SAN PEDRO DE MERIDA: Victoriano había regresado de la arriesgada misión...

En el mes de abril del año 1482 el Papa Sixto IV se veía forzado a aceptar la institución inquisitorial en la Corona de Aragón.

El Papa llevo a cabo diversos intentos de volverse atrás sobre la decisión anterior, pero finalmente la situación se fue consolidando y en octubre del año 1483 todos los problemas del Papa se normalizaron con la designación de fray Tomas de Torquemada como Inquisidor General de Castilla y de la Corona de Aragón.

A partir de este mismo momento puede decirse que tiene lugar en el ambiente de la España medieval el comienzo de una espeluznante represión intelectual que realizara la Inquisición secular.

Basilio, arto de preocuparse sobre la mejor manera de terminar con los impíos del Señor, dijo a los dos inquisidores:

-Engrasad bien todas las armas para que sirvan al Señor, como es debido, porque con los maitines no solucionaremos los gravísimos problemas que tiene ahora la Iglesia.
Finalizo Basilio.

Claudio, con el ladino aspecto que tenía, se acerco a los dos fraternos y con sus maquiavélicas formas de saber hablarles, dijo:

-Preparemos el aposento para el tormento divino de los cuerpos humanos de esos pecadores templarios, porque mi mayor deseo es contemplar como sufren con el purificador tormento de un fuego sagrado.

-Tenemos que preparar al verdugo.
Finalizó Claudio, sin inmutarse.

-Todo se andará, queridos hermanos del señor, dar tiempo al tiempo.
Remató Rufino, el anciano Dominico.

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Canive estaba sembrando el perímetro de la casona de potentes minas terrestres que impedirían el paso a los servicios esenciales templarios, al ejército que a ciencia cierta debían haber reclutado el Cardenal Mariani.

Las colocaba en cuadricula para saber la posición exacta de cada instrumento explosivo, para tener la posibilidad posterior de desmontar el complejo defensivo cuando finalizase la operación.

La mucha experiencia en el manejo de las armas de Canive, le venía de todas las guerras en las cuales había participado, como voluntario al servicio de la Orden del Temple, en la defensa de Cristo contra el paganismo del Islam.

Ahora apoyaba a su amigo y Maestre Corona, para que consiguiera la meta deseada por el Temple, en los muchos siglos de existencia de la Orden y de el mismo.

Argos mientras tanto, preparaba con el cocinero las viandas para poder alimentar a todo el personal que estaba desplazado dentro del enorme complejo de la vieja casona.

La casa y la finca antes había pertenecido al Conde de Santa María de Lebeña y este la había cedido en el testamento a la Orden del Temple, porque él era, Gran Maestre de la Orden y el custodio mayor del Arca de la Alianza.

Marañón se entretenía en el sofisticado laboratorio que tenía el Temple escondido en las guardillas del edificio principal.
Estaba analizando el manuscrito miniado para el momento que Victoriano informara que ya tenía la clave para poder descifrarlo.

Mientras todo esto estaba pasando en Santa María de Lebeña, el templario Victoriano, se acercaba al Monasterio de Santo Toribio ataviado con el hábito de un monje que iba a Santiago de Compostela por el desagravio de su salud y el pago de sus pecados.

El hermano portero que se hallaba de vigilancia en la puerta, al ver al monje forastero con los atalajes propios del peregrino, le rogó que pasara a aliviar la fatiga, el hambre y también, para que hiciese sus mayores necesidades en el interior.

Victoriano, como se esperaba algo parecido, entro dentro sonriendo al portero con verdadera afección y afecto y después de darle la bendición se adentro en el atrio del edificio principal buscando la cocina para saciar la mucha hambre que de verdad tenía.

Remigio, al ver entrar por la puerta de la cocina al hermano forastero, se le aproximó requiriéndole:
- ¿Vuestra merced precisa yantar una escudilla bien caliente?

- ¡Sí!, hermano en Cristo…gracias…agradecido.
Le rogó el peregrino.
-Póngase vuestra merced el aquella mesa larga que está a la derecha.
Indico Remigio.

Victoriano mirando de soslayo alrededor se acercó hasta la mesa indicada y sentándose en la banqueta espero paciente la comida.

Una buena ración de sopa de gallina bien caliente con trozos de pan frito, le fue servida a Victoriano en la cocina. Remigio viéndole comer con tan buen apetito, le trajo enseguida una escudilla de madera repleta con un trozo de carde de venado asado, con patatas fritas a la mantequilla, rico y suculento.

Un buen vaso de vino acompañó al excelente menú del caritativo Monasterio Benedictino.

Remigio acompaño a Victoriano hasta la celda que tenían reservada para los monjes peregrinos y sin más se retiro a sus quehaceres, no sin antes desear al huésped las buenas noches.

Victoriano se acostó sin desnudarse y quedo medio transpuesto, hasta que su reloj marco las tres de la mañana. Entonces sus facciones se transfiguraron y sigilosamente se encamino por los corredores del convento hasta que llegó a la puerta de la Iglesia.

La tenue luz de dos gruesos cirios que alumbraban el altar las veinticuatro horas del día, le ayudaron a encontrar lo que estaba buscando.

El maravilloso crucero de la Iglesia le esperaba en la tenue penumbra, saco una cinta métrica y se puso pacientemente a calcular las medidas en varas sagradas que se citaban en el pergamino de Alexis.

Cuando halló el centro de las coordenadas exigidas su sorpresa fue grande, al ver la bella composición de unas estilizadas figuras de piedra representando al desprendimiento de la Cruz, junto a la sepultura de Cristo y al lado estaba la preferida del maestro María Magdalena llorando de pena.

La compañera de Jesús, con el brazo extendido nos está señalando una montaña que tiene la silueta de un ave con las alas extendidas.

En el mismo centro de la montaña estaba esculpida una cruz con estas palabras en latín:
Invenio inhumatus e insepultus arcae.

Victoriano escribe muy nervioso sobre un papel las palabras escritas y lo que quiere decir al Temple la composición escultural de la Iglesia con fidelidad y muy despacio, sin hacer apenas ruido, se vuelve a su celda cerrando la puerta al entrar.

La misión secreta había concluido, solo le quedaba a Victoriano esperar y desaparecer.

Aparte de esta esencial información primordial que había conseguido, estaba al corriente de las fuerzas de que disponía el Cardenal para combatirlos.

Después de oír devotamente la misa, de confesarse y comulgar religiosamente junto al Prior, come con los monjes y cuenta la milicia del Cardenal.

El agradecido peregrino hace entrega a Remigio en recuerdo de la buena hospitalidad, la hermosa cruz de penitente que llevaba colgada del cuello.

Remigio se negaba rotundamente a recibir nada del hermano peregrino, pero Reinaldo que estaba cerca al sentir la negativa de Remigio le recriminó y asió el regalo y colgándoselo al cuello desapareció por el atrio del convento.

Los monjes allí presentes se quedaron de una pieza cuando comprobaron por si mismos la ambición desmedida del Abad.

Ninguno de los allí presentes sabía que la Cruz que se llevaba el Abad, tenía un transmisor de radio para escuchar las entrevistas secretas en la estancias privadas del Monasterio.
El Cardenal y el Prior estaban bien controlados por el espía del Temple.

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Vicente Becerril que contabilizando las existencias del Temple desde hacía años, conocía la limitación económica que Corona podía poner para los gastos de sus hombres y de los materiales necesarios para las distintas misiones que el Temple iniciaba.

Las reservas que tenía la Orden en realidad, era un misterioso secreto que jamás se desvelaría a ningún mortal, ni de dentro del Temple, ni de fuera de sus dominios seculares.

Desde la persecución, el asesinato, y los deseos del Rey de Francia y del Papa, para apoderarse de esos inmensos tesoros de la Orden y que nunca hallaron.
Ningún Maestre sabía la localización exacta de los inmensos tesoros templarios.

Solamente tres caballeros juramentados templarios, que son elegidos por Jacques de Moley en persona, sabían por separado, el emplazamiento de algunos de los depósitos secretos de la Orden.

Ellos serán los únicos que saben el emplazamiento exacto de estos innumerables depósitos de oro y de plata, que tenía la orden distribuidos por Europa.

La cornisa cantábrica, en el Norte de España, era la mejor zona de ocultamiento para el Temple por su difícil orografía y el sinuoso acceso que tiene esta región tan montañosa.

Para acceder a alguno de estos tesoros de la Orden, tenían que reunirse los tres caballeros con una llave cada uno y después por separado cada uno de ellos introducía en el especial cierre una llave personal, sin la cual ninguno por separado podría acceder al oro, porque el metal sin las llaves se autodestruía.

Los apodos de los tres caballeros templarios que se encargaban de custodiar hoy en día el oro y la plata del Temple son:
-El Hombre de la Rosa. (España)
-El Corazón de la Rosa. (Bélgica)
-El Espíritu de la Rosa. (Italia)

El único depósito que estaba siempre abierto, era el que disponía sin ningún límite el Maestre Corona.

Vicente Becerril es el responsable de dar al Temple los fondos que se gastaban y para hacer su trabajo con toda normalidad el mismo se encargaba de fun-dir los lingotes de oro y plata para transformar este metal en monedas de curso legal de todos los paí-ses el mundo, que estaban hechas con esos metales preciosos que en el fabuloso depósito había.

Monedas que después vendían en el mercado de los coleccionistas del mundo al costo que pedía sin regatear ni un céntimo.

El secreto lugar, en donde está escondido el oro del Temple, es localizado en los entornos de la ciudad Cántabra de Sagisama.

Una urbe subterránea cerca del pueblo de Cos, en donde vivían los más feroces guerreros del mundo.

Esos que se enfrentaron a las legiones del Cesar en batallas tan sangrientas, que su enorme popularidad como feroces guerreros se extendió como el aceite por todo el orbe romano sin dar cuartel alguno a los enemigos.

Sólo Roma los pudo conquistar después de muchas batallas perdidas, absorbiéndolos entre sus mejores legiones.

La insatisfecha avaricia del templario, su crueldad mayor que la del tigre, su repugnante, monstruoso y abominable lujo; su incendio de casas, su detesta-ble saqueo y pillaje de aquellos grandes tesoros que de todas partes de Europa se habían reunido en los suntuosos palacios que edificaban por todas partes.

La autoridad absoluta sobre los templarios se hace insostenible a la larga para la Iglesia.

Dejadlos hacer, que no harán nada bueno, decía el Papa a los que querían escucharle, añadiendo estas palabras:

-Que de aquí en adelante ninguno de los templarios se pueda ir o salir de estos reinos de la Iglesia para estudiar, ni enseñar, ni aprender en universidades, estudios ni colegios, fuera de nuestros reinos.

Cuenta la historia templaria, que Jacques de Moley recibió del Rey de Francia, los padecimientos y los horrores de la prisión, injurias, amenazas, azotes y castigos, grilletes y torturas. Y también los sacaban para mostrarlos en el exterior a la gente, como un símbolo de censura y de infamia. Así son detenidos los templarios durante meses y después van siendo asesinados por largos tormentos.

Los templarios han seducido a los pueblos enteros y a los individuos…pero no me cabe la menor duda de que en ciertos momentos el Temple supone para algunos uno de los mayores peligros para evitar las corruptelas y los abusos de poder.

Corona y Becerril lo sabían por experiencia propia y por eso ponían los medios para poder evítalo.

Algunos nobles criticaban que jamás abandonaban sus espadas, ni si quiera para comulgar y nos dicen que la llevamos para defender la religión y critican que cada mañana besemos la espada antes de poner el arma en el cinturón y que hagamos el signo de la Cruz con ella. Y nos dicen que somos orgullosos y presuntuosos, coléricos, vengativos, con el defecto y la pasión que antepone el Temple por vengarse de todas las afrentas, con los medios que tenga.

-Nuestro enemigo consigue con las críticas saciarse en la invectiva y las sátiras mordaces que esparcen contra la Orden del Temple, que nos ha preservado de la mayor calamidad, que ha infestado al terrible monstruo de la herejía porque quieren separar de la obediencia de Cristo a las criaturas del Temple.

-Es bien notorio, el desmesurado poder que tiene la Inquisición sobre la ignorancia de la mayor parte de las gentes, atribuladas del pavor de sus procedimientos, de los agravios sobrecogidos, del ningún recurso que los vasallos tienen de la Corona ni de su Rey.

-Maestre…yo sólo sigo una senda.
-Sigo la Santa y justa causa que sostiene mi Orden del temple, porque unánimemente la adoptamos los que recibimos de sus manos el augusto cargo para poder defenderla y para regirla.

-Una Orden, que todos los hermanos hemos jurado seguir y sostener a costa de nuestras vidas.

-No aceptamos la Inquisición, ni el soñado derecho de los grandes de España, aunque combatimos con la poderosa fuerza que nos llega desde Cristo por el precioso derecho a sobrevivir de nuestra Orden.

-Ni creáis que el deseo de conservar el Temple esté muy distante de destruir los obstáculos que puedan oponerse a este fin.

14
El frío invernal arremolinaba delante de la ardiente chimenea al personal templario que estaba libre de servicio en la vieja casona del Temple.
La mesa dispuesta con toda clase de bebidas surtía a los hombres del calor que el alcohol proporciona al organismo, para recuperarse del intenso frío.

Los comentarios sobre las próximas maniobras del comando de ataque, rondaban ese día en el salón de reuniones. Los preparativos se estaban organizando de la experta mano del veterano Canive, por lo cual los demás podían despreocuparse por esa seguridad que el templario transmitía a todos los demás.

Fuera, de la casa de piedra rugía un viento invernal que estaba acompañado de una fina nieve en polvo, que caía cubriéndolo todo suavemente de un manto blanco inmaculado, mientras los chapiteles de hielo colgando de los aleros, se semejaban a unas puntas de lanza que estuviesen preparadas para repeler un ataque enemigo.

Victoriano había regresado de la arriesgada misión en el Monasterio benedictino y estaba recopilando, en el laboratorio de la guardilla, todos los datos que precisaba Marañón para localizar la precisa ubicación del Arca de Dios.
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
Los gráficos de las esculturas que vio en el crucero de la Iglesia del Monasterio, Victoriano los dibujó con una técnica aceptable en la cuartilla blanca que Marañón le había entregado, mientras tanto Corona contemplaba interesado los rasgos del dibujo que el templario estaba realizando encima de la mesa.