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Propuestas de cambio

Occidente se ha construido sobre una discusión no menor, y que a muchos les será familiar: la diferencia de los postulados de Parménides y de Heráclito. Es la vía de la verdad, descubrir cuál es el elemento que nos permite analizar correctamente la realidad. Todo permanece, parece que nos rezan nuestros ancianos, todo son los mismos problemas con distintas caras, esta crisis ya la vivimos, para dar la razón a Parménides. Sin embargo, Heráclito nos prevenía contra el obligado cambio de bañador, y nos decía que todo fluye, que no nos bañaremos dos veces en el mismo río y que esta crisis es distinta a todas las demás.
No quiero extenderme en más filósofos que analizan el papel de la voluntad para poder conjurar la profunda crisis moral, política y económica en la que nos estamos entrenando durante esta década de 2010, pero sí quiero hacer un llamamiento a los elementos que debe poseer una solución para nuestros problemas actuales en España. Como dice un nuevo amigo doctor, cuyo hermano, ¡oh casualidad!, está en Ávila, en una joyería; la voluntad, la inteligencia y la variedad están en el éxito de convertir un vicio en un buen hábito.
A muchos españoles equivocados les gustaría ser alemanes, pero si es posible con nuestro clima y nuestra simpatía. Simplemente no se da, y si no fíjense en los croatas, que se consideran los germanos del Adriático, y son sin embargo peligrosamente mediterráneos. Somos españoles y debemos mejorar, como se mejora desde la antigüedad, con mucha voluntad, conocimiento y con riesgo.
Los ingleses en el siglo XVIII se vieron en una terrible tesitura política. Tenían un rey que se comportaba despóticamente, Jorge III, que cuando alguien se le oponía, le otorgaba una pensión real y literalmente le compraba. Algunos decidieron alzar la voz, no porque no les gustase la monarquía, si no el uso despótico del poder. Por eso, esos grandes constitucionalistas ingleses que beben de las fuentes de Locke decidieron que tenían que tener unas instituciones fuertes, sobre todo el Parlamento, y allí siguen desde entonces.
Por ejemplo, esta es una de las reflexiones que deben alimentar el debate sobre la resolución de la crisis. El Parlamento, y eso que tenemos en España una multitud, desde el nivel local al nacional, no es el centro de debate de la sociedad. Ahora todo el mundo sigue las tertulias de los diferentes medios de comunicación como fórmulas para informarse y como auténtico foro que les permite tomar decisiones. Son varios los factores de su éxito. Un formato rápido, unos contertulios bastante inteligentes por regla general, pero que copian las reglas del Parlamento, con un Moderador, unos tiempos de intervención y la presentación de unos puntos de vista que la mayoría de las veces, responden a los de la sociedad y a los de los partidos políticos al uso. Muchas veces, los propios políticos están en estas tertulias, que también se dan a todos los niveles, desde radios locales a televisiones nacionales.
Pero todos sabemos que son unos «Parlamentos de juguete», pero constatamos que los de verdad, a veces, sus debates están alejados de nuestras necesidades y lo que es peor, son inoperantes para resolver los problemas. Acabo de seguir un debate en una televisión, y uno de los participantes, un brillante político, reconocía al final del mismo, que ese gran debate que finalizaba no lo habría podido tener en el Parlamento, por diversas razones; disciplina de partido, agenda prefijada de antemano, y sobre todo algo más fundamental, que el propio Parlamento aprueba o rechaza, todo lo que se le propone desde el Ejecutivo, con lo que se ha convertido sin quererlo, en uno de los juguetes rotos de la democracia. El sistema americano, otorga al Parlamento funciones exclusivas que no puede tener el Gobierno, en la aprobación de unos tipos determinados de leyes, y eso hace que el Congreso sea un verdadero Parlamento. Por eso, he aquí una propuesta de cambio que satisfará por igual a Parménides y a Heráclito, todo permanece y todo puede cambiar, con el objetivo de regenerar España con inteligencia"
José Ramón García Hernández
Fuente Diario de Avila Digital