TURON: Las manchas que Julia Odalisca tenia en el rostro eran...

-Ven que te seque y te caliente un poco.

-Si no tengo frio, mujer, si no tengo frio.

Mas al norte, cerca ya de las fuentes, incesantes en su preñar de vida el arroyo, Clara Luz Fernandez Moro terminaba el caldo de gallina vieja, con tomillo y regaliz, para la tos perseverante.
Hasta Clara Luz tambien llegaba, como un suspiro sublime, el magico encanto de aquella musica dulce, delicada, como uno de esos hilos de plata en el amanecer del bosque.
-Abra un poco la ventana, abuela, que ya esta sonando el violin.
-Hace algo de frio, hija.
-Pues me echa usted otra manta por encima.
Al escuchar el violin, a Clara Luz se le iba la sensacion de estar de mas en el mundo, sensacion que a menudo sentia desde la noche de boda. Al escuchar el violin de Juan Jacobo, a Clara Luz le subian por el pecho los respingos, que son como los resalvos de la esperanza.
Todo esto ocurria en el poniente del pueblo, a donde llegaba mas nitida la musica del violin del sobrino del maestro.
Seguia lloviendo sobre los vivos y tambien sobre los muertos del camposanto que reventaban las tumbas e iban surgiendo, imperceptiblemente, en forma de ortigas silvestres.
Juan Jacobo terminaba los compases de La noch ajeno a la realidad de todo aquel auditorio.
En el piso de abajo de la escuela, Conrado y Remedios, abrian su corazon, conjuntamente, a viejos apetitos. Y muy cerca de ellos, en el cuarto pareñado, la joven Felicitas deseaba, con impetu irreverente, convertirse en violin y sentir las caricias de su primo eternamente (estrellas que perduran en los cielos inmutables, por los siglos de los siglos, amen Felicitas)

Se ha roto el cielo en mil pedazos y por sus cisuras cae el agua sin cesar a lo largo de toda la tierra y puede que tambien sobre la inmensa llanura del mar.

Los pies de Efren Alonso del Valle se hundian en la tierra barrosa del huerto de la Posada. Efren sentia llover de prisa sobre el capote aguadero. Tanteo la pared y trepo, piedras arriba, hasta la ventana del cuarto de Maura. Lo ofuscaba la magia de aquel sueño y sentia como la noche le iba dictando, con voz de lluvia, los pensamientos.
Toco varias veces en el cristal. Mauricia, aun vestida, acerco el candil a la ventana y se persigno tres veces (no podemos saber si por su asombro o por agradecimiento al cielo).
-Anda, entra.
-Vengo, Maura, empujado por el ansia...
-Calla esa boca.
Llegaba Efren al cuarto de Maura como escupido por la noche, empapado, con la hinchazon de lo mal soñado en los ojos y la zozobra entre las piernas.
-No pareces extrañada.
¿Como podia extrañarse Mauricia por algo que habia deseado en tantas ocasiones? Al contrario, se torno humeda como la noche.
-Vengo a escuchar de cerca esa musica que tienes en las caderas.
Efren Alonso del Valle y Mauricia Costales de Caso, viuda de Orestes Tablon, sintieron sus voces como ajenas, incontrolables, calientes. Ni el uno ni la otra sabian, de aquella historia, donde estaba el principio y donde el final.
Mauricia colgaba el capote de lona de Efren cuando sintio la gelidez de unas manos acariciando su cuello. Se estremecio. A Efren le ardian los ojos de amanecer. Y las palabras fueron surgiendo, quedas, calmosas. Y el amor fue deteniendo las horas para que aquel hombre y aquella mujer se eternizaran en cada momento. Se enredaron sus cuerpos, ya desnudos, y la alianza se hizo sublime. Las almas volaron hasta una esquina sombria del cuarto y los corazones sintieron muy cerca el final del mundo. Repicaba la lluvia en los cristales, que mas bien parecian lienzos rasgados por el viento.
Mauricia y Efren vivian uno de esos momentos sostenidos en el tiempo por los invisibles hilos de la melancolia, uno de esos momentos en que los rasgos fisicos de los rostros enamorados se tornan etereos y las arrugas, las contradicciones, las estrias que rodean la mirada y hasta los pomulos sofocados pierden su temporalidad y, desde esa irrealidad,, configuran la autentica expresion del amor.
Sobre el crujiente colchon de hojas se buscaron uno al otro, impaciente él por entrar en ella, ansiosa ella por recibirle a el. Y el deseo de los dos se fundio en un sollozo prolongado que sacudio sus cimientos.
Mientras esto ocurria, en el huerto encharcado, los sapos lanzaban su mexacan al viento para bautismo de los recien amados.

La lluvia llenaba de himnos el callejon de la casa de Praxedes Moro y Rufo Fernandez. Praxedes (niebla y leyenda) y Rufo (temple y carbon), con la ventana del callejon entreabierta, sentian como se les iba arrugando la vida.
-Es como si los corazones ya no funcionaran con sangre sino con lluvia.
¿Por que dices eso mujer?
- Porque laten sin proporcion, descompuestos por tanto barro y no crian sino inclemencias.
-A don Jacinto parece preocuparle que no termine de alejarse el peligro.
-Tambien a mi me preucupa, Rufo, tambien a mi me preocupa.
Se habian extinguido las llamas de los lares. Ya las xanas se descolgaban por las chimeneas y ensayaban nuevos pasos de danzas primas sobre el calor de las cenizas.
Sobre Peñafonte (con letanias de lluvia) se iba tejiendo la maraña del sueño.
-Parece que con la lluvia anda uno mas desganado.
-La lluvia es el aburrimiento mismo que toma cuerpo.

Habia dejado de llover. Era la hora incierta del amanecer. Las nubes se iban destrizando poco a poco. Habia retales de niebla desperdigados por los castañedos de Cueres. Un manto de vapor ascendia desde la hiojarasca buscando la luz.
Alla iban los mineros, pateando el barro, a tomar el camine de Riofarta, en direccion a las frondas de Cueto Moran, en donde se abria, osada, la mina de San Roque.
Iban silenciosos, aspirando el rocio, tadavia calientes las imagenes del sueño.
Peñafonte quedaba atras, desperezandose aun, respirando ya sus chimineas el humo blanco de las primeras lumbres.
La mina de San Roque pertenecia a la Compañia Minera del Norte, propiedad de unos ingenieros ingleses. En ella trabajaban unos cincuenta obreros, entre interior y exterior. El lavadero aprovechaba uno de los arroyos que nacian en las cascadas de Riofarta y en el trabajaban algunas mujeres y niños.
La mina de San Roqueno no era de las mas inseguras de la region. Desde su fundacion, a cargo del marques de Comillas, se habia cobrado diecisiete victimas (no llegaba a un muerto por año). Habia minas que no bajaban de doce muertos al año.
En las ultimas huelgas de la mineria habian sido despedidos, en toda la region, mas de cuatro mil obreros.
En las minas de la Compañia no hubo despidos, pero si, a cambio, un aumento de media hora en la jornada de interior y de una hora en el exterior, ademas de una reduccion de dos pesetas en el jornal. Los jornales de San Roque estaban en diez pesetas y veinticinco centimos para el interior y en siete pesetas y noventa y cuatro centimos para el exterior. Las mujeres cobraban una peseta menos y los niños, hasta los trece años, veian reducido su jornal en una peseta y ochenta centimos.

Frutos Carralon, hombre pacato y de poco hablar, superviviente de cuatro desprendimientos, encabezaba el grupo de mineros que subia hacia Cueto Moran.
A su espalda, el indolente Haroldo Fernandez Paz, grande como un desconsuelo, saboreaba aun el beso en la frente de Maria Gloria. A Haroldo le reconfortaba sobre manera el beso que cada mañana, antes de partir, le dejaba en la frente su esposa Maria Gloria. Lo reconfortaba incluso mas que cantarle las cuarenta al arriero Juan Villamanin.
Al lado de Haroldo iba Placido, el padre (entre otros y otras) de Digna Emerita. Placido Tuñon, antes de entrar a trabajar en la mina, habia sido calderero (o leñador, que tambien asi se decia), pero se conoce que no se rompian lo suficiente los peroles y las calderas como para dar de comer a toda la familia.
Efren Alonso le iba relatando a Eliseo, el poeta, los pormenores de la magica noche con Maura. Lo hacia en voz baja, para que ninguno mas se enterase.
- ¿Y Digna Emerita?
-No fastidies, Eliseo. Ya te dije que nada tiene que ver.
Y Eliseo, segun iba hablando su amigo, intentaba carear o contraponer (o afecto, o entusiasmo, o querencia) con delirio (o carnalidad, o arrebato) y todo le parecia entrar en el mismo saco. Y pensaba entonces en los mirares y en los andares y en los decires de Alvarina Odalisca y todos los adjetivos le venian bien para describir lo que sentia por ella. Y, una vez mas, no entendia los distingos que en el tema del amor hacia su amigo Efren.
El patiestevado hijo de la partera, Ceferino Garcia, se limpiaba el rocio de las cejas con el dedo pulgar.
Roberto Belarmino, el mayor de los mellizos, se rascaba la hoja de higuera mientras se preguntaba a si mismo cuantos años mas tendria que recorrer aquel camino de Riofarta para ganarse la vida. La idea de quedar algun dia enterrado rondaba su cabeza como rondaba siempre, en algun momento, la de cualquier minero.
Adrian Odalisco, el primogenito de Julia Odalisca, pensaba en la viuda Dulce Nombre de Maria.
Al azarado Adrian le habia parido su madre, la muy impaciente, en el banco de la Ermita, durante la novena de Santa Rita.
-Es por eso que salio tan supersticioso y amilanado.

A Adrian le gustaba mucho la viuda Dulce, pero se le hacia demasiado inalcanzable. El era el hijo de la mujer mas pobre de Peñafonte y ella la hermosa viuda de don Lazaro Alonso. (Hay sueños que solo sirven para apurar el tiempo).
Juan Damasaceno, imperterrita expresion, mirada siempre inmovil, intentaba conjurar su preterito imperfecto. (Hay pensamientos que son como telas de araña y hombres a quienes pesan sus recuerdos de forma desatinada, quiza porque no encuentran ordenados todos los eslabones de la cadena, pues cadenas son las vidas de los hombres, para unos simples brejuquillos que llevan con indiferencia, para otros calamiyeras que soportan con resignacion ejemplar y para algunos, como Juan Damasceno, estrenques penosos que provocan la constante rebelion contra uno mismo).
- ¿Que tal paso Clara la noche?
- Tosiendo mucho.
Rufo Fernandez llevaba la mina en las cuencas de los ojos. Brillaban con el rocio sus cicatrices azules. El aire frio le entraba por la nariz, se cristalizaba y le goteaba por los arcos de las aletas agrietandole los labios.
Rufo Fernandez, ademas de en sus ojos, tambien llevaba la mina en sus pulmones.
Se apartaron del camino de Riofarta y tomaron un sendero estrecho, que cruzaba las frondas de Cueto Moran.
Ante ellos se alzaba, sobre las matas de los ligustros, los eucaliptos erguidos hacia un cielo que empezaba ya a clarear.
El barro recibia sus pasos y los enterraba despues. Aquellos hombres iban esparciendo sus huellas siempre por los mismos leganales.
Pronto aparecieron los prados llamados de Rocellanos. La explotacion del carbon de toda aquella zona habia sido cedida por Lazaro Alonso al marques de Comillas. Desde la muerte de Lazaro, su viuda, Dulce Nombre de Maria, recibia los arriendos de la Compañia de Minas del Norte.
A las siete de la mañana todos los picadores, paleros y vagoneros debian estar en sus puestos de trabajo. Siete horas y media de fatigas. No contaba el tiempo desde la bocamina hasta el tajo. Desde Casares y Pedregal algo mas. De Santibañez, a dos horas de camino, venian pocos.
En San Roque habia dos bocaminas (la Nueva y la Vieja o de los Raposos). Cada una constaba de la galeria principal, que descendia en suave pendiente, y varias galerias transversales, algunas de las cuales comunicaban la Mina Nueva con la Mina Vieja. Esta ultima tenia galerias hasta de un kilometro.
Todo era como un bostezo amargo de la tierra verde.

Las gentes del lavadero (ancianos, mujeres y niños) entraban una hora mas tarde y salian casi al oscureceer, cuando entraban los entibadores o mamposteros. Por la noche realizaban su faena barrenistas y dinamiteros.
El capataz, Avelino Llaneza, iba contando las lamparas y los mineros se iban perdiendo, con traviesas y railes, entre cuadros de madera que sujetaban la tierra pizarrosa.
A Eliseo Fernandez, cuando entraba en la mina, se le ocurrian versos muy estimables, pero como no podia anotarlos acababan siempre por olvidarsele.
-Te quiero con melancolia y le pido al cielo que nos una antes de que mi fuerza decrezca, antes de que se marchite mi gracia. Mientras, guardare tu suspiro bajo esta tierra que me amenaza la vida.
Al final de la galeria, cada picador subia a su rampa, donde tenia el corte la veta. Con el pico se iba arrancando el carbon que caia rodando a la galeria. Alli los paleros lo iban cargando en las vagonetas tiradas por mulas que conducian los vagoneros.
El ruido constante de picos, hachas y vagonetas rebotaba por las paredes que sudaban aturdidas por el estrepito. Los hombres, con el torso desnudo, tambien sudaban y aspiraban el polvo que soltaba el carbon.
Las rampas eran de la altura de la veta, por lo que el minero debia picar de rodillas y de rodillas debia tambien preparar la madera, con el hacha, para ir sujetando el escombro del techo.
Era una lucha tenaz con las entrañas de la tierra que, a veces, rugia y se estremecia como una bestia herida. No habia tiempo para pensar en otra cosa que no fuera la dureza de la veta, la madera demasiado humeda, la chispa que pudiera hacer explotar el grisu (agazapado entre las grietas del techo), las corrientes de agua inesperadas o algun costero traidor.
Juan Damasceno, mientras escupia el polvo y se secaba el sudor de la frente, dejo que una imagen fresca y furtiva llegara hasta su cabeza.
A unos el cansancio les agota la memoria, a otros les ofusca el cerebro y el aire se les llena de extrañas pesadillas. Juan Damasceno, cuando sentia el cansancio morderle los huesos, cerraba los ojos e imaginaba los chorros de las casacdas de Riofarta cayendo sobre su cabeza. Cuando esto hacia siempre llegaban hasta su lado deseos y pensamientos viejos y soterrados.
Penso en Maria Dulce.
-Tengo que volver a verla. Necesito verla.

Afuera, el alba riscaba las ultimas sombras. Comenzaba la adtividad en los lavaderos.
El capataz, Avelino Llameral, observaba la faena desde su pequeña caseta. El capataz era un hombre de muy buen corazon y de sanas y ocurrentes inclinaciones. Era una suerte para aquellas gentes de San Roque tener un capataz tan noble y bondadoso como Avelino Llamedal.
-Don Avelino, que la vagoneta me ha espachurrado un pie.
-Anda, pasa a la caseta que te cure y tes vas a casa. Yo te apuntare el jornal.
-Don Avelino, que se me ha caido la merienda al lavadero.
-Anda hijo, pasa a la caseta que te de un poco de pan.
-Don Avelino, que a mi hombre lo tumbo esta noche una colica, con torzijones muy fuertes y que si yo puedo sustituirle, aunque sea por la mitad del jornal.
-Anda, mujer, entra con esa mula y dile a Eliseo, el mellizo, que te la enganche. Ya hablaremos despues del jornal.
El capataz Avelino Llameral, vecino de Casares, era estricto (no se vaya a creer otra cosa), y hasta riguroso, pero gastaba mucha benevolencia y comprension y siempre llevaba palabras reconfortantes y pan de sobra en el costalejo.
En el patio de la viuda Dulce Nombre de Maria flotaba el gris sobre el amarillo del tilo.

Van y vienen las imagenes al ritmo del balanceo de la mecedora de mimbre, obnubilada la mente, el cuerpo prieto de melancolia, ya se hace sofocante la espesura de la hiedra sobre las tapias, corazon de miel en la copa del tilo, aun quedan restos de lluvia sobre el rosal, todo se mueve, un guiño malicioso de las xanas de las fuentes o el sordo rumor de la hierba que crece, no viene mal de vez en cuando un sorbo de jerez quina La Enfermera, danzando se aleja la leyenda de los ligustros inertes con traje de mariposa, es duda vivir pisando verdades, todo se balancea, el tonto Alarico acariciara baboso la foto amarillenta de Matilde Revenga, los plañidos del bosque no consiguen ahuyentar la amenaza de lluvia, aqui-alla, vente a mi lado, quiero que estes aqui, el cuervo endrino respirando azufre sobre la roca pelada, el mar de mi padre es otra verdad que estoy masticando, no debiste marchar de mi lado, menti al simular comprension, reconforta mucho balancearse, se esfumaron para siempre los arrumacos del tonto, es sereno este balanceo, estan dormidos los duendes sobre la hiedra, el mar, aquel entrañable mar de mi padre, este viento que adormece, caliente, como tus ojos, son los perfumes de las arnicas floridas, acariciame tu los pechos, acariciamelos delante de todo el mundo, asi me ahorrare desafios, miedos, remordimientos, no debiste marcharte, hablame en latin para que no te entienda, no debi dejar que te fueras, la mecedora y la barca azul de mi padre, el vaiven de mi pena, aqui-alla, suena la aldaba sobre el porton.

La posadera Mauricia Costales siempre entraba sonriente por el porton de aquel patio.
Mauricia Costales se levantaba temprano a ponerles el almuerzo a loa arrieros. Luego limpiaba el chiogre, arreglaba las caballerizas, subia a despertar a Veredigna para mandarla a la escuela, terciaba el colchon (con la meada) sobre la galeria y, por ultimo, levantaba a su tio Leon (de quien ya sabemos que las noches sin estrellas dormia sin conocimiento).

-Dile a tu hija Veredigna que debe orinar nueve veces durante nueve dias seguidos encima de las ortigas de flores blancas. Dale tambien a beber cocimientos de pie de leon y zurron de pastor, plantas que abundan en los claros del bosque de Cueres, siempre cerca de rocas blancas.
- ¿Y para las verrugas del tio Leon?
-Que se ponga pedazos de carne cruda en las verrugas y los entierre despues hasta que se pudran. Que se las unte despues con leche de higo robado al amanecer.
Mairicia Costales de Caso, viuda de Orestes Tablon, era una mujer muy aplicada y de mucha brega. No obstante, en las cosas de la casa, le echaba una mano Alvarina Odalisca.

Mauricia y Dulce Nombre se juntaban todas las mañanas para tomar infusiones de milenrama con pan frito y, a la vez, contarse los pensamientos. Tambien se friccionaban los cuerpos, mutuamente, con mucha dulzura.
Para esto de los masajes, las viudas usaban leche de Islandia, jugo de limon y pure de algas y margaritas.
La hermosura de Maura era arrogante y comprometedora. La de Dulce Nombre era serena y fresca, como recien llegada con la ultima brisa.
Seguia soplando en el patio el viento caliente del sur.
- ¿Nos quitamos toda la ropa?
- ¿Tu crees que estaremos mejor?
-Si, mujer, ya lo veras.
Mauricia, sentada sobre el cuerpo desnudo de Dulce Nombre, hablaba sobre la magica noche de amor y lluvia que habia pasado con Efren Alonso. Mientras lo hacia iba soltando caricias sobre el cuepo de su amiga Dulce, reviviendo, sin darse cuenta, las escenas de la noche anterior.
Dulce apretaba las lagrimas sobre el colchon de hojas.
- ¿Lloras?.
Desato el nudo de su garganta y le relato a Maura el motivo de su pena.
En el patio se andaban alborotando las andarinas.
-Un hijo es lo que mas he deseado siempre, pero este no puedo tenerlo.
Los dos cuerpos desnudos se abrazaron y las sutiles caricias fueron surgiendo, como un orbayu de miel, hasta exhumar el secreto de la vida (que no es otro que el placer inedito), y aquellas mujeres, de cuerpos desahogados y almas llorosas, anegaron soledades en todas sus hendiduras y encontraron, sin haberlo buscado, entre humedades desconocidas, todo aquello que no habian querido saber ni creer.

(Hay ansias ignoradas que un dia aparecen y rompen el ritmo de lo frecuente provocando una singular batalla de sentimientos. Entonces luchan la tristeza y el placer, el miedo y la vanidad, la confianza en lo poseido y la inquieta necesidad de ser diferente. Todos existimos de alguna manera desde que existe el mundo. ¿Como entonces podemos controlar todos los arquetipos de la memoria comun y los sentimientos inveterados que de ella surgen?).
Mauricia Costales de Caso (quien habia llegado a Peñafonte una Pascua de Pentecostes a casarse con Orestes Tablon (y Dulce Nombre de Maria (quien habia sido arrancada del mar por quien luego habia de resultar un tedioso coleccionbista de insectos) se amaron sobre el colchon de hojas, quiza sin saber que lo estaban haciendo.

A Placida Iglesias, la madre del tonto Alarico, le daban mucho respeto los asuntos de los muertos. No en vano aseguraba que a ella la habia preñado su difunto esposo, la Noche de Todos los Santos, para escarmiento de todos los vivos (siempre tan descreidos e irreverentes con las cosas de Dios).
Placida Iglesias, viuda de Escandon, hacia muy bien los buñuelos de maiz y el pastel de castañas. De eso (y de poco mas) iba viviendo. Tambien hacia, de encargo, casadielles, suspiros y rosquillas de anis y limon. Esta buena mano de Placida para los dulces le venia, en buena parte, de su amistad con Aldegunda (la pobre, ¡que final tuvo!), criada de don Porfirio, que se lavaba el sobaco y la entrepierna con agua de lluvia para evitar, decia, los reconcomios. Las dos habian pasado muchas tardes ensayando nuevos enhornados y batifurrillos.
Aquella mañana de sol, salio Placida Iglesias de su casa (por encima de la Rectoral), algo azarosa e inquieta. Tomo la calleja en direccion a la Ermita y se detuvo al llegar a la casa de Julia Odalisca.
La casa de los Odaliscos era la ultima de tres que hacian esquina con el Camino de las Moras, justo debajo de la hacienda dee Haroldo Fernandez.
Julia Odalisca era una mujer horriblemente triste, de admirable fortaleza de cuerpo y espiritu. Parecia enmudecida de tanta desgracia. No hablaba nunca si no habia una razon poderosa para hacerlo.
Julia encogio levemente las arrugas del rostro para saludar a Placida.
-Senti su voz como un gruñido de alimaña, por detras de las tapias del camposanto. No vi su cara, pero oi su voz rajada y oli el azufre, ya sabes, ese olor de la solfatara que provocan los muertos cuando revientan las tumbas. Y me dijo, con esa voz quejunbrosa que arruina el aire: Dile a mi hija Julia que necesito su perdon y siete misas para terminar de morirme. Que tu padre, Julita, murio con los ojos abiertos, tu lo sabes, y nadie se atrevio a cerrarselos, y tampoco nadie quiso hisoparle el cajon con agua de azahar. Pues eso me dijo. Y lo repitio varias veces, con voz cada vez mas amortecida y distante. Y aqui estoy ahora, Julita, como es mi obligacion, que en los asuntos de muertos no conviene la desidia. Ahora tu veras lo que haces, pues tu padre ya andaba en vida por el infierno y no debio enterrarsele nunca en tierra santa, y tu lo sabes mejor que nadie, que hay pecados que no deberian tener indulgencia.
Julia Odalisca escucho inmovil las palabras azoradas de Placida Iglesias.

Las manchas que Julia Odalisca tenia en el rostro eran sombras de hastio. Llego una noche el demonio (con disfraz de padre) a husmear en su lecho, cuando aun sus pechos eran tiernos serpollos, y desde entonces nunca pudo llorar ni reir. Apenas habia media docena de arrugas en el rostro de aquella mujer, pero su envejecimiento era evidente, quiza por el uso abusivo de tanto silencio, quiza por esa soledad inconfesable de sentirse infeliz hasta la muerte.
-A los muertos, Placida, me los paso yo por el tunel de la entrepierna.
Julia Odalisca se habia casado con Telmo Segareta, entibador ayudante de Manuel Carralon. Telmo era un hombre apocado y tuberculoso, que se consumio un enero lluvioso dejandole a su mujer cuatro hijos nacidos y uno por nacer. Julia hubo de ponerse a trabajar en las minas. Primero acarretando al hombro los cestones de carbon, desde el corte hasta la tolva. Despues, cuando llegaron las vagonetas, conduciendo las mulas.
A Julia Odalisca (sin ninguna mala intencion) la llamaron siempre la impaciente, porque los cinco hijos que tuvo los fue pariendo alla donde la somprendian las contracciones. Al primero, Adrian, lo tuvo en un banco de la Ermita, durante la novena de Santa Rita. A Elsa la pario en el horreo de don Porfirio, enristrando ajos. Alvarina nacio en los maizales de Lazaro Alonso, sallando el maiz. La cuarta fue Julita, que nacio en una esfoyaza en casa de Manuel Carralon. Evelio, el ultimo de los cinco, tuvo la ocurrencia de venir al mundo en la caseta del capataz Avelino Llameral. A todos los llamaban Odaliscos, que no era apellido sino remoquete (decian que por descender de una esclava filipina).
Placida Iglesias salio algo desconsolada de la casa de Julia.
-Ire a ver a don Lubencio.
A Julia Odalisca, con la visita de Placida, se le reavivo la memoria. Llegaron los viejos recuerdos como rafagas de viento, mezclados con la hojarasca de todos los dias. El olor de su padre, a aguardiente y tierra mojada, le volvio a ensuciar todos los pensamientos. No encontraba nada irrevocable en lo que poder creer para no tener que seguir ejecutando sospechas en el viejo paredon de la indiferencia.
- ¡Ojala vague tu alma sin sosiego por el mundo hasta el final de los tiempos! De mi no tendras jamas ni sufragio ni perdones.
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
Se iba el sol, satisfecho, entre una albarrada de nubes plomizas.
El viento comenzaba a escupir letanias sobre la vida gastada del Peñafonte remoto, escondido, olvidado de Dios.
Se iban formando las letanias sobre el olor ancestral de los helechos. Las quejas de los hombres, los murmullos del bosque, los dolores del reuma, las insidias del cielo, el rebollar del arroyo, las chin-chirrinas de los niños debajo de la higuera o el ajetreo de duendes alborotando el maiz. Todo iba conformando las letanias ... (ver texto completo)