![Diputación, Todos Santos.](/fotos_reducidas/3/7/8/00462378.jpg)
Hay otros tipos de democracia
La burguesía mundial tiene hoy una ventaja de la cual dejó de gozar desde 1917 hasta 1991. Esa ventaja está concretada en el monopolio de la vida política, en la existencia de un solo tipo de régimen al cual se ha reducido todo el debate ideológico. No hay sino un sistema político que resume y acapara todas las discusiones, apenas aparece un orden político, las asambleas internacionales, sean de los Estados o de instituciones privadas, sean oficiales u oficiosas, analizan y fijan posición sólo frente a un arquetipo político: el de la democracia burguesa.
Los disidentes, insurrectos o descontentos creen tener ellos apenas el derecho de hacer enmiendas a la democracia burguesa. Reproches a la democracia, paños calientes, retoques para mejorar su funcionamiento, reformas incipientes o discretas a ella para moderar sus iniquidades sociales o hacer más llevaderos sus abusos. De allí no pasa la crítica.
No hay, que yo sepa, un estadista, un gobierno, un partido o una secta que presente una alternativa radical, que culmine con la formulación de una propuesta encaminada a sugerir un régimen distinto, con otra lógica, otra moral y otros intereses, capaz de romper a fondo con la democracia burguesa. Sería una democracia socialista, basada en los trabajadores armados, internacionalista y revolucionaria.
Empezar desde ahora
La idea de lanzar una contraofensiva con la presentación de otro tipo de régimen político y de orden económico es ya perentoria. La burguesía transnacional no puede seguir gozando el monopolio de la exclusividad, ni asentándose sobre el complejo que impone silencio o excesiva prudencia a sus adversarios. Retornar a la palestra, reanudar la pelea histórica que comenzó en 1848 con las revoluciones obreras de Europa.
Debería empezarse por el señalamiento que se desprende de la dialéctica de Hegel, si todo cambia y se niega, si la contradicción es la ley cimera de la vida, la democracia burguesa es apenas una categoría histórica, una tesis que debe suscitar una antítesis para encaminarse a la síntesis. La negación, superación y tránsito de la democracia burguesa ha de estar en una democracia revolucionaria que, levantando la bandera de la fraternidad entre los pueblos, sea una tea que avanza hacia todas las latitudes. La democracia revolucionaria se sostendría sobre masas armadas que organicen ellas, desde abajo, los fundamentos de un orden nuevo y llamen a todos los pueblos a juntarse en la cruzada final.
La burguesía mundial tiene hoy una ventaja de la cual dejó de gozar desde 1917 hasta 1991. Esa ventaja está concretada en el monopolio de la vida política, en la existencia de un solo tipo de régimen al cual se ha reducido todo el debate ideológico. No hay sino un sistema político que resume y acapara todas las discusiones, apenas aparece un orden político, las asambleas internacionales, sean de los Estados o de instituciones privadas, sean oficiales u oficiosas, analizan y fijan posición sólo frente a un arquetipo político: el de la democracia burguesa.
Los disidentes, insurrectos o descontentos creen tener ellos apenas el derecho de hacer enmiendas a la democracia burguesa. Reproches a la democracia, paños calientes, retoques para mejorar su funcionamiento, reformas incipientes o discretas a ella para moderar sus iniquidades sociales o hacer más llevaderos sus abusos. De allí no pasa la crítica.
No hay, que yo sepa, un estadista, un gobierno, un partido o una secta que presente una alternativa radical, que culmine con la formulación de una propuesta encaminada a sugerir un régimen distinto, con otra lógica, otra moral y otros intereses, capaz de romper a fondo con la democracia burguesa. Sería una democracia socialista, basada en los trabajadores armados, internacionalista y revolucionaria.
Empezar desde ahora
La idea de lanzar una contraofensiva con la presentación de otro tipo de régimen político y de orden económico es ya perentoria. La burguesía transnacional no puede seguir gozando el monopolio de la exclusividad, ni asentándose sobre el complejo que impone silencio o excesiva prudencia a sus adversarios. Retornar a la palestra, reanudar la pelea histórica que comenzó en 1848 con las revoluciones obreras de Europa.
Debería empezarse por el señalamiento que se desprende de la dialéctica de Hegel, si todo cambia y se niega, si la contradicción es la ley cimera de la vida, la democracia burguesa es apenas una categoría histórica, una tesis que debe suscitar una antítesis para encaminarse a la síntesis. La negación, superación y tránsito de la democracia burguesa ha de estar en una democracia revolucionaria que, levantando la bandera de la fraternidad entre los pueblos, sea una tea que avanza hacia todas las latitudes. La democracia revolucionaria se sostendría sobre masas armadas que organicen ellas, desde abajo, los fundamentos de un orden nuevo y llamen a todos los pueblos a juntarse en la cruzada final.