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SORIA: HOY EN CLASE DE LITERATURA, EN, DANOS TIEMPO, EN HORTALEZA....

HOY EN CLASE DE LITERATURA, EN, DANOS TIEMPO, EN HORTALEZA. CON LA CLASE ABARROTADA, HABLAMOS DE ESTE HOMBRE NACIDO EN SORIA Y HEROE EN AQUEL MOMENTO TRAGICO DE ESPAÑA.
EL HOMBRE QUE, SALVO LA CULTURA DE SIGLOS DE ESPAÑA, ERA SORIANO. SE LLAMABA. JOSÉ TUDELA DE LA ORDEN.
SORIA DEBIERA SABER ALGO DE ESTE HOMBRE NACIDO AHÍ, QUE SALVO EN LOS MOMENTOS DIFICILES DE UNA GUERRA INCIVIL. TODA LA CULTURA DE SIGLOS EN ESA BIBLIOTECA NACIONAL DE MADRID.
Incunables que preservan la huella y memoria de lo que fuimos.

"Comenzó la operación a contrarreloj. Se embalaron a toda prisa los manuscritos, se aseguraron los archivos, se prepararon cajones de madera como si fuesen ataúdes que custodiaban vidas"
El 17 de noviembre de 1937 Madrid ardía. Las sirenas habían sonado y, como consecuencia, la Castellana quedó envuelta en un estruendo que parecía querer partir, también de manera literal, en dos la ciudad. Aquella tarde, una de las bombas alcanzó el corazón mismo de la cultura: la Biblioteca Nacional de España. El aire se llenó de cristales rotos, de polvo arrancado de las cornisas, de un silencio posterior más aterrador que la propia explosión. Los libros, quietos en sus estanterías, parecían haber contenido la respiración.

En medio de aquel caos apareció una figura serena, un hombre de gafas y gesto firme que sabía bien qué estaba en juego. No eran simples volúmenes los que había que salvar, eran los incunables que habían sobrevivido a siglos de guerras, los códices medievales iluminados por manos anónimas, las cartas y papeles que habían trazado la memoria de un país. El ruido del frente quedaba fuera, pero dentro de aquellas salas se libraba otra batalla: la de impedir que el fuego y el hierro destruyeran, en un segundo, siglos de palabras e ideas.

Fue entonces cuando comenzó la operación a contrarreloj. Se embalaron a toda prisa los manuscritos, se aseguraron los archivos, se prepararon cajones de madera como si fuesen ataúdes que custodiaban vidas. Afuera tronaba la pólvora, dentro se oía el roce de los guantes sobre el pergamino. El hombre sereno tomó una decisión vital: dirigió el movimiento de aquella evacuación con la calma de quien sabe que la prisa es enemiga de la precisión. Cada caja sellada era un compromiso con la posteridad.

"En medio de la barbarie, tuvo la clarividencia de entender que si la guerra arrasaba las palabras, España quedaría despojada de su memoria más íntima"
En la madrugada, los camiones cargados de tesoros librescos salieron rumbo a Valencia, acompañados de una escolta que bien sabía que no transportaba papeles, sino la esencia misma de España.

El director de aquella Biblioteca Nacional era un soriano llamado José Tudela de la Orden. Archivero, periodista, animador cultural en su tierra y principal valedor de Antonio Machado en una primera Soria crítica con el poeta, había llegado al cargo en circunstancias extraordinarias y tuvo que asumir una responsabilidad para la que nadie estaba preparado: convertirse en guardián de los libros de todos en medio de una guerra civil. Y lo hizo. Lo hizo con tal rigor y determinación que, años después, incluso los tribunales franquistas tuvieron que reconocer su labor irreprochable al frente de la institución.

Tudela no se limitó a ordenar traslados: puso en práctica una ética del cuidado que debería figurar en las páginas de oro de la historia cultural de este país. Supo ver en cada manuscrito el latido de una civilización, en cada códice el rastro de un pueblo, en cada estantería el hilo secreto que une generaciones enteras. En medio de la barbarie, tuvo la clarividencia de entender que, si la guerra arrasaba las palabras, España quedaría despojada de su memoria más íntima.

"Hoy, en las salas silenciosas de la Biblioteca Nacional, donde los estudiantes hojean códices digitalizados y los investigadores persiguen huellas de tintas olvidadas, sigue latiendo aquella noche de 1937"
Por eso, cuando recordamos aquel 17 de noviembre, conviene detenerse no sólo en el estruendo de las bombas, sino también en la calma con que un hombre defendió los libros frente al caos. José Tudela de la Orden, el soriano que en Soria había defendido a Machado cuando fue escarnecido por su boda con la joven Leonor, es también el bibliotecario que salvó a Quevedo, a Góngora, a Cervantes, a los cronistas de Indias y a tantos otros de destino incierto. Su gesta, discreta en estos tiempos, pertenece a todos los lectores.

Hoy, en las salas silenciosas de la Biblioteca Nacional, donde los estudiantes hojean códices digitalizados y los investigadores persiguen huellas de tintas olvidadas, sigue latiendo aquella noche de 1937. Cada página que aún podemos leer, cada manuscrito que se despliega ante los ojos de un doctor debe algo a la serenidad de Tudela. Y quizá convenga decirlo con todas las letras: aquel día no sólo se salvaron libros, se salvó también nuestra posibilidad de seguir siendo un país con una memoria escrita. Aquella madrugada, Tudela salvó la Literatura