Además, aunque fue restaurado entre mediados del xix y el primer cuarto del siglo xx (especialmente por parte del arquitecto abulense Enrique María Repullés y Vargas), tuvo la fortuna de ser el primer
edificio español en el que se intervino con criterios respetuosos, al contrario de lo que era habitual en la época, en la que los restauradores intervenían a su antojo, dejando los
edificios en muchos casos desfigurados –un ejemplo paradigmático de esto último fue lo ocurrido en la
iglesia de
San Martín de Frómista, en
Palencia–.