Eran las tres de la madrugada. Todo el
pueblo dormía. Tan sólo Urbano, como un alma en pena; deambulaba abajo, en el
patio. Entraba y salía de la
bodega ordenando la carga que iba a llevar a Béjar: banasta de higos, un cesto de tomates; patatas unas pocas y, al antojo de la necesidad, algunas otras cosas. Todo se hallaba ya listo, descansando en el suelo del patio.
Han dado la luz de la salita. Es Juana que se levanta y se calza unas zapatillas. Se tuerce su cuerpo frente al hogar y prende una
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