BARCELONA: 3...

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En la calle hacía un frío que helaba hasta a las palabrotas y por eso, entré en lo que parecía un lujoso restaurante con la intención de pedir un café con leche bien caliente a ver si entraba una mijina en calor. Como en la calle estaba el día muy oscuro porque las nubes eran negras como según dicen son las bocas de los lobos, en principio me deslumbró la refulgente luminosidad interior del establecimiento que, al parecer era de esos de diseño exclusivo que tanto se llevan ahora, por lo que casi tanteando, llegue hasta la barra y cuando localicé la cafetera me coloqué cerca de ella.

Se me acercó una camarera impecablemente desnuda de cuya teta izquierda le colgaba como una especie de escapulario enganchado con un imperdible, en el que había escrito un nombre que supuse era falso. Como los que nos ponemos para entrar en los foros cuando navegamos por el ciberespacio que, me preguntó muy amablemente que qué quería tomar. ¡Coño, desnuda, la tía iba en bolas, sin nada de tejido encima! Un poco azorado, le pedí lo que llevaba en mente tomar; pero no sé el porqué, le pregunté si había churros calientes y, al decirme que si, le pedí media docenita. Pedido que cumplimento con exquisita diligencia y que me puse a engullir sin atreverme a levantar los ojos del humeante líquido y de los seis dorados trozos de churros puestos en el mismo centro de un plato cuadrado y ligeramente ondulado por los bordes, que me pareció que tenía la extensión de una pista de baloncesto.

Poco a poco, se me fue pasando la inhibición y de reojo al principio y luego descaradamente mientras iba masticando los cachos de cilindrines arinosos fritos en aceite puede que de oliva; uno de los cuales era la porra, eché una ojeada al local y a los parroquianos que había diseminados por las mesas en grupos o de dos o más. Machos y hembras, todos en cuero picado bebiendo o comiendo y charlando muy bajito animadamente entre ellos. Cerca de la puerta había una pareja de píe, cada uno a un lado de la misma, hombre y mujer, y que supuse eran policías o vigilantes de alguna empresa de seguridad porque iban pertrechados con atalajes propios de su oficio de los que pendían sendas parabellum cullas boca de fuego llegaban un poco más abajo de las caderas. Pero, en un rincóncito apartado había una mesita medio cubierta con un biombo en la que, se acomodaban dos hombres; uno ya un poca mayor y otro algo más joven en los que me fijé con más atención, ya que tenían cierto parecido con nuestro rey y con su hijo Felipe, quienes, curiosamente, estaban ambos vestidos de rigurosa etiqueta, los dos con frac y pantalón oscuro con rayas verticales blancas mientras una chistera y un bombín tipo hongo habían dejado en una silla junto a ellos. Despacio, fui mirando las caras de los que estaban a pelo; uno me pareció el señor Rajoy, otro Zapatero, una de ellas doña Esperancita. Muchos presidentes de comunidades autónomas entre los que estaba el señor Camps. También había alcaldes como los señores Hereu y Gallardón y muchas otras personalidades de la vida pública española como Roldan, Conde, Matamoros, Millet, Fábregas, y una pareja de obispos también que me parecieron su Eminencias Rouco y Munilla. Por supuesto que estaba en mesa, Montilla junto a Ernesto Maragall y Pilar Rahola y dos o tres más, dialogando acaloradamente en catalán. Muchos altos jueces, algunos de ellos con las manos muy limpias.

Algunos comían faisanes ricamente aderezados y regados con zumo a la naranja o al limón y otros, ya estaban en los whisquies mientras parloteaban sobre remodelaciones de terrenos y confederaciones de cajas de ahorros y bancos. Entre estos últimos estaba el presidente de Caja Catalunya, el señor Botín y el presidente del Banco de España..

Anonadado, hice como que iba al lavabo y subrepticiamente, salí a la calle donde me enfrente cara a cara con el frío reinante en aquellos momentos y que, al parecer, era un fresco procedente de Galicia que otra vez, igual que siempre, nos estaba acarambanando el corazón a más de la mitad de los españolitos de los que se ganan el pan con el sudor de su frente y que ahora, ni siquiera sudar podemos
Salud.