GREDILLA DE SEDANO: Me ha encantado tu historia. Gracias por compartirla.

Hace un siglo, en la comarca que ahora atienden Maxi y Miguel Ángel había decenas de curas, un equipo bien provisto que velaba por las necesidades espirituales de la comunidad y anotaba con cuidada caligrafía los pormenores de su pequeña historia: nacimientos, bodas, defunciones. Pero llegaron la guerra, la despoblación, esos momentos en que la Historia con mayúscula cambia de postura, y los pueblos se fueron vaciando. Los curas también desaparecieron poco a poco hasta que quedaron sólo dos. Hoy, Maxi Barriuso y Miguel Ángel Moral llevan 43 parroquias de Burgos, pertenecientes al arciprestazgo del Ubierna y el Úrbel, y se multiplican para continuar la tarea de aquellos lejanos antecesores en la labor pastoral. Aquí, el sacerdocio no es sólo cosa de predicar, consagrar o confesar, sino también de conducir muchos kilómetros, diseñar horarios que parecen rompecabezas y, cuando se tercia, retejar alguna iglesia.
En la casa parroquial de Sedano, los añejos libros de registro forman una larga hilera, como una biblioteca que se ha ido ampliando con sucesivas herencias. Algunos corresponden a poblaciones ya desiertas, porque las parroquias subsisten cincuenta años a partir de la desaparición del último habitante, pero eso no significa que no haya actividad. «Hemos tenido bautizos en pueblos deshabitados. Aquí ha venido a bautizar sus hijos gente de Holanda, de Alemania o de Inglaterra, descendientes de tercera y cuarta generación», explica Miguel Ángel. Echando por lo alto, habrá unos 300 habitantes en invierno, cuando el frío congela la cera de las velas y obliga a ponerse dos pares de calcetines para dar misa, incluso a trasladarla a locales alternativos, más cálidos que las iglesias de gruesos muros. Son ceremonias, a veces, para tres o cuatro feligreses. Pero, en verano, la comarca florece y la población supera cómodamente las 3.000 personas: los grupos de niños vuelven a correr por las calles de Sedano y las parejas de turistas se dedican a fotografiar los dólmenes y el románico, vestigios de remotos momentos de esplendor. «Estamos en una franja con menos de seis habitantes por kilómetro cuadrado, pero en verano aquí hay ingenieros, médicos... De todo menos astronautas», bromea Miguel Ángel.
Los curas tienen que refinar su organización en esta época, cuando entra en vigor su horario de verano. Las 43 parroquias están repartidas en seis categorías: en un extremo estaría Sedano, con misa todos los sábados y domingos, y en el otro lugares como Mozuelos, que sólo resucitan en las fiestas patronales y acogen entonces su única eucaristía anual. La actividad se incrementa hasta tal punto que Maxi y Miguel Ángel necesitan sacerdotes de apoyo, pero eso no les evita las prisas para llegar a tiempo a todos sus compromisos: algunos pueblos están separados por más de cuarenta kilómetros, que con esta orografía bien pueden suponer una hora de coche. Los dos curas son conductores consumados: «Yo hago 40.000 kilómetros al año, una vuelta al mundo», detalla Miguel Ángel, que vive en Burgos y va y viene desde allí, mientras que su compañero permanece en la comarca de viernes a domingo. «Lo bueno es que, aunque lleguemos tarde, nadie se enfada», sonríe Maxi. A las misas regulares se suman las ceremonias especiales: este año han tenido cuatro bautizos, dos bodas y quince entierros. Resulta tentador sacar alguna conclusión lúgubre de este balance, pero en realidad ocurre que la costumbre de la incineración ha disparado la cifra de sepelios, ya que hay más familias que deciden llevar los restos al lugar de origen del difunto.
Estos días, los párrocos andan liados con la lotería de Navidad, esas participaciones de cuatro euros con cincuenta, más cincuenta céntimos de recargo, que sirven para pagar buena parte del recibo de la luz. En las 43 parroquias se cuentan nada menos que 60 templos, con los achaques propios de los siglos, y administrarlos puede dar muchos quebraderos de cabeza. «La tasa de residuos cae en todas las parroquias, aunque no tengan ingresos. Muchas de las que tenemos en ruinas también pagan esa tasa, incluso un humilladero de cuatro metros cuadrados que hay en Santa Coloma. Y los cementerios, claro», se queja Miguel Ángel. Los curas insisten una y otra vez en que el mantenimiento de todo este patrimonio resultaría inviable sin los vecinos, siempre dispuestos a complicarse la vida si es por su iglesia: «Yo siempre digo que esto es la Liga de la Gente Extraordinaria -se admira Miguel Ángel-, con personas heroicas que cuidan a los mayores, limpian las calles y nos echan una mano a nosotros. Si no, no llegaríamos». Él nació hace 42 años en la ciudad, Burgos, en el barrio obrero de Gamonal, pero ya ha pasado por otros destinos rurales como Valle de Manzanedo o Villarcayo: «En los pueblos -resume- ves la familia cristiana de manera más inmediata».
Agua, campanas y curas
Sus palabras se refieren a gente como María Ruiz, la tendera, que se ocupa de recogerles el correo, tocar la campana para llamar a misa y avisarles si muere alguien. La mujer, que se apresura a cortar cecina y jamón para que almuercen los forasteros y les enseña fotos de su pueblo, Orbaneja del Castillo, aprovecha la ocasión para entregarle a Maxi un recibo de Movistar. O como Ángel Ruiz, de Moradillo de Sedano: su madre fue sacristana durante cuarenta años y él creció al lado de la iglesia de San Esteban, con el pantocrátor del pórtico y las arpías y quimeras de los capiteles como vecinos más cercanos. Ahora, jubilado de un almacén de papel de San Sebastián, se encarga de atender a los visitantes durante el buen tiempo. «Vienen de Inglaterra, de Bélgica...», se enorgullece. Al fin y al cabo, presumir de la propia iglesia es un rasgo de esa cultura tradicional que Maxi, de 59 años y natural de San Mamés de Abar, resume en una frase socarrona: «Lo mejor de cada pueblo siempre es el agua, que sabe mejor; las campanas, que se oyen desde el pueblo de al lado, y el cura que se marchó, porque el de ahora nos lo ha cambiado todo». Él, por cierto, reserva un elogio personal para las iglesias de la zona: «En muchas no hay cobertura de móvil».
Los párrocos se paran a hablar con Feli Santidrián, que nació en Nocedo -todo el mundo señala vagamente hacia arriba al citar el pueblo, así que el visitante supone que está en la montaña- y, aunque vive en Vizcaya, no escatima alabanzas hacia los dos curas: «Maxi es, no diré un icono, pero sí todo un símbolo. Y es además el cura viajero: él se ocupa de preparar los viajes y las peregrinaciones. Y Miguel Ángel es joven y sabe transmitir. Aunque no vivimos aquí, tenemos la suerte de oírle cuando venimos. El año pasado, al marcharnos, dijimos: ¡nos vamos llenos espiritual y ecológicamente!». Pero ni las maravillas de la zona, en pleno Parque Natural de las Hoces del Alto Ebro y Rudrón, ni ese alimento espiritual que aportan los curas bastan para insuflar nueva vida a una comarca que, sí, en vacaciones recupera población, pero cada vez menos. «Cada verano hay menos gente -constata Maxi-. Antes, cuando moría alguien, se decía que la casa se cerraba. Ahora, además, se le suele colgar el cartel de 'se vende'».
No faltan, eso sí, los fieles a la comarca, como los Delibes, cuyos miembros siguen reuniéndose por docenas en la casa familiar: «Yo tengo 50 años y nací ya veraneando en este pueblo. Me siento un poco de aquí», dice Adolfo, hijo del escritor. Es difícil pasar más de diez minutos en esta comarca sin que alguien te cuente cómo el joven Miguel Delibes hacía cien kilómetros en bicicleta desde su lugar de veraneo, Molledo, en Cantabria, para ver a la que después se convertiría en su mujer, Ángeles, que pasaba las vacaciones en Sedano, y también resulta habitual que te señalen a alguien por la calle y te expliquen que es pariente del señor Cayo, el del disputado voto, pero en su versión de carne y hueso. En la novela de Delibes, por cierto, el señor Cayo evocaba a Don Mauro, párroco «alto y seco como un varal, con las gafas así de gordas» que en la Guerra Civil daba aviso con la campana para que los vecinos se escondieran: «Por aquellos entonces -aclaraba el hombre a un forastero-, en el pueblo había cura fijo, ¿sabe?».

Me ha encantado tu historia. Gracias por compartirla.