Ahí va el texto, por si sirve.
Buenos días.
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Irrespetuosos
Unos días antes de escribir este texto que tiene aspiraciones a formar parte del libro que el lector está leyendo, en un noticiario de la televisión presencié un reportaje del funcionamiento de una patrulla de vigilancia rural, dependiente de las fuerzas de seguridad del estado. Para ver su funcionamiento, habían grabado un aviso de urgencia y el despliegue que hacían para cubrir la contingencia.
El aviso recibido por radio decía:
“Atención, posible barbacoa en la zona tal y tal”
Eso mismo decían. “Posible barbacoa”. El “enemigo”, el peligro, es un grupo de gente haciendo una barbacoa.
(Me imagino una secuencia de “Los Hombres de Harrelson”, en la que el telefonista recibe la alarma: “Barbacoa, ¡BARBACOA!”, y acto seguido todos los hombres se ponen sus uniformes, las botas, los chalecos antibalas, cogen sus armas, fusiles, escudos y porras, salen corriendo a montar en los vehículos, con las sirenas a máximo nivel, en busca de un pobre –e inconsciente- hombre en bermudas y chanclas, que asa unos choricillos con la sana intención de comérselos. Todo ello mientras suena de fondo la célebre canción de Gerogie Dann. Es de risa. O no).
Hemos llegado a un punto en que hemos perdido el respeto a nosotros mismos. Posiblemente nos lo merecemos. Que sea necesaria una patrulla que vigile a las barbacoas es un ejemplo de ello. Entiendo que una barbacoa puede generar un incendio forestal, que es algo tremendo y que destruye en pocas horas lo que a la naturaleza le ha costado años (o siglos) crear. Hay que poner todos los medios necesarios para evitar estos incendios. Pero si la forma de evitarlos es prohibirlas y poner un grupo de vigilantes para perseguir a cada ciudadano que quiera hacer una (bajo pena de gran multa o incluso cárcel), entonces es que algo falla. O fallan muchas cosas.
No pretendo personalizar mi reflexión en este caso de la barbacoa. Mi única intención es sacar conclusiones. Y la principal, desde mi punto de vista, es que hoy en día nos encontramos que el ser humano está vigilado (y castigado, según lo que haga) en sus actividades más cotidianas, en cosas que antes se hacían sin mayor consecuencia, pues estaban presididas por el respeto y la responsabilidad. Desde hacer una barbacoa en el campo, hasta fumar, o beber, pasando por conducir o por “salir de marcha”. Actividades todas ellas que pueden generar un riesgo si están mal llevadas a cabo, pero que si se realizan con respeto, con educación, con control y responsabilidad, no deben producir molestias a los demás.
¿Por qué pasa esto? Desde mi punto de vista, porque las personas hemos dejado de tener responsabilidad y educación. Y con ello nos hemos perdido el respeto, a nosotros mismos, y a los demás. (Y de fondo, además, hay otro problema, de peor solución: somos demasiados sobre el planeta. Pero eso quedará para otro día).
Si con la información que hay hoy en día, una persona decide, por ejemplo, fumar, se está perdiendo el respeto. Pero si además decide hacerlo en público, perjudicando a otros, está perdiendo el respeto a los demás. Y si encima debe ser vigilada porque aún con todo no es capaz de cumplir con ese respeto hacia los demás, entonces además está causando un grave perjuicio a la sociedad en general. Igualmente ocurre si alguien decide que le apetece hacer botellón en la puerta de los vecinos, o ponerse a hacer una barbacoa en una zona de bosque en verano.
¿Quién sufre estas consecuencias? Pues, además de la persona que ni se respeta ni respeta, lo sufren el resto, aquellos que sí respetan, ¿Por qué? Pues porque se ven sometidos a una fiscalización, a un control excesivo en sus actividades diarias, que esa persona hace con celo, diligencia y respeto, y se ve convertida en presunto culpable, cuando está haciendo todo su esfuerzo por hacer las cosas bien, y no necesitaría vigilantes.
Además, esto se ve acentuado por que los gobernantes son malos, ineficaces o escasos. Como no consiguen hacer que el respeto salga del interior de cada uno, no se les ocurre mejor opción que emitir nuevas leyes, normas, reglamentos y obligaciones, que exageran los límites y que imponen penas desproporcionadas, ya que el gobernante ha decidido que la mejor opción es acobardar y asustar al ciudadano de a pie. Así, nos pone a todos al mismo nivel, al nivel del que no respeta, al nivel del maleducado, del irresponsable. Y pone en marcha su máquina poderosa para ejercer un control terrible y excesivo sobre todos los ciudadanos, los malos y los buenos. Con un mal resultado: el mal ciudadano seguirá actuando igual, pues pensará: “a lo mejor no me cogen”. Y el buen ciudadano pensará: “ ¿Para qué me voy a esforzar en hacer las cosas bien, si de todas formas me van a vigilar y a tratar como a un delincuente?”.
Lo peor es que estas actitudes, tanto del mal como del buen ciudadano, redundan en la falta de respeto y responsabilidad, con lo cual se agrava el problema descrito, y entonces los gobernantes se ven “obligados” (ya que no saben hacerlo mejor, al parecer) a aumentar sus leyes, normas y castigos, en una espiral que, al menos de momento, no parece dar resultado. Mientras tanto, acciones encaminadas a educar a los ciudadanos, desde pequeños, no parecen ser tenidas en cuenta, no se índice en ello, no se hace hincapié en una formación adecuada para manejarnos como personas responsables y respetuosas. La educación va perdiendo calidad año tras año, y así tenemos otro factor que agrava el problema con el tiempo. Con el resultado, de nuevo, que los gobernantes vuelven a aumentar sus leyes, sus castigos, etc.
Mal asunto. Llegados a este punto no puedo hacer otra cosa que decir, por desgracia, que a mí no se me ocurre ninguna solución mágica, ni mucho menos rápida, para solucionar esto. Probablemente yo, visto desde fuera, sea otro más de esos ciudadanos maleducados, irrespetuosos e irresponsables que no respeto al prójimo, así que líbreme Dios (o quien exista en su lugar) de tener la prepotencia de saber la solución a esto. Ojalá. Solo se me ocurre pensar lo que yo haría, que sería incidir en la educación, con argumentos, explicativa y demostrativa, aunque sé que esto no tendría efecto hasta dentro de muchos años.
Y para entonces, seremos tantos, tantos en el mundo, que probablemente ya sea tarde. Incluso puede que ya no quedemos ninguno.
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