Xabier de Antoñana
http://xabierdeantonnana. wordpress. com/1999/04/25/u-x-u-a-u-j-u-e -ii/
« Uxua-Ujue (I)
Reflexiones: la Carmen »
Uxua-Ujue (II) 25/04/1999 //
Deia, 25 de abril de 1999
El Románico se encuentra en un estado de gran pureza en este rincón de Euskal Herria, a las puertas de la Ribera. Otra prueba de que más existe cuanto más madrugaron en la cristianización del Pueblo Vasco. La línea Torralba del Río-Lizarra-Eunate-Uxua-Leire- Zangotza está diferenciada con nitidez en la geografía. Los tres ábsides de juguete del altar de la Virgen, de sorprendente decoración geométrica, así como los diminutos capiteles con decoración animal y vegetal, copiosos en escenas de vid, son una muestra de esplendor por estos parajes difuminados en la memoria colectiva, cuya única labor era la oración y la guerra. Incluso sobre el basamento de un arco figuran dos luchadores de grecorromana, parece, en plena exhibición. Fortaleza-vigía, entorno privilegiado, si bien con grandes penurias por ser plaza fuerte ante el invasor, Castilla y Aragón, que en una clave de la bóveda central gótica aparece esculpido el ‘’Arrano”, primer estandarte del Reino de Navarra.
Tampoco es ajeno el gótico inicial en la majestuosa nave añadida, dando muestras de su irrupción a la plenitud del europeo con los tres arcos ojivales, más un cuarto de medio punto, en el pasadizo de acceso a la fortaleza por el sur, muestra del carácter militar. Ese arco entre los tres ojivales da qué pensar al visitante.
La tristeza araña el pensamiento al escarbar en su grandeza perdida, reducida a la vitalidad que le prodiga el visitante, numerosos, entrando y saliendo y gustando garrapiñadas, sueltas y nada dulzonas, para luego aposentarte en un añejo mesón y saborear un plato de migas en un comedor de traza ancestral.
Un rótulo, ‘Casa prioral’, y una señora que ronda en torno a fin de visitar lo suyo, sus alhajas, sus tesoros celosamente guardados, doña Consuelo Sola Berrade, octogenaria o casi, ágil y escasa de oído, un manojo de nervios, y se esmera en dar detalles, lleva Ujue metido en los entresijos de la sangre y los ojos le centellean, ‘que tenemos maestra con seis u ocho niños, un lujo hoy en día, y somos pocos, 150 o así, de los que 80 o 90 son ancianos’, ella no se cuenta, no se piensa que también ella cuenta, y sin orden, en estantes zafios, de chambón, dormitan unos cincuenta libros viejos, auténticas reliquias, mariposas de la historia truncada, que asusta y pregunto por qué están allí y no en la biblioteca de Iruñea, y lo aclara, “que de tarde en tarde vienen señores de ‘Príncipe de Viana’ a consultar y luego se van, pero nunca falta nada, que tenemos alarma y hace poco intentaron llevarse algo de la sacristía, no sabemos qué, pero a las tres de la madrugada sonó y la gente saltó de la cama, que siempre que pasa algo así se levanta el pueblo entero, ¿sabe usted?, como si irían (sic) a robarle a uno, y vieron a dos correr por las afueras y se largaron en un coche”. A eso se le llama rasgo de auzolan y querencia por su pueblo. Y le compro almendras y una postal de la Cruz del ‘Saludo’.
Al rato me desparramo por el apiñado, pulcro racimo de uva de sus callejuelas, limpias como la patena, y retorcidos pasadizos de adoquines, un laberinto de sombra sin nombre ni número de policía, donde el sol ni sestea y las paredes se tocan de una brazada, sabor a construcción toledana, judía o mora, y las piedras rezuman lágrimas de nostalgias hirientes, lamentos de hazañas canecidas incrustados en los pliegues del recuerdo. Y las fachadas sin escudos, no existen blasones de alcurnia tallados en el pergamino de la piedra, no, ni uno solo que viera, y las paredes se acomban, tripudas, desafían la ley de la gravedad y se inclinan bajo el moho de los siglos, tal que en Holanda los edificios antiguos, la torre de Pisa y la columna mediana de la fachada de una mansión solariega en la ‘Grande Place’ de Bruselas, cuyo arquitecto se suicidó del disgusto al comprobar que le había salido torcida. De pronto, dos plazoletas miniatura, en una de ellas la gran sorpresa: Una columna octogonal inclinada en la conjunción de ambas fachadas. Y en las ventanas, profusión de alféizares de un solo bloque de piedra, siempre en piedra y, a corros, ladrillo amarillo y, ante todo, derroche de amabilidad vecinal.
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Deia, 25 de abril de 1999
El Románico se encuentra en un estado de gran pureza en este rincón de Euskal Herria, a las puertas de la Ribera. Otra prueba de que más existe cuanto más madrugaron en la cristianización del Pueblo Vasco. La línea Torralba del Río-Lizarra-Eunate-Uxua-Leire- Zangotza está diferenciada con nitidez en la geografía. Los tres ábsides de juguete del altar de la Virgen, de sorprendente decoración geométrica, así como los diminutos capiteles con decoración animal y vegetal, copiosos en escenas de vid, son una muestra de esplendor por estos parajes difuminados en la memoria colectiva, cuya única labor era la oración y la guerra. Incluso sobre el basamento de un arco figuran dos luchadores de grecorromana, parece, en plena exhibición. Fortaleza-vigía, entorno privilegiado, si bien con grandes penurias por ser plaza fuerte ante el invasor, Castilla y Aragón, que en una clave de la bóveda central gótica aparece esculpido el ‘’Arrano”, primer estandarte del Reino de Navarra.
Tampoco es ajeno el gótico inicial en la majestuosa nave añadida, dando muestras de su irrupción a la plenitud del europeo con los tres arcos ojivales, más un cuarto de medio punto, en el pasadizo de acceso a la fortaleza por el sur, muestra del carácter militar. Ese arco entre los tres ojivales da qué pensar al visitante.
La tristeza araña el pensamiento al escarbar en su grandeza perdida, reducida a la vitalidad que le prodiga el visitante, numerosos, entrando y saliendo y gustando garrapiñadas, sueltas y nada dulzonas, para luego aposentarte en un añejo mesón y saborear un plato de migas en un comedor de traza ancestral.
Un rótulo, ‘Casa prioral’, y una señora que ronda en torno a fin de visitar lo suyo, sus alhajas, sus tesoros celosamente guardados, doña Consuelo Sola Berrade, octogenaria o casi, ágil y escasa de oído, un manojo de nervios, y se esmera en dar detalles, lleva Ujue metido en los entresijos de la sangre y los ojos le centellean, ‘que tenemos maestra con seis u ocho niños, un lujo hoy en día, y somos pocos, 150 o así, de los que 80 o 90 son ancianos’, ella no se cuenta, no se piensa que también ella cuenta, y sin orden, en estantes zafios, de chambón, dormitan unos cincuenta libros viejos, auténticas reliquias, mariposas de la historia truncada, que asusta y pregunto por qué están allí y no en la biblioteca de Iruñea, y lo aclara, “que de tarde en tarde vienen señores de ‘Príncipe de Viana’ a consultar y luego se van, pero nunca falta nada, que tenemos alarma y hace poco intentaron llevarse algo de la sacristía, no sabemos qué, pero a las tres de la madrugada sonó y la gente saltó de la cama, que siempre que pasa algo así se levanta el pueblo entero, ¿sabe usted?, como si irían (sic) a robarle a uno, y vieron a dos correr por las afueras y se largaron en un coche”. A eso se le llama rasgo de auzolan y querencia por su pueblo. Y le compro almendras y una postal de la Cruz del ‘Saludo’.
Al rato me desparramo por el apiñado, pulcro racimo de uva de sus callejuelas, limpias como la patena, y retorcidos pasadizos de adoquines, un laberinto de sombra sin nombre ni número de policía, donde el sol ni sestea y las paredes se tocan de una brazada, sabor a construcción toledana, judía o mora, y las piedras rezuman lágrimas de nostalgias hirientes, lamentos de hazañas canecidas incrustados en los pliegues del recuerdo. Y las fachadas sin escudos, no existen blasones de alcurnia tallados en el pergamino de la piedra, no, ni uno solo que viera, y las paredes se acomban, tripudas, desafían la ley de la gravedad y se inclinan bajo el moho de los siglos, tal que en Holanda los edificios antiguos, la torre de Pisa y la columna mediana de la fachada de una mansión solariega en la ‘Grande Place’ de Bruselas, cuyo arquitecto se suicidó del disgusto al comprobar que le había salido torcida. De pronto, dos plazoletas miniatura, en una de ellas la gran sorpresa: Una columna octogonal inclinada en la conjunción de ambas fachadas. Y en las ventanas, profusión de alféizares de un solo bloque de piedra, siempre en piedra y, a corros, ladrillo amarillo y, ante todo, derroche de amabilidad vecinal.
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