CASTROVERDE DE CAMPOS: 2ª PÀGINA::            Hacían comentario de cada tierra...

2ª PÀGINA::            Hacían comentario de cada tierra y del amo: -“Como va a estar buena si quedó en riebla”. –“Mira como se nota el de “Chile”.  -Ya le diré a Tragalete que mande a la cuadrilla a escardar la de Alafés. La tiene podrida de abono, tuvo las teleras toda la otoñada y está merminiando de merineros y burrales.–   -- ¡Anda con Cobera! ¡Como no va a coger buenas senaras con lo trabajador que le ha salido el hijo...! Ahí está en  el Barrial. Anda ya terciando el barbecho...-   -Esos garbanzos  están pidiendo el arique-.  
            Cuando nos acercábamos a los  dos  primeros pueblos, sólo separados por el Valderaduey,  mi tío canturreó: -San Martín  y Villárdiga  bellas aldeas,/ donde no hay hombres vagos,/ ni mozas feas.
  En el primero subió una mujerica,  la “señá” Jacoba, y se sentó al lado de mi tía. Aprovechó, en plan “chus-chus” para informarse del muchacho de Chabolo, “que andaba detrás de la su muchacha y no porque viniera al pueblo presumiendo de bicicleta nueva, con una banderita en el guía, le iba a hacer caso enseguida;  que la muchacha suya es muy  dispuesta y trabajadora, que lo mismo sabe zurcir que bordar, que ordeñar la vaca que coger legumbres, que no se le caen los anillos por eso, que ya se pone buen pañuelo pa que el sol no la saree ese cutis tan bonito que tiene”.
Mi tía le dio buenos informes del muchacho:  - ¡Ay hija! Es muy formal y trabajador. Ya le he oído a mis hermanos que “corta tan bien las tierras como a las vacas por San Roque”. Que es tan  desenvuelto y liberal en el trabajo  como jugando a la pelota. Además no es alabanero ni fanfarrón. Los domingos todas le dan baile y le ponen cara, pero ya había oído yo que andaba detrás de una muchacha de Villárdiga que conoció por “La Feria”.                    Al subir la cuesta de “Farradales” el motor del tartano empezó a echar humo por  un tapón de chapa delantero y prominente. Mi tío  no se inmutó. Era un hombre cordial, sereno y paciente. –Yo creo que sí nos deja subir...- Al coronarla paró. Algunos hombres aprovecharon para bajar  a  hacer pis. Cogió un trapo, soltó el tapón a distancia, al tiempo que saltaba hacia atrás. Aquello, que luego supe se llamaba radiador, empezó a vomitar agua hirviendo. Cuando cesó, la repuso con la que llevaba en la lata. En Cañizo la volvió a llenar en la fuente.
            Me contó que en ese pueblo,  las fiestas son por San Pelayo, y había  capeas con toros grandes. El año  36 uno corneó a Mateo  “Contreras” y él, que era muchacho pero ya sabía conducir, con “el coche de punto” lo llevó al Hospital muy grave. Tardó meses en curar. Cuando sanó lo llevaron a la guerra.
            En Castronuevo de los Arcos, el pueblo de las tres mentiras, porque ni es castro, ni nuevo, ni tiene arcos,  según dijo  Garea, con  su innata  originalidad, se completaron los asientos.
En Aspariegos,  con sus casas en ladera y  la fábrica de harina sobre el río, esperaba mucha gente. Ya no cabían más ni de pie. A dos mozos les tocó ir en la baca.  Iban a desfogarse al “barrio de la lana”. Mi tío recordó a un famoso bandolero, “El Nacho” o algo así, que actuaba por La Guareña, Sayago y la Tierra del Pan. Un día fue sitiado por los “Somatenes” en una casa de ese pueblo, y se escapó por la chimenea. Después se hizo acaudalada, respetada y emprendedora persona: Hizo traer de Vigo, un carro de besugos vivos, en carrales con agua del mar, para que recriaran en una laguna de su finca.  
            En Benegiles se veía el mayo plantado en la plaza con la bandera de España en lo más alto. A los de Monfarracinos ya les tocó ir andando hasta la capital.
            A la entrada de Zamora,  la carretera pasaba por encima de la vía del tren y en ese punto paramos. Unos guardias salieron de la caseta allí instalada;  mi tío me dijo: es el  “Fielato”, se subieron al coche y prepararon un gran alboroto de gallinas escondidas bajo los asientos y de mujeres que chillaban. Yo me levanté de la cesta y mi tía, con temor, como quien muestra un tesoro escondido, levantó la tapa para mostrar las viandas. Todo el mundo fue pagando la correspondiente tasa. La que más la dueña de un gallo que, al oír cacarear a las gallinas, se enchuló y lanzó un sonoro  y desafiante “quiquiriquí”. Y por si  a mi mente de niño de pueblo., sólo hollada por sensaciones campestres, no hubieran llegado bastantes emociones durante el viaje: los árboles que corrían para atrás, pueblos distintos del mío, algarabía de los viajeros, aquellos revisores de aspecto feroz; pasó el tren.
            Entramos en la ciudad en la que todo me impresionaba: las casas de tres pisos, unos inmensos depósitos de agua sostenidos por columnas cubiertas de verdín del líquido que escurría, coches, más pequeños que el de  línea, cuadrados y negros que circulaban por la ciudad, algunos con una humeante estufa detrás, mezclados con carromatos de tres mulas. El  nuestro quedó encerrado, y nos bajamos, en garaje lóbrego, donde olía a  orines y a tubo de escape.
            Mí tía,  aún joven, asió la cesta en una mano y a mí en la otra y caminamos hasta casa de los parientes en la  calle de Calvo Sotelo, hoy del Riego.          
            Comprado el traje de marinero, pasados dos o tres días, en que me llevaron a ver los  jardines de la Catedral, el Castillo y toda la vega del Duero con el puente de Piedra, regresamos al pueblo en el mismo  coche de línea.
            Salió, como todos los días, repleto del garaje. Asientos no tendría más de veinte, pero entre de pie y arriba podríamos ir cuarenta.
            Debió ser al subir la rampa sobre la vía, donde el “Fielato”, (de regreso ya no paraba), cuando dos maletillas se encaramaron  a la baca.
            Eran “El Velas”  y “El Nono”. Habían andado de capeas por pueblos de “La Guareña”. Viajaban sin pagar por costumbre y por necesidad. A la carrera, aprovechando el repecho, se aferraron y treparon por la escalera y se acomodaron en un hueco entre los bultos.
            Mi tío Bercario, como tenía cinco hijos, (faltaban dos de nacer) además de chofer, vendía “cajas de muerto”, para los ricos, los pobres se arreglaban con una  que, con cuatro tablas, les preparaba “Caitanines” o “El Ché”.  Se enteró que  la gota, o el gota, le iba a dar un casi seguro cliente y aprovechó ese día para cargar un arcón. NAZARIO MATOS


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