Una vez pasadas las fiestas, el pueblo queda como noqueado en un compás de espera de esas largas y frías noches de invierno donde ya no aparecen ni los gatos. Mientras se aprovecha el veranillo dando un paseo hasta el pueblo vecino (Galindo) que cada vez parece que lo hacemos más nuestro al ser su carretera mucho más tranquila que la de Rollán, otros, los que se sienten más ligeros, continúan fieles al paseo hacia la estación, parece como si la división de caminos estuviese en función de la edad, ... (ver texto completo)