una luz del cielo iba a iluminarse de repente. Allá, en el fondo de la gruta, se destacaba una preciosa imagen de la Virgen María con el Niño Jesús en sus brazos; y a sus pies, inmóvil, descansaba a paloma que en aquella ocasión había sido paloma mensajera de la Providencia.

Arrodillose el pastor ante la imagen, y después de adorarla fervorosamente, corrió al pueblo a dar cuenta del precioso hallazgo.

Congregados a sus voces todos los vecinos y llenos de gozo por lo que les contaba el pastorcillo, emprendieron la subida a la sierra para ver por sus propios ojos a la Virgen y rendirle homenaje de amor. Una vez en la altura, iban penetrando trabajosamente por la angostura de la cueva, donde sin amedrentarse, sintiéndose segura bajo tal protección, seguía la palomica a los pies de la Virgen. Al contemplar a la Reina del Cielo, todos rivalizaron en la disputa sobre cómo honrarían mejor aquel precioso don.

Por de pronto —decían unos-- sacarla de aquella cueva poco digna, y llevársela en triunfo al pueblo, pare que en él presidiera el correr de sus vidas. Otros sin embargo, no compartieron esta opinión; en lucha de delicadezas, alegaban no estaba bien llevar la Virgen donde ellos vivían, y más natural y respetuoso era que trasladasen ellos sus moradas al lugar que le Señora había escogido.

El entusiasmo y la fe de aquellos hombres hizo prevaleciera este criterio que fue aceptado unánimemente Y entonces, pudo contemplarse el más generoso y admirable de los éxodos: no el empujado por la fuerza brutal de las armas, que desaloja a multitudes alocadas y temerosas de los lugares que les vieron nacer; sino el obligado por, el más dulce impulso de amor.

Abandonaron, pues, sus hogares en los que tenían recuerdos y cariños, y subieron a la áspera cima azotada por los vientos, donde cae a plomo el sol abrasador del estío, y se aferran las nieves heladas del invierno. Y allí, entre las rocas, taladrando con picas la dureza de las peñas que el Creador formó cuando asentaba la grandiosa mole de los montes- quedó entronizada la Virgen. Y a su alrededor, construyeron un pueblo al que llamaron Uxua, que en euskera quiere decir paloma, en recuerdo de la que había llevado al pastorcillo a descubrir tan excelsa prenda del cielo.

No por esto olvidaron los fundadores de Uxue su antiguo solar.

Desde aquel día memorable, cumpliendo una promesa, que aún hoy sigue viva cada año, los uxuerenses van en peregrinación hasta un término que se llama Santa María de la Blanca, donde se supone estuvo enclavado el pueblo que se trasladó a los pies de la Virgen.

—Allí, sobre la tierra en la que fueron enterrados sus antepasados, rezan por sus almas—

Ujué, quedó frontera de moros. Sobre las torres del castillo, la enseña navarra saludaba al aire y al sol entonando un canto de libertad. Y entre las múltiples interpretaciones que se dieron a la aparición, no dejó de figurar con especial insistencia, la de que al aparecerse allí la Virgen, era anuncio seguro de que el moro no pondría jamás sus plantas en aquellas montañas. Cumpliose el vaticinio, por que en las torres de Ujué jamás se arrió la bandera navarra, - ni las piedras de la montaña chirriaron bajo las pisadas del infiel.

Por todo el Reino corrió pronto la voz de la aparición de Uxua, las noticias de los milagros con que la Virgen favorecía a sus devotos. De los pueblos todos comenzaron a llegar peregrinos a postrares ante la celestial Señora y los mismos Reyes fueron a adorarla y hacerle sus presentes. Vivía nuestro Reino los tiempos felices de una espléndida aurora de fe, y la Virgen de la Paloma apareció como brillantísima estrella.