Cada
noche, a la misma hora, un niño pasaba frente a un
restaurante de lujo en Ciudad de
México.
Nunca pedía.
Nunca hablaba.
Solo se detenía a mirar por la
ventana.
Veía los platos elegantes, los cubiertos brillantes, las personas riendo.
Y luego seguía su
camino… con la mochila rota y el estómago vacío.
Una noche, el chef lo notó.
Y le dijo al mesero:
—La próxima vez que pase, dile que quiero verlo.
Al día siguiente, el niño volvió.
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