Desengañado, el procónsul manda llamar a Agueda a quien increpa ásperamente: "Pero tú, ¿de qué casta eres?" "Aunque soy de
familia noble y rica-le contesta-, mi alegría es ser sierva y esclava de Jesucristo".
Quinciano se enfurece. Le hace ver los castigos a que la va a condenar si sigue en su decisión, como a un vulgar asesino; la vergüenza que con ello vendría a su familia, la
juventud, la hermosura que va a desperdiciar...
" ¿No comprendes, le insinúa, cuán ventajoso sería para ti el librarte
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