(continuación y 11)
Meditaba sobre los vaivenes de la historia, de cómo pueblos antaño pujantes y esplendorosos, languidecían hogaño cercanos a la extenuación. Por mi mente desfilaban de manera desordenada, en confuso tropel, un cúmulo de sentimientos y recuerdos, de acontecimientos tal vez vividos, quizá imaginados o soñados, y añoranzas de sensaciones no experimentadas que acudían a mí desde algún ignoto tiempo o lugar. En aquel caos se mezclaban la Cabaña Real de Carreteros con las historias del abuelo Francisco; el Honrado Concejo de la Mesta y los indianos que volvían de las Américas con las clases de Geografía e Historia de don Antonio; los fueros, las casas blasonadas y los escudos nobiliarios con las iglesias románicas y los monasterios; los concejos abiertos, las cañadas, veredas y cordeles de la trashumancia, los desalmados yangüeses del Quijote, la ruta del Cid, Calatañazor y Almanzor, Numancia, los termestinos; leyendas, tradiciones…
Miguel Maderuelo Ortiz
Meditaba sobre los vaivenes de la historia, de cómo pueblos antaño pujantes y esplendorosos, languidecían hogaño cercanos a la extenuación. Por mi mente desfilaban de manera desordenada, en confuso tropel, un cúmulo de sentimientos y recuerdos, de acontecimientos tal vez vividos, quizá imaginados o soñados, y añoranzas de sensaciones no experimentadas que acudían a mí desde algún ignoto tiempo o lugar. En aquel caos se mezclaban la Cabaña Real de Carreteros con las historias del abuelo Francisco; el Honrado Concejo de la Mesta y los indianos que volvían de las Américas con las clases de Geografía e Historia de don Antonio; los fueros, las casas blasonadas y los escudos nobiliarios con las iglesias románicas y los monasterios; los concejos abiertos, las cañadas, veredas y cordeles de la trashumancia, los desalmados yangüeses del Quijote, la ruta del Cid, Calatañazor y Almanzor, Numancia, los termestinos; leyendas, tradiciones…
Miguel Maderuelo Ortiz