ÉGLOGA NUDISTA, Y (2)
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Desnudos, sí desnudos:
el verde es más suave,
los guijarros más rudos.
Aspira los olores campesinos
de par en par el poro.
¡Ningún calzón que corrobore y trabe
la libertad del sexo en primitivo!
Con detalles carísimos de oro
de imprehensibles cuernos, no de toro,
que apuntan cuando llueve en su manada,
corriendo por la hierba,
hallamos en nosotros
una emoción de incontenibles potros:
de ciervo fugitivo
yo, tras ti enamorado, tu de cierva.
Nuestra función de vida
cumplimos sin ningún inconveniente.
No vamos contra el viento
y nos circula, sangre transparente,
su sensibilidad y sentimiento.
En ascua el mediodía,
cayendo del sol sobre
la espalda, nos revela su volumen.
Arden como luciérnagas de cobre
- ¡oh vida brevemente iluminada-,
los cuepos bronce en vía
de bronce, y si en lo oculto de la umbría
nuestras vidas se sumen,
con el polen de luz de los sudores,
catan nuestros colores,
por pertinaces brisas promulgada,
toda la calidad de sus frescores.
Si descansas un fruto
encima de mi pierna,
me injertas su materia dulce y tierna
como otro sexo en bruto.
Te busco un seno amigo
como un nido de pájaros lunadas.
Se miran sin hallarse las miradas
morenas de tu ombligo y de mi ombligo.
Gimnasta nuestro amor, se da en los prados
besos rítmicamente suspirados.
Somos adán y eva
que ha reanudado Dios a la edad nueva.
¡Ay! hasta que el estío
el otoño releva,
y el ángel, expulsándonos del frío,
de nuestros dos estados verdaderos
a un infierno de calles y sombreros,
nos recuerda de ser, por nuestros males,
no padres principales,
sino hijos postreros.
Miguel Hernandéz.
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