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LAS LUCHAS DE CENTAUROS Y SIRENAS EN LOS TEMPLOS MEDIEVALES NAVARROS

Eukene Martínez de Lagos Fernández

* La realización de este trabajo ha sido posible gracias a la financiación del Gobierno Vasco, a través de una Beca del Programa de Formación de Investigadores del Departamento de Educación, Universidades e Investigación, concedida para la realización de mi Tesis Doctoral en curso.

1. LAS FUENTES Y SU EVOLUCIÓN

La creencia en seres extraordinarios y fantásticos, en cuyas configuraciones híbridas se conjugan características humanas y animales, es una constante desde la antigua mitología de pueblos orientales como Egipto, Mesopotamia, Asiria o la India (1). Estos seres, bellos o monstruosos, forman parte del mito zoológico de estas primeras civilizaciones, que evolucionó paralelo al desarrollo y la complicación de las manifestaciones mítico-religiosas

Pero fue Grecia la que, derrochando una imaginación difícilmente superable, hizo que la poesía animase toda la naturaleza y pobló el mundo de animales fantásticos. Junto a esta mitología los motivos artísticos provenientes de Oriente iban a ser pronto asimilados debido a que la colonización jonia (s. VIII-VII a. C.) propició la relación entre ambas realidades culturales. Grecia, por su parte, transmitió toda esta herencia cultural a Roma.

Y es así cómo dentro de la cultura grecolatina encontramos a Centauros y Sirenas como privilegiados protagonistas de algunos de estos elocuentes y cautivadores episodios. Sería largo enumerarlos todos, pero entre los más conocidos y difundidos por la mitología están los transmitidos por Homero, Virgilio u Ovidio, al mismo tiempo que Herodoto, Aristóteles o Plinio mantenían este saber sobre el mundo animal, de una manera más o menos crítica.

Junto a estas fuentes que podríamos denominar de categoría mayor circulan otras, quizás de menor jerarquía pero con gran difusión e influencia.

Mención especial merece el Physiologus, texto definido como pequeño manual zoológico-simbólico, que recoge información en la línea de la Historia Animalum de Aristóteles, las Historias de Herodoto, la Moralia de Plutarco o la Physica del Pseudo Salomón, en los orígenes mismos del Cristianismo. Su influencia e importancia durante la Edad Media es sólo comparable a la de la Biblia, ya que penetró en todo el mundo cristiano occidental (en el oriental ya lo había hecho).

Asimismo, contamos también con los libros de maravillosos viajes a tierras desconocidas transmitidos por la Antigüedad y que se copiaron con fruición. Con las fabulosas historias de Ktesias y Megásthenes acerca de los animales de lejanos países o con las fábulas de Esopo, Pedro o de Babrio. Todo ello sin perder de vista las campañas militares de la época, cuyo retorno venía acompañado de animales exóticos de los pueblos conquistados, además de las narraciones de los soldados. Éstas y las difundidas por mercaderes, viajeros y peregrinos, de plaza en plaza y de villa en villa, contribuyeron a fijar todo ese mosaico de antiguas creencias y tradiciones en la mente de un pueblo, el medieval, que debido a su falta de formación, de espíritu crítico y a una extrema ingenuidad, se mostraba abierto como ningún otro, a todo ese caudal de fantasías maravillosas y maravillas fantásticas con que se le obsequiaba y atemorizaba al mismo tiempo.

Inmersos ya en los tiempos de S. Isidoro, no podemos olvidar que el hombre está convencido de que el mundo exterior no es sino el reflejo de una realidad más profunda. De ahí que las Etimologías fueran la primera gran enciclopedia de todos los conocimientos en ratificar que el mundo era el de la Creación y el reflejo de Dios creador en el universo. Así se convirtió en enciclopedia popular de la Edad Media y en verdadero espejo de las ciencias y supersticiones de la época. Sin embargo, no podemos olvidar que, junto a la obra de S. Isidoro, van a surgir otras muchas que, dentro del mismo espíritu y sin tener la trascendencia de ésta, también gozaron de popularidad y contribuyeron a diversificar más aún si cabe ese mundo de seres maravillosos.

Destacamos entre ellas: La Ciudad de Dios de S. Agustín; La Clave de Melitón, falsamente atribuida al parecer al obispo de Sardes y que tomó fragmentos de los Padres de la Iglesia; De Universo y Allegorias in sacram scripturam de Rábano Mauro; el De Monstris, etc....

Pero hay que llegar a la primera mitad del s. XII para encontrar autores que escarbaron directamente en las fuentes clásicas y así encontramos figuras sorprendentes como la de Honorio Augustudonensis y su De Imagine Mundi que bebe en el mundo clásico de Solino, o el mismo Physiologus que incorpora en esta época materiales extraídos de Plinio, Solino o de Eliano.

Derivados del Physiologus en la versión B de los manuscritos latinos, merecen reseñarse los Bestiarios, en latín o en lengua romance: "Son fruto de la conjunción de todas estas herencias y los responsables de las interpretaciones alegóricas y de la moralización, quedando los animales y sus constumbres convertidos en símbolos y alegorías de la vida de los hombres, de sus virtudes y de sus vicios".

En la Península, por el contrario, no se han descubierto reelaboraciones originales de los Bestiarios que se puedan comparar a las francesas. Los más antiguos vestigios de la influencia del Physiologus se encuentran en las Etimologías.

Por otra parte y debido a su situación histórico-política, quizás fueran los árabes los que asumieron el papel de transmisiones a través de sus Hádices del s. X; del Libro de las maravillas de Ibn Zahr antes mencionado o del famoso Libro de las utilidades de los animales atribuido a Ibn Bajtisu. En cuanto a las fábulas moralizadoras no podemos olvidar que el judío-aragonés Pedro Alfonso compiló y tradujo del árabe al latín toda una colección de cuentos breves de origen oriental, bajo el título de Disciplina Clericalis hacia el 1106.

Ya en el siglo XIII, aficionado a obras de gran complejidad que intentaban abarcar y englobar todos los conocimientos para ser así Sumas, Espejos e Imágenes del mundo, encontramos la influencia de los Bestiarios en el Lapidario de Alfonso X el Sabio, monarca cuya personahdad y obra no escapa a esta mentalidad; así como en la obra de Brunetto Latini Livres dou tresor, de gran influencia avalada por los manuscritos catalanes, aragoneses y sobre todo castellanos, que de ella se hicieron.

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SANTUARIO DE SANTA MARÍA DE UJÚE

Esta última escena que vamos a considerar pertenece a fechas finales del s. xiv y se encuentra situada en la portada norte de dicho Santuario. En ella aparece un centauro vestido y con yelmo de malla, armado de escudo y espada. En el centro del escudo se aprecia una máscara monstruosa. ¿Se opone a él una sirena con la parte superior de mujer y la inferior dos patas de caballo? No lo sé, pero en todo caso no son de ave, y una cola larga y retorcida, cuyo extremo lleva una cabeza de serpiente que a su vez muerde el escudo de centauro. Uranga y Almech, al referirse a esta portada se refieren a ella como imposible de tomar en serio, por las facciones grotescas de todos. Ahora bien, si tenemos en cuenta las escenas representadas en este capitel: mono comiendo uvas, hombre en postura procaz dando de comer a un jabalí, ¿St. Margarita?, Sansón desquijando al león o pelea de hombre y mujer que se tiran de tocas y pelos, podríamos pensar que el espíritu que la anima es muy parecido al de la escena de la Catedral de Pamplona ya mencionada, tal vez con un carácter más satírico propiciado por su cronología avanzada dentro del s. XIV.