Viniendo ayer de
Valladolid, entre Morales y
Toro, a eso de las cinco de la tarde, entre la
lluvia que caía a cántaros, y el viento que soplaba de alma, parecía el fin del mundo. ¡Que viene La Fin!, como decían las viejas cuando veían la cosa un poco turbia. Después, allá a las 8 de la tarde, ya en
casa, cayó otro golpico bueno. Mira si debió ser bueno, que se oían las sirenas de los bomberos arriba y abajo achicando
agua en
calles y garages.