SAN PEDRO DE MERIDA: La detención nocturna de Remigio fue efectuada en su...

En el mes de abril del año 1482 el Papa Sixto IV se veía forzado a aceptar la institución inquisitorial en la Corona de Aragón.

El Papa llevo a cabo diversos intentos de volverse atrás sobre la decisión anterior, pero finalmente la situación se fue consolidando y en octubre del año 1483 todos los problemas del Papa se normalizaron con la designación de fray Tomas de Torquemada como Inquisidor General de Castilla y de la Corona de Aragón.

A partir de este mismo momento puede decirse que tiene lugar en el ambiente de la España medieval el comienzo de una espeluznante represión intelectual que realizara la Inquisición secular.

Basilio, arto de preocuparse sobre la mejor manera de terminar con los impíos del Señor, dijo a los dos inquisidores:

-Engrasad bien todas las armas para que sirvan al Señor, como es debido, porque con los maitines no solucionaremos los gravísimos problemas que tiene ahora la Iglesia.
Finalizo Basilio.

Claudio, con el ladino aspecto que tenía, se acerco a los dos fraternos y con sus maquiavélicas formas de saber hablarles, dijo:

-Preparemos el aposento para el tormento divino de los cuerpos humanos de esos pecadores templarios, porque mi mayor deseo es contemplar como sufren con el purificador tormento de un fuego sagrado.

-Tenemos que preparar al verdugo.
Finalizó Claudio, sin inmutarse.

-Todo se andará, queridos hermanos del señor, dar tiempo al tiempo.
Remató Rufino, el anciano Dominico.

12
Canive estaba sembrando el perímetro de la casona de potentes minas terrestres que impedirían el paso a los servicios esenciales templarios, al ejército que a ciencia cierta debían haber reclutado el Cardenal Mariani.

Las colocaba en cuadricula para saber la posición exacta de cada instrumento explosivo, para tener la posibilidad posterior de desmontar el complejo defensivo cuando finalizase la operación.

La mucha experiencia en el manejo de las armas de Canive, le venía de todas las guerras en las cuales había participado, como voluntario al servicio de la Orden del Temple, en la defensa de Cristo contra el paganismo del Islam.

Ahora apoyaba a su amigo y Maestre Corona, para que consiguiera la meta deseada por el Temple, en los muchos siglos de existencia de la Orden y de el mismo.

Argos mientras tanto, preparaba con el cocinero las viandas para poder alimentar a todo el personal que estaba desplazado dentro del enorme complejo de la vieja casona.

La casa y la finca antes había pertenecido al Conde de Santa María de Lebeña y este la había cedido en el testamento a la Orden del Temple, porque él era, Gran Maestre de la Orden y el custodio mayor del Arca de la Alianza.

Marañón se entretenía en el sofisticado laboratorio que tenía el Temple escondido en las guardillas del edificio principal.
Estaba analizando el manuscrito miniado para el momento que Victoriano informara que ya tenía la clave para poder descifrarlo.

Mientras todo esto estaba pasando en Santa María de Lebeña, el templario Victoriano, se acercaba al Monasterio de Santo Toribio ataviado con el hábito de un monje que iba a Santiago de Compostela por el desagravio de su salud y el pago de sus pecados.

El hermano portero que se hallaba de vigilancia en la puerta, al ver al monje forastero con los atalajes propios del peregrino, le rogó que pasara a aliviar la fatiga, el hambre y también, para que hiciese sus mayores necesidades en el interior.

Victoriano, como se esperaba algo parecido, entro dentro sonriendo al portero con verdadera afección y afecto y después de darle la bendición se adentro en el atrio del edificio principal buscando la cocina para saciar la mucha hambre que de verdad tenía.

Remigio, al ver entrar por la puerta de la cocina al hermano forastero, se le aproximó requiriéndole:
- ¿Vuestra merced precisa yantar una escudilla bien caliente?

- ¡Sí!, hermano en Cristo…gracias…agradecido.
Le rogó el peregrino.
-Póngase vuestra merced el aquella mesa larga que está a la derecha.
Indico Remigio.

Victoriano mirando de soslayo alrededor se acercó hasta la mesa indicada y sentándose en la banqueta espero paciente la comida.

Una buena ración de sopa de gallina bien caliente con trozos de pan frito, le fue servida a Victoriano en la cocina. Remigio viéndole comer con tan buen apetito, le trajo enseguida una escudilla de madera repleta con un trozo de carde de venado asado, con patatas fritas a la mantequilla, rico y suculento.

Un buen vaso de vino acompañó al excelente menú del caritativo Monasterio Benedictino.

Remigio acompaño a Victoriano hasta la celda que tenían reservada para los monjes peregrinos y sin más se retiro a sus quehaceres, no sin antes desear al huésped las buenas noches.

Victoriano se acostó sin desnudarse y quedo medio transpuesto, hasta que su reloj marco las tres de la mañana. Entonces sus facciones se transfiguraron y sigilosamente se encamino por los corredores del convento hasta que llegó a la puerta de la Iglesia.

La tenue luz de dos gruesos cirios que alumbraban el altar las veinticuatro horas del día, le ayudaron a encontrar lo que estaba buscando.

El maravilloso crucero de la Iglesia le esperaba en la tenue penumbra, saco una cinta métrica y se puso pacientemente a calcular las medidas en varas sagradas que se citaban en el pergamino de Alexis.

Cuando halló el centro de las coordenadas exigidas su sorpresa fue grande, al ver la bella composición de unas estilizadas figuras de piedra representando al desprendimiento de la Cruz, junto a la sepultura de Cristo y al lado estaba la preferida del maestro María Magdalena llorando de pena.

La compañera de Jesús, con el brazo extendido nos está señalando una montaña que tiene la silueta de un ave con las alas extendidas.

En el mismo centro de la montaña estaba esculpida una cruz con estas palabras en latín:
Invenio inhumatus e insepultus arcae.

Victoriano escribe muy nervioso sobre un papel las palabras escritas y lo que quiere decir al Temple la composición escultural de la Iglesia con fidelidad y muy despacio, sin hacer apenas ruido, se vuelve a su celda cerrando la puerta al entrar.

La misión secreta había concluido, solo le quedaba a Victoriano esperar y desaparecer.

Aparte de esta esencial información primordial que había conseguido, estaba al corriente de las fuerzas de que disponía el Cardenal para combatirlos.

Después de oír devotamente la misa, de confesarse y comulgar religiosamente junto al Prior, come con los monjes y cuenta la milicia del Cardenal.

El agradecido peregrino hace entrega a Remigio en recuerdo de la buena hospitalidad, la hermosa cruz de penitente que llevaba colgada del cuello.

Remigio se negaba rotundamente a recibir nada del hermano peregrino, pero Reinaldo que estaba cerca al sentir la negativa de Remigio le recriminó y asió el regalo y colgándoselo al cuello desapareció por el atrio del convento.

Los monjes allí presentes se quedaron de una pieza cuando comprobaron por si mismos la ambición desmedida del Abad.

Ninguno de los allí presentes sabía que la Cruz que se llevaba el Abad, tenía un transmisor de radio para escuchar las entrevistas secretas en la estancias privadas del Monasterio.
El Cardenal y el Prior estaban bien controlados por el espía del Temple.

13
Vicente Becerril que contabilizando las existencias del Temple desde hacía años, conocía la limitación económica que Corona podía poner para los gastos de sus hombres y de los materiales necesarios para las distintas misiones que el Temple iniciaba.

Las reservas que tenía la Orden en realidad, era un misterioso secreto que jamás se desvelaría a ningún mortal, ni de dentro del Temple, ni de fuera de sus dominios seculares.

Desde la persecución, el asesinato, y los deseos del Rey de Francia y del Papa, para apoderarse de esos inmensos tesoros de la Orden y que nunca hallaron.
Ningún Maestre sabía la localización exacta de los inmensos tesoros templarios.

Solamente tres caballeros juramentados templarios, que son elegidos por Jacques de Moley en persona, sabían por separado, el emplazamiento de algunos de los depósitos secretos de la Orden.

Ellos serán los únicos que saben el emplazamiento exacto de estos innumerables depósitos de oro y de plata, que tenía la orden distribuidos por Europa.

La cornisa cantábrica, en el Norte de España, era la mejor zona de ocultamiento para el Temple por su difícil orografía y el sinuoso acceso que tiene esta región tan montañosa.

Para acceder a alguno de estos tesoros de la Orden, tenían que reunirse los tres caballeros con una llave cada uno y después por separado cada uno de ellos introducía en el especial cierre una llave personal, sin la cual ninguno por separado podría acceder al oro, porque el metal sin las llaves se autodestruía.

Los apodos de los tres caballeros templarios que se encargaban de custodiar hoy en día el oro y la plata del Temple son:
-El Hombre de la Rosa. (España)
-El Corazón de la Rosa. (Bélgica)
-El Espíritu de la Rosa. (Italia)

El único depósito que estaba siempre abierto, era el que disponía sin ningún límite el Maestre Corona.

Vicente Becerril es el responsable de dar al Temple los fondos que se gastaban y para hacer su trabajo con toda normalidad el mismo se encargaba de fun-dir los lingotes de oro y plata para transformar este metal en monedas de curso legal de todos los paí-ses el mundo, que estaban hechas con esos metales preciosos que en el fabuloso depósito había.

Monedas que después vendían en el mercado de los coleccionistas del mundo al costo que pedía sin regatear ni un céntimo.

El secreto lugar, en donde está escondido el oro del Temple, es localizado en los entornos de la ciudad Cántabra de Sagisama.

Una urbe subterránea cerca del pueblo de Cos, en donde vivían los más feroces guerreros del mundo.

Esos que se enfrentaron a las legiones del Cesar en batallas tan sangrientas, que su enorme popularidad como feroces guerreros se extendió como el aceite por todo el orbe romano sin dar cuartel alguno a los enemigos.

Sólo Roma los pudo conquistar después de muchas batallas perdidas, absorbiéndolos entre sus mejores legiones.

La insatisfecha avaricia del templario, su crueldad mayor que la del tigre, su repugnante, monstruoso y abominable lujo; su incendio de casas, su detesta-ble saqueo y pillaje de aquellos grandes tesoros que de todas partes de Europa se habían reunido en los suntuosos palacios que edificaban por todas partes.

La autoridad absoluta sobre los templarios se hace insostenible a la larga para la Iglesia.

Dejadlos hacer, que no harán nada bueno, decía el Papa a los que querían escucharle, añadiendo estas palabras:

-Que de aquí en adelante ninguno de los templarios se pueda ir o salir de estos reinos de la Iglesia para estudiar, ni enseñar, ni aprender en universidades, estudios ni colegios, fuera de nuestros reinos.

Cuenta la historia templaria, que Jacques de Moley recibió del Rey de Francia, los padecimientos y los horrores de la prisión, injurias, amenazas, azotes y castigos, grilletes y torturas. Y también los sacaban para mostrarlos en el exterior a la gente, como un símbolo de censura y de infamia. Así son detenidos los templarios durante meses y después van siendo asesinados por largos tormentos.

Los templarios han seducido a los pueblos enteros y a los individuos…pero no me cabe la menor duda de que en ciertos momentos el Temple supone para algunos uno de los mayores peligros para evitar las corruptelas y los abusos de poder.

Corona y Becerril lo sabían por experiencia propia y por eso ponían los medios para poder evítalo.

Algunos nobles criticaban que jamás abandonaban sus espadas, ni si quiera para comulgar y nos dicen que la llevamos para defender la religión y critican que cada mañana besemos la espada antes de poner el arma en el cinturón y que hagamos el signo de la Cruz con ella. Y nos dicen que somos orgullosos y presuntuosos, coléricos, vengativos, con el defecto y la pasión que antepone el Temple por vengarse de todas las afrentas, con los medios que tenga.

-Nuestro enemigo consigue con las críticas saciarse en la invectiva y las sátiras mordaces que esparcen contra la Orden del Temple, que nos ha preservado de la mayor calamidad, que ha infestado al terrible monstruo de la herejía porque quieren separar de la obediencia de Cristo a las criaturas del Temple.

-Es bien notorio, el desmesurado poder que tiene la Inquisición sobre la ignorancia de la mayor parte de las gentes, atribuladas del pavor de sus procedimientos, de los agravios sobrecogidos, del ningún recurso que los vasallos tienen de la Corona ni de su Rey.

-Maestre…yo sólo sigo una senda.
-Sigo la Santa y justa causa que sostiene mi Orden del temple, porque unánimemente la adoptamos los que recibimos de sus manos el augusto cargo para poder defenderla y para regirla.

-Una Orden, que todos los hermanos hemos jurado seguir y sostener a costa de nuestras vidas.

-No aceptamos la Inquisición, ni el soñado derecho de los grandes de España, aunque combatimos con la poderosa fuerza que nos llega desde Cristo por el precioso derecho a sobrevivir de nuestra Orden.

-Ni creáis que el deseo de conservar el Temple esté muy distante de destruir los obstáculos que puedan oponerse a este fin.

14
El frío invernal arremolinaba delante de la ardiente chimenea al personal templario que estaba libre de servicio en la vieja casona del Temple.
La mesa dispuesta con toda clase de bebidas surtía a los hombres del calor que el alcohol proporciona al organismo, para recuperarse del intenso frío.

Los comentarios sobre las próximas maniobras del comando de ataque, rondaban ese día en el salón de reuniones. Los preparativos se estaban organizando de la experta mano del veterano Canive, por lo cual los demás podían despreocuparse por esa seguridad que el templario transmitía a todos los demás.

Fuera, de la casa de piedra rugía un viento invernal que estaba acompañado de una fina nieve en polvo, que caía cubriéndolo todo suavemente de un manto blanco inmaculado, mientras los chapiteles de hielo colgando de los aleros, se semejaban a unas puntas de lanza que estuviesen preparadas para repeler un ataque enemigo.

Victoriano había regresado de la arriesgada misión en el Monasterio benedictino y estaba recopilando, en el laboratorio de la guardilla, todos los datos que precisaba Marañón para localizar la precisa ubicación del Arca de Dios.

Los gráficos de las esculturas que vio en el crucero de la Iglesia del Monasterio, Victoriano los dibujó con una técnica aceptable en la cuartilla blanca que Marañón le había entregado, mientras tanto Corona contemplaba interesado los rasgos del dibujo que el templario estaba realizando encima de la mesa.

La conclusión del afortunado enigma del pescador estaba cercana a resolverse favorablemente para los templarios, si Cristo les apoyaba para resolverlo.

Por los datos que había aportado Victoriano, sobre el crucero que mencionaba Alexis en el pergamino, sabían que en el motivo escultural del crucero de la Iglesia del Monasterio de Santo Toribio estaban las claves para encontrar el emplazamiento exacto del Arca de la Alianza.

Marañón abrió el manuscrito miniado, que se halla-ba dentro de la caja que llevaba el monje Alexis al Papa; y después de ojearlo cuidadosamente para no destruir tan preciosa obra de arte, se enfrasco en la lectura de la primera página y decía en latín:

LA OCTAVA PROFECIA DE LOS ÁNGELES
Texto secreto escrito expresamente para el Santo Padre de Roma en el Monasterio de Santo Toribio.
Liébana, año del Señor de 1050

Texto primero:
Los evangelios más arcaicos que tienen los fieles cristianos, comienzan con el bautismo de Jesús en el río Jordán y su evocación como Mesías.

La verdadera historia del Creador, comenzará de igual modo con la construcción del llamado, Arcón del acuerdo con el poderoso Señor del Cielo y del Universo Celestial que nos protegerá de la maldad humana.

Lo que se cuenta a los hombres, sobre los destinos posteriores donde se esconde el Arca de la Alianza con el Creador de los seres misericordiosos, es lo básico para confundir a los infieles que tratan de tenerla en sus manos, pero sobre todo porque son escépticos por naturaleza propia al no tener dere-cho espiritual alguno para poseerla.

No sabemos con seguridad, cuándo ni donde nació la idea de construir el Arca de la Alianza.

Una de las tradiciones seculares señala que su creación se realizó en el desierto del Sinaí por el mandato de Dios a su iluminado Moisés.

Pero la imagen del rey del día del juicio final, del Dios omnipotente, a cuya voluntad incomprensible el hombre no puede más que someterse con humil-dad, queda dulcificada por una férrea voluntad de comunicarse con los hombres a través del Arca de la Alianza. El Padre de Cristo además de ser Dios, es un ente de la gracia, de la misericordia y del perdón, para todos los hombres del Universo.

La polémica cristiana, con su espíritu hostil, suele calificar frecuentemente de pura arbitrariedad la misericordia de Dios, tal como la concibe Cristo.
Final del texto primero

Esperando que consigan ulteriores acontecimientos en la búsqueda del Arca, Marañón dejó a un lado la lectura del bello códice miniado y se enfrascó en el estudio de los bosquejos que iba entregando poco a poco su compañero de armas Victoriano.

Corona impaciente por obtener resultados positivos sobre estas investigaciones realizadas por su agente secreto en el Monasterio Benedictino, requiere:

-Tengo a mis hombres preparados para emprender otra vez la búsqueda del Arca.

- ¿Tenéis alguna fecha dispuesta para comenzar a buscarla?

Marañón con ese carácter pausado e indolente que tenía, se volvió algo enfadado por tanta premura y le dijo a Corona:

- ¡Tener la entereza de Cristo!, Maestre, porque la cogida de datos ya nos indicará cuando y como hay que comenzar la búsqueda del objeto sagrado.

- ¿Tanto tiempo precisáis para decidir en qué país, ó en qué lugar de la Tierra, está sepultada el Arca?

Le respondió Corona muy serio.

Victoriano, que estaba a la vez dibujando y oyendo las palabras que se decían los dos, se arrancó y les dijo:
- ¿La paciencia es la madre de todas las ciencias?

-Si tenéis premuras por situar el Arca del Creador, amigo Corona, debéis de buscar en vuestro corazón de aguerrido miembro del Temple y lo hallareis sin espera alguna.

-Porque querido Maestre, la fe en Cristo es la única forma de acelerar milagrosamente la investigación.

-Palabras largas, no faltan en vuestros labios, señor espía, porque después del excelente trabajo que habéis realizado, vuestra paciente señoría descansará despreocupadamente en lecho bien caliente sin más pamplinas ni otras gazmoñerías ni desasosiegos por los hermanos del Temple.

-Mientras vosotros dos descansáis esta noche en la cama, la ilusión del Gran Maestre navegara entre la incertidumbre y la preocupación.
Dijo Corona bastante disgustado.

Marañón sabiendo la dificultad que tenía el Temple para poder comprender sin excesivos nervios la larga espera que se avecinaba entes de poder dilucidar la investigación del Arca, le insinuó a Corona:

-Mi humilde consejo, si vuestra señoría desea aceptarlo, es que pida a nuestra central de París el mejor cartógrafo que tenga el Temple en Europa.
Dijo Marañón a Corona.

-Excelente…excelente… mi buen nigromante.
Le comento Corona y dirigiéndose a su secretaria, la ordenó que escribiera lo siguiente:

CENTRE DE CONTACT DU TEMPLE
M. Gran Maestre Guatire.
1023 Tour du Midi.
B-1060 Bruxelles.
Belgique.

Centro Templario de Santa María de Lebeña.
Comunidad Autónoma de Cantabria.
España.
Lebeña, jueves, 30 de noviembre de 2006.

Guatire, como el más estimado hermano en Cristo, te deseamos desde España prosperidad y coraje en los cometidos que tiene el Temple en el mundo.
Los recuerdos de la fallida aventura que iniciamos juntos en Bélgica, llenan mi corazón de tristeza y de preocupación.
Ahora en España, el Temple sigue el mismo rumbo que cuando estábamos trabajando en el bosque de las Ardenas.
Necesitamos la valiosa ayuda del mejor cartógrafo que tengáis para resolver un galimatías que ahora envuelve a la Orden por la heredad de Cristo.
Hay serias razones para creer que el signo de Dios se encuentra de nuevo en el Valle de Liébana y por este motivo necesitamos urgentemente la ayuda de la Orden y de vuestra estimada señoría.
Mí querido hermano Guatire, sabemos que vuestra eminencia es experta en cartografía.
Decídase y venga con nosotros, al refugio sagrado, en donde las almas puras están sometidas a la paz de Cristo y al cobijo de la Cruz; porque solo tú nos puedes ayudar con tus sabios conocimientos y con los años de experiencia en el Temple.
La loada voluntad de los caballeros templarios en Cantabria es extraordinaria, apreciado hermano, y nadie podrá doblegarlos jamás, porque todos están preparados a afrontar los más ásperos sacrificios hasta haber finalizado la misión encomendada por el Temple.
Tenemos razones para pensar que es Cristo el que nos ayuda a recuperar la misteriosa Arca Divina del Padre Eterno.
Para mandarnos las noticias, de vuestra decisión y de vuestra inestimable ayuda, utilizar la clave XIII del retruécano templario antiguo.
Rogando por vuestra salud, caballero, se despide su fiel hermano en Cristo:

José Campo Corona
Gran Maestre del Temple.

-Cífrala en retruécano y envíala ahora mismo.
Le dijo Corona a Maica a la par que abandonaba el laboratorio y se retiraba a sus aposentos.

15
La estancia se hallaba repleta de guardias del Papa durmiendo apaciblemente en las literas distribuidas por las paredes de una nave, las armas automáticas de los apacibles durmientes estaban en el centro del pasillo, apoyadas unas contra las otras, esperando a los guardias del Santo Padre.

Eran las cinco de la mañana y la guardia nocturna que estaba de servicio en el interior y en el exterior del complejo defensivo del Monasterio, se alegraba del buen final de esta jornada de fatigoso trabajo de vigilancia.

Las órdenes eran concretas y simples, disparar ente la duda, contra todo ser vivo que se aproximara al complejo defensivo exterior.

Basilio el viejo inquisidor de Roa, estaba esa noche de encargado del servicio de la guardia y el sueño le estaba haciendo mella en su fatigoso organismo.

Los turnos de la vigilancia diaria, se repartían entre los curas Dominicos, Rufino, Claudio y Basilio por orden expresa del Cardenal Mariano y porque este no deseaba dejar su vida entre las manos inexpertas de los oficiales de la guardia Papal.

La rutina se anquilosaba, por la diaria rutina dentro del viejo Monasterio y Reinaldo el Abad sabía, que esa sorprendente relajación, era enormemente delicada para todos. En cualquier momento el Temple podía atacar el Monasterio y eliminarlos a todos.

Remigio, mientras la guardia vigilaba sus piadosas vidas, se entrega sólo a los rezos y maitines, algo antes de prender con la leña seca los fogones de las cocinas de hierro y así disponer el desayuno para la clientela de tan belicosa época.

El carácter generoso del maestro cocinero, le hacía enfrentase de continuo con el Prior del Monasterio, a sabiendas que ese comportamiento le perjudicaba las posteriores acciones contra la Iglesia que ahora parecía defender.

Remigio sabía que estaba siendo vigilado por órdenes de Reinaldo.

Pero sobre todo, después de la dura purga de jalapa que les metió a Monseñor y al Prior en el excelente banquete de bienvenida al Monasterio.

Aunque Remigio no era un caballero templario, sus maneras y su comportamiento se parecían mucho a los gestos y a la manera de ser de los servidores de Cristo y estaba decidido a darle su ayuda al Temple por encima de alguna duda que más razonable para tener que abandonar ese descabellado proceder.

Victoriano es conocido como caballero de la Orden del Temple por Remigio y por sus muchas aventuras con los caballeros templarios del pueblo de Los Corrales de Buelna, cercano a Torrelavega.

Victoriano, sin imaginarse que había sido recono-cido por sus muchas andanzas mujeriegas por toda Cantabria, fue ayudado sin mesura por el cocinero mayor, aún sabiendo el riesgo que corría si el espía es descubierto dentro de los muros del complejo de la Iglesia.

Ahora estaba a punto de dar el paso definitivo, para ayudar al Temple y preparaba minuciosamente un encuentro con el Maestre, porque Remigio ya savia por espías de la Iglesia que llegaban al Monasterio, que los caballeros templarios estaban en la zona de Santa María de Lebeña.

Mientras el instinto frío y calculador de Remigio se afanaba en planificar convenientemente su taimada traición al Cardenal y al Prior, otros personajes y el Cardenal, tenían la rutinaria reunión en el despacho del Abad.

La mesa estaba repleta de golosinas y de bizcochos calientes, que acompañaban al bienoliente café que tomaba el Cardenal Mariani.

Los demás se conformaban con mirar con el rabillo del ojo al experto manejo del desayuno que tenía el príncipe de la Iglesia.

Reinaldo, sentado en su despacho, espera paciente-mente pensando en que finalizase de comer de una vez, el tragón del Cardenal, antes de que produjera su enorme glotonería el confirmado ataque de gota que su Eminencia padecía de continuo.

Cuando al fin, después de vaciar la mesa de bollos y chuchearías, dio término a su desmedido apetito, la reunión de ese día comenzó con unas palabras de introducción que decía siempre el Abad:

-Mis devotos fraternos de la Iglesia del Señor.
-Hoy estamos inmersos entre las piadosas plegarias y oraciones a la Inmaculada María, madre de Jesús el Cristo; el que fue enviado por el Creador para el tormento de la Cruz; un hecho que fue trazado por los judíos en Jerusalén y al que vosotros mancilláis todos los días sin recato alguno.

-La prevaricación nos está acechando sin respiro en el corazón de los antirreligiosos, que no desean que la Iglesia de Pedro disfrute de bonanza alguna, en los templos y ni en las parroquias del mundo, fieles a la Iglesia y creyentes en Dios.

Mirando al Cardenal, el Prior dirigió sus palabras a la oronda figura de Monseñor:
-Habéis traído, Eminencia, el bálsamo de la Iglesia y del Santo Padre, con los mejores efluvios para la práctica del fuerte deseo, de terminar ahora, con las migajas que quedan del Temple en la Tierra.

-Es cierto que jamás nos asignamos los tesoros que tenía la orden templaria esparcidos por Europa.

-Afirmo que ha sido la economía la que a logrado que el Temple pueda sobrevivir hasta hoy con la pujanza necesaria que les da el oro que ellos tienen escondido.

-Nada de simplezas ni de compasión para esa gente criminal y despiadada que pretende terminar con la tradición que establece el Apóstol Pedro en Roma.

-Hay que borrar de la faz de la Tierra, al Temple.
Terminó de hablar Reinaldo, mientras se asentaba en la mesa del despacho.

Mientras las intrigas y los desatinos del hombre se multiplicaban por toda la Tierra, los flexibles copos de una intensa nevada recubrían las capas de hielo que se había formado en la superficie. Mientras, los abetos del vecino bosque se torcían con una pesada carga de nieve, soportando estoicamente el peso sin rasgar el ramaje.

16
Campo Corona había recibido una extraña nota que le notificaba la visita secreta y personal de un fraile de la Orden de San Benito llamado Remigio.

Cuando entro el cocinero del Monasterio de Santo Toribio, en los aposentos de Corona, iba disfrazado con un uniforme de la Guardia Civil que Remigio se había procurado en casa de un primo suyo que era policía. Corona al ver a un monje disfrazado de esa guisa, le entro una risa tan convulsiva, que casi se atora de la fuerte tos que de pronto le agobió.
El monje Remigio, aunque era reservado y muy serio, comprendía lo muy ridículo que era el disfraz para un monje que se preciara de serlo.

- Alabado sea el Señor.
Dijo Remigio desde el dintel de la puerta, antes de penetrar en la estancia de Corona.
- Pase vuestra merced y acomódese a su gusto.
Respondió el Maestre, algo más calmado.

-Si su Señoría tiene a bien escuchar podrá entender enseguida el motivo de mi presencia en su casa de Lebeña.
Remigio se paro un instante y continuó:

-Hace bastante tiempo Señoría, que estoy inquieto por unos los graves sucesos que he presenciado en el Monasterio de Santo Toribio. Se conoce Señoría de que está en marcha una canallesca conspiración en contra de la Orden del Temple, fomentada por una Iglesia que no quiere perder sus muchos privilegios a base de engañar por miedo y la condenación a sus fieles seguidores cristianos.

-El Papa ha enviado a España al Cardenal Mariani con sus milicias de especialistas para acabar con el Temple antes de que vuestra Orden tenga operativa la clave secreta para conocer el último refugio que dio Dios al Arca de su Alianza con los hombres.

-Ellos saben, que un caballero del Temple encontró en la mar, por casualidad, el cofre que se perdió en una galerna en el Cantábrico cuando viaja a Roma en barco Alexis un viejo monje del Monasterio de Santo Toribio en el invierno del año 1050.

-Ellos saben todo, porque tienen un espía infiltrado entre sus caballeros Señoría y las órdenes concretas para exterminar a todos los caballeros del Temple que aún queden en toda Europa, proviene del Papa y de una vieja congregación para salvaguardar la fe en Dios, llamada Inquisición.

Termino de hablar Remigio, mirando de soslayo al Gran Maestre Corona y tratar de observar en él alguna reacción.

Corona, no sabía cómo reaccionar por el asombro y la extraordinaria fortuna que ahora tenía el Temple. Porque Corona considera que era una valiosa señal que le ofrecía Cristo para poder recuperar el Arca.

Tornándose hacía Remigio se aproximó y tomando al monje en sus brazos arrancó a llorar sin consuelo alguno, diciéndole:

-Alabado seáis…mi samaritano…gracias…gracias a Cristo que os ha guiado hasta la casa en donde se defiende de verdad la fe en su Padre y sus humanos evangelios. Palabras sagradas que se hallan henchidas de caridad y de piedad, para que los hombres del Creador consigan sobrevivir en armonía con las especies vivas de la Tierra.

-Tenéis la puerta abierta para cuando queráis servir a Cristo desde el Temple pero la Orden, mi querido Remigio, os recompensa desde hoy con el titulo de Caballero Templario.

- Para que no tener que desplazaros continuamente hasta aquí y por la seguridad vuestra os entregara cuando os vayáis el intendente Argos, una emisora GPS por si disponéis de informaciones que precise el Temple.

-Muchas gracias y muchísima suerte, mí estimado caballero Remigio.

Finalizó de platicar para despedir emocionado el Maestre Corona.

Remigio, saltaba de alegría y contento mientras se encaminaba al domicilio de su pariente el Guardia Civil para devolver el uniforme.

El día más feliz de toda su vida le había llegado al final, entrando a raudales en su distinto corazón de legítimo Caballero Templario.

Ahora era miembro del Temple por propia derecho y pondría todos los medios que ahora disponía para seguir perteneciendo a esa bendita Orden Sagrada de Cristo, en donde no cejaría jamás de agradecer a Cristo su inestimable ayuda.

Como era ya bastante tarde, Remigio no quería que nadie averiguase el nuevo vínculo que tenía con el grupo de templarios, ni con la visita a la casona de Lebeña, apresuró la marcha para llegar a la Abadía Cisterciense antes de que empezase el servicio de la comida.

Estaban sonando las últimas campanadas de las doce horas del mediodía, cuando Remigio abría con una doble llave una portilla anexa a la puerta principal, que supuestamente estaba inutilizada de hacía bastante tiempo.

La insidia y la traición se estaban instalando en el viejo Valle sin permiso de ningún mortal.

Los seres que habitan en el antiguo Valle, serán los únicos testigos sensoriales de esta tragedia humana que estaba ordenando sin descanso el viejo espíritu del bosque lebaniego.

El mismo que vagabundeaba entre el ramaje de los abetos mientras busca la invocada piedra filosofal; para entregarla a los dioses de la espesura antes de que el diablo del verde profundo se quede con ella para siempre.

Eran los tiempos que pertenecen a la expiración del organismo de los humanos vivos. Cuando estos son llamados a la presencia del Creador para pedirles el canon que corresponde a los días de existencia real de los habitantes de ciertos planetas del Universo.

Remigio tenía la total convicción de que ninguno le observaba, pero estaba equivocado; un fiel servidor de la Iglesia que le estaba vigilando estrechamente, por orden de Reinaldo, había controlado la entrada y la salida del Monasterio.

Cuando Remigio se retiraba a su celda a descansar del duro día de trabajo y de las nuevas ilusiones, un piquete de guardias del Papa le estaban esperando en la pequeña habitación.

- ¡Considérese prisionero de Dios!
Ordenó Claudio el magistrado de la guardia.
Una etapa de dolor y vejaciones comenzaba para la vida de Remigio.

17
El Dominico, se regodeaba de inmenso placer ante la presencia del descoyuntado cuerpo de Remigio, cruelmente torturado por el sanguinario verdugo de la Inquisición.

El sádico verdugo era un siniestro protagonista que había llegado en el séquito del Cardenal desde Roa, para realizar estos necesarios menesteres.

La detención nocturna de Remigio fue efectuada en su celda, sin testigos oculares extraños a la Iglesia.
Las órdenes del Cardenal fueron tajantes:
- ¡Tortura y confesión!
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
Había condenado su Eminencia sin parpadear.
La confesión de Remigio estaba pasándola a limpio el Dominico Rufino, como inexorable secretario de la Iglesia y la redactó en estos términos: