Polonia, 1942.
Las
calles de Varsovia olían a humo, miedo y silencios rotos. Detrás de los muros del gueto, miles de niños judíos esperaban una muerte lenta que nadie parecía capaz de detener. Entre ellos caminaba una mujer pequeña, de voz suave, mirada firme y determinación imparable. Se llamaba Irena Sendler.
Oficialmente era trabajadora social. En realidad, era algo mucho más peligroso: una ladrona de vidas… robadas a la muerte.
Cada mañana se colocaba un brazalete con la estrella de David,
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