Consideramos de vital importancia tener un conocimiento previo sobre la
historia de esta zona (además de sus características geográficas, economía de la zona, etc.) para comprender mejor la composición de núcleos de poblamiento, sus límites, e incluso su propio comportamiento como población.
El nombre de esta
parroquia nos recuerda que esta zona tuvo un pasado señorial, incluso extendiéndose a lugares limítrofes, pero más alejados (
San Antolín de
Doriga, San Esteban de las Dorigas, San Justo de Doriga). Dice
Antonio C. Floriano (El libro Registro de
Corias, segunda parte, Oviedo 1950): “Doriga.- ¿Acaso femenino De Origo?” La incógnita permanece ahí.
Sin duda, fue un territorio de relativa importancia y esplendor en la Edad Media, tal y como se desprende de la lectura de los documentos de la época, pero esta importancia viene ya de tiempos anteriores. Los poblamientos remontan sus primeros vestigios al megalitismo, donde las comunidades de agricultores y pastores nos dejaron sus construcciones funerarias, con claros ejemplos como los existentes en zonas próximas a esta parroquia (
Cabruñana,
Santiago de la
Barca,
Láneo, etc.). Pero es en la época castreña cuando empezaría a darse un modelo de poblamiento que se repetiría hasta nuestros tiempos, ya que las condiciones físicas de tipo montañoso que se dan en esta zona (y en todo el
interior occidental y central de
Asturias) han determinado un hábitat concentrado en núcleos cerrados de pequeñas dimensiones. A esta época pertenecería el poblado fortificado situado estratégicamente en el Altu el Castiellu, de Doriga. Se conservan muchos ejemplos de este tipo de poblamiento en otras zonas cercanas (como el Castiellu de San Antolín, donde se encontró una importante estela funeraria). Es en ese periodo y con la posterior romanización, cuando la huella humana se hace más intensa en este territorio. Casi todos los castros pervivirían durante la época del Imperio
Romano, llegando incluso en muchos casos hasta la Alta Edad Media. Posteriormente se construiría en el
valle la villa
romana (de la que se tienen muy pocos datos por su reciente descubrimiento), en una
terraza fluvial rica para el cultivo. Los siglos alto- y bajomedievales conocerían la proliferación de las instituciones monásticas (como el
Monasterio de
Santa Eulalia del Narcea, situado en el mismo paraje que la ya citada villa romana, hasta finales del siglo XVIII o principios del siglo XIX, cuando fue probablemente desamortizado). A finales de la Edad Media y a medida que nos vamos adentrando en la Edad Moderna, de manera pareja al sólido poder de las fundaciones monásticas, nos encontramos con la influencia creciente de los señores de la
Casa de Doriga, cuya importancia residía en ser grandes perceptores de rentas y poseer el monopolio de muchos cargos en la administración local en virtud de su carácter de señores rurales.
La época en la que centraremos nuestro estudio (1800-1856) es una etapa llena de conflictos, que como veremos, marcó intensamente las vidas de aquellos campesinos y dio varios vuelcos a la historia de esta parroquia, hecho que queda reflejado, entre otras cosas, en los matrimonios acontecidos en este periodo.
Formación del territorio y los asentamientos
Los cultivadores
medievales trataban de vencer las poco favorables condiciones naturales que ofrece en algunos lugares la zona, avecindándose en pequeños “vicos” (vici, de donde vicini o vecinos) y aldeas. La voz villa, todavía latina, indicará bien un núcleo relativamente desarrollado de población o bien (en su
antigua acepción romana de residencia
rural acomodada) de lugar de gran explotación agraria, una cabeza de señorio rural. Doriga, más bien debe ser incluida en la segunda acepción.
Entonces, podríamos imaginarnos esta comarca como una unidad geográfica natural impuesta por la orografía montañosa circundante al valle y a la vega, albergando su villa (explotación agrícola) y
familias asentadas de
antiguo. Sería esta villa familiar, con fuertes lazos gentilicios en torno a la casa y a sus construcciones agrícolas, una unidad fundaria, social y jurídica del reino de Asturias.
Por un proceso normal de expansión demográfica común a la Europa de los siglos X y XI, favorecido por la creciente desintegración de los vínculos parentales, nuestra antigua villa de labor tendería a transformarse en aldea, la nueva unidad de población básica de la Asturias bajomedieval y moderna. Y a medida que se amplía el horizonte económico y social de esta antigua villa o aldea, tendería a integrarse en unidades territoriales más amplias,
valles o comarcas, que vertebrará el Concilium o Concejo
General,
centro de la vida local organizada.
A principios del siglo XII se dividió la Diócesis ovetense en arcedinatos, arciprestazgos y
parroquias (más de mil a fines del siglo XIV, entre las cuales estaría la Parroquia de Doriga o de Las Dorigas). La parroquia sería pues, la unidad primaria de la administración eclesiástica y a la vez un centro de la vida religiosa y social de las aldeas comprendidas en su territorio.
El poblamiento actual que podemos observar en este valle hoy en día no es un hecho tan solo determinado por la topografía, sino que es un elemento heredado del pasado y en gran parte llevado a cabo en los siglos altomedievales, aunque es clara la influencia castreña y la de la villa, de hecho, la existencia de los dos últimos explicaría el origen del núcleo principal, de la aldea de Doriga (esta villa pudo adoptar el nombre de su
fundador, como otras muchas en el territorio asturiano, y de hecho el apellido Doriga permaneció ligado al poder de esta zona durante varios siglos). Sin embargo, es probable que el resto de las aldeas de la zona (sobre todo las del valle) tengan su origen en la Edad Media, mediante los asentamientos en torno a las tierras de labor que fundaron los señores terratenientes (sin duda, la aldea de Doriga aumentaría en número su población y asentamientos en esta época por las mismas causas). El interés de este estamento privilegiado radicaría sin duda tanto en la
reunión de vasallos, para así poder controlar la percepción de las rentas, como el asentamiento de la población en los lugares de menor valor productivo, dejando libres las tierras mejores para el cultivo. Esto explicaría, por ejemplo, la situación de las aldeas de
San Marcelo y Loreda así como las
casas de La Reaz y algunos
barrios de Doriga, ya que son todos poblamientos separados del terrazgo que estaba destinado para la explotación. De este modo, la población rural del valle de Doriga, estaría dispersada por el territorio en pequeños núcleos. Podríamos aplicar la clasificación de J. Fariña Tojo (1980) que versa sobre los poblamientos rurales gallegos, a nuestro caso para intentar establecerlo dentro de una tipología clara atendiendo a la forma física de los núcleos de población. Según esto, el valle y la vega estarían dentro de la categoría de “Parroquia en Enjambre”, ya que existe una clara subordinación de los pequeñísimos núcleos de la parroquia dependientes de una “aldea-núcleo” y existen formas de asentamiento que llegan al
caserío aislado, además de que cada pequeño núcleo conserva su identidad. En cuanto a los núcleos de la
montaña, se presentan de un modo muy disperso, resultando muy difícil diferenciar un
pueblo de otro. Esto puede deberse a la inexistencia de suelos tan ricos para el cultivo como en el valle o la vega, así que no se cuidaría tanto la disposición de los
edificios con el fin de utilizar la tierra. También podría estar debido a las grandes pendientes de la montaña, que dejan pocos lugres propicios para asentar una vivienda y sus edificios anejos.
Posteriormente, la organización del territorio tendrá dos nuevas creaciones con las parroquias y las villas aforadas o
pueblos que darían lugar a los concejos. La parroquia de Doriga no sería sólo una entidad eclesiástica, que abarcaría varios pueblos y un territorio más o menos extenso, sino que formaría una unidad geográfica, social y cultural bien delimitada. Como célula básica de la organización del espacio, se mantendría durante mucho tiempo y aun hoy se pueden observar sus atribuciones para ordenar los cultivos y las cosechas, así como los aprovechamientos de los pastos. Las normas de la parroquia marcarían rígidamente todos los ritmos de las erías donde se sembrarían los cereales, así como los movimientos de
ganado dentro de sus términos. Aunque la aldea es el modelo de poblamiento más característico de esta zona, también existen algunas caserías aisladas del resto en más de un kilómetro (como la Casa del
Monte), que podrían responder a colonizaciones de la tierra posteriores (s. XVIII), pero el resto prácticamente podría explicarse mediante los hechos comentados.