Segovia es
ciudad de
antigua historia. Algunas
esculturas zoomorfas de tosca factura confirman unas remotas raíces celtibéricas; el magnífico
Acueducto y otros muchos vestigios de la misma época, su integración en el imperio
romano; y las
necrópolis visigodas halladas en lugares cercanos, el asentamiento de
pueblos germánicos.
Sobre su
nombre, el profesor Guillermo Tejada Álamo considera que es un hidrónimo prerromano, seguramente celta, formado por "Seg-" (o "Sek-")..., bien como "corriente o curso de..." o como "cauce" y, por extensión, "
valle de"..., y "ovia" (o "avia"), de "au-a"o "av-a"...,"
agua" o "
río"; de ahí que vendría a significar: (junto al) "río", o "valle de río".
La ausencia de restos arqueológicos musulmanes y la existencia de uno de los más ricos conjuntos
románicos de Europa apoyan la tesis de los historiadores que sostienen que la ciudad fue abandonada tras la invasión islámica y repoblada, a partir de los años finales del
siglo XI, por cristianos procedentes del
norte de la península y de allende los Pirineos, dirigidos por el yerno del rey
Alfonso VI, Raimundo de Borgoña, y por el primer
obispo de su reconstituida diócesis, el también francés Pedro de Agen.
El período final de la Edad Media fue tiempo de esplendor para Segovia: colonizó un amplio territorio, sobre el que se extendió su Comunidad con límites a ambos lados de la
Sierra; acogió una importante aljama hebrea que al final hubo de confinarse en la
Judería; sentó las bases de una poderosa industria pañera que haría su fama en
siglos posteriores; recibió la impronta del
arte gótico que dejó en ella
monasterios y
conventos notables; fue corte de
reyes de la
Casa de Trastámara y, finalmente, el 13 de diciembre de 1474, sus gentes fueron las que proclamaron
reina de Castilla a
Isabel la Católica.
Familias aristocráticas y orgullosos fabricantes de paños compitieron a lo
largo de los siglos
XVI y XVII en la
construcción de
palacios urbanos a los que daban prestancia
patios y
jardines de líneas renacentistas y delirantes
blasones barrocos.
Pero la derrota de las
ciudades castellanas en la
Guerra de las Comunidades, en la que las milicias segovianas, capitaneadas por
Juan Bravo, tuvieron un papel destacado, y el desplazamiento hacia el sur del
centro de gravedad de la economía española a raíz del descubrimiento de América, iniciaron una decadencia que no pudieron detener los Borbones ni con los
Reales Sitios -La Granja,
Riofrío- que alzaron en los
alrededores, ni con la
Academia de
Artillería que establecieron en la ciudad.
Al empobrecimiento subsiguiente, incontenible en un siglo XIX en el que Segovia supo de ocupaciones francesas y carlistas, se debe en buena medida el que esta ciudad, una de las que mejor ha sabido guardar entre sus gastadas
piedras la esencia de Castilla, haya llegado hasta nosotros con su belleza apenas alterada.