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SORIA: A pesar de Yolanda, bien poco sabíamos de la niñas;...

A pesar de Yolanda, bien poco sabíamos de la niñas; es de suponer que tampoco ellas sabrían mucho más de nosotros. Sí teníamos conocimiento de su existencia, pues quién más, quién menos, teníamos hermanas, o vecinas, o primas como el afortunado de Juanillo, que no todo el mundo podía presumir de una prima de Madrid, con los ojos verdeazulados y el pelo castaño, tirando a rubio. Las niñas iban a colegios sólo para niñas –algunos de monjas-, y los niños a colegios sólo para niños –algunos de frailes-; las niñas jugaban con otras niñas a juegos de niñas, y los niños con otros niños a juegos de niños. Sabíamos, porque se veía a simple vista, que nos parecíamos en pocas cosas: que tenían dos piernas, dos brazos, y de los hombros les asomaba una cabeza con dos orejas, más o menos como nosotros. Pero, en lo demás, sí eran algo raras, muy diferentes a cualquier chaval. Porque llevaban el pelo largo, con dos trenzas, o una cola de caballo; y en las orejas se ponían pendientes, y llevaban faldas, y bragas, que se las vimos una vez a la Pili, cuando estaba subida en lo alto del refugio de San Nicolás, el que hicieron cuando la guerra; además se pasaban toda la tarde cortando recortables o jugando a juegos que no debían ser muy divertidos, que si a la comba, que si al calderón con el tejo, que si a las muñecas… O ayudaban a sus madres a barrer, como contaba Paquillo que hacía Arturo, Arturito, el chivato del cole, el que luego tocó en la rondalla. Como nunca jugaban a las bolas, no podían saber, las muy ignorantes, que las de cristal valían por cuatro de barro, y las de piedra, por ocho, y los pimpines o las de cristal de colores por dieciséis. Qué iban a saber ellas jugar al oillo - ¿vendría, quizás, de hoyillo?- ni cuándo había que meter un número de bolas pares o nones, ni de que se golpeaba a las bolas después de soltarlas con el pulgar apoyándolas contra el índice mientras se decía: una, tan y pique; dos, tan y pique, y tres tan y pique.