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LAGUNILLA: LA CASA...

LA CASA
No todos los inmuebles dedicados a vivienda son iguales, aunque suelen tener unas características comunes. En el caso de nuestro pueblo, siguen un patrón muy similar al de otras localidades serranas de la provincia, incluso de otras partes de la piel de toro.
Al tratarse de una zona de media montaña, donde generalmente el tiempo lluvioso y frío predominaba y el modo de vida de sus habitantes era el campo, las viviendas seguían unas pautas en las que, por una parte, traban de aprovechar el espacio útil del solar donde se levantaban y, por otro, defenderse de las inclemencias del tiempo.
Al contrario que en los pueblos del llano provincial, en el nuestro, las viviendas carecen de corrales y patios, se construían formando un núcleo donde las calles son estrechas, tanto que casi se tocan los aleros de los tejados, circunstancia que facilitaba la protección ante los rigores de sol de julio y agosto. Tampoco existen en el interior del núcleo urbano las cortinas que, en otros lugares, servían de huerto o para encerrar animales. Quienes poseían muchas vacas, por ejemplo, las encerraban en otras construcciones que se denominan casillones, solo esos seres moraban en ellos. Encima o sin solución de continuidad se encontraba el pajar y granero, había calles donde esta construcción ganadera era única.
Como todavía puede observarse, el entramado urbano aparece apiñado, en nuestro caso, no es alrededor de la iglesia o de un castillo. Lo es, en torno a la irregular e inclinada plaza Mayor que, aunque es alargada, presenta diferentes anchuras entre la parte alta y baja, con un estrechamiento central que da la sensación de que fueran dos las plazas existentes en la zona.
El pueblo, asentado en la cara norte del Balcón de Extremadura, se desparrama longitudinalmente y en paralelo a las curvas de nivel, por la suave ladera que culmina en el arroyo que pasaba junto a la antigua fuente de El Guijo (creo, que el regato se llama de La Rosancha), lo que supone que las casas, en algunos casos, tengan acceso por una calle a nivel de tierra y por la opuesta, en distinta cota, se acceda al corral o cuadra. Visto desde el aire, da la sensación estuvieran situadas en una gran grada que, desde la carretera, desciende en sucesivos escalones hasta el valle por el que circulan las aguas de arroyo citado.
Las calles son estrechas y sinuosas, estaban empedradas y ello evitaba los barros del invierno; pero para caminar con tacones, las féminas, debían hacer equilibrio; carecían de redes para evacuar las aguas pluviales, por lo que cuando llovía las mismas se convertían en verdaderos arroyos, por la superficie también fluía la excedente de las fuentes públicas. Otras calles, desde la parte alta del pueblo, cruzan en perpendicular a las anteriores y van a morir en las partes más bajas del pueblo, la Iglesia o el propio regato tantas veces aludido. Quizá la más larga sea la denominada como Mayor; abundan los estrechamientos y ensanches por todo el núcleo formando plazuelas, en las cuales se hallaba la fuente pública de agua abundante para personas y ganados.
Obviando más detalles de la configuración urbana de Lagunilla, quisiera centrarme en lo que he observado en las viviendas. No en las modernas de las ampliaciones urbanísticas de la Rosancha o de la zona de la Ermita del Cristo, o de la que en el centro fueron reformadas o construidas de nueva planta. Mi interés trata de centrarse en cómo eran las que constituían el núcleo de los años 50 y 60 del siglo pasado, donde las características de la mayoría serían muy similares.
Estas viviendas tenían dos o tres alturas. De planta baja, también las había, las menos. En muchas de ellas, el acceso, era común para personas y bestias; pero en otras, la entrada de unos y otros era independiente. Incluso si estaban situadas en una ladera, más o menos pronunciada. La entrada a la parte ocupada por los humanos era por una calle y la de los animales por otra, también se podía entrar desde la misma calle, con entradas diferenciadas.
Los inmuebles se construían con piedra, sin atender mucho al grosor y regularidad de las mismas. Para las jambas, dinteles y alféizar de puertas y ventanas se utilizaba el granito en bloques regulares, grandes y cortados para ese propósito concreto, al igual que para dar consistencia y realce a las esquinas. La mayor parte de ellas estaban enfoscadas por un revestimiento de mortero y encaladas en blanco o pintadas en tonos grisáceos que las protegían del agua. Para esta misma protección, en la zona de hostigo, se podían adherir tejas u otro material impermeable. Para la parte superior, en aquellas zonas no castigadas por la lluvia, las había tenían un entramado de madera de castaño con adobe o piedra más pequeña, en algún caso también de ladrillo, material escasamente utilizado. Junto a la entrada, a derecha o a izquierda, incluso a ambos lados estaba el poyo de cantería que servia para que la gente se sentara al sol o a la sombra, según la época, y donde se juntaban familiares y vecinos en distendida tertulia.