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MADRID: Y este

Los inventos los jóvenes los educadores y el Bosco.-

Menos mal que, como decía el gran patrono de los educadores, san Juan Bosco, la educación es cosa del corazón. De otra manera, muchas veces uno tendría la tentación de tirar la toalla. Porque raro es el día en que no nos hacen llegar alguna encuesta, estudio o informe sobre las jóvenes generaciones. Y la impresión, el regusto final que nos dejan no pocos de tales documentos no es precisamente alentador.
Hace muy poco, el Fondo Monetario Internacional (FMI) alertaba sobre el futuro de esos cuatrocientos millones de jóvenes que en la próxima década entrarán en el mercado laboral y que podrían acabar siendo «una generación perdida», condenada a sufrir durante toda su vida unas precarias condiciones laborales y sociales.
Pues bien: el mismo día en que el FMI hacía tales sombríos pronósticos, la oficina estadística de la Unión Europea, Eurostat, hacía públicos los datos de cierre de empleo en 2010, según los cuales nada menos que el 42,8 por ciento de los jóvenes españoles menores de 25 años -algo más de cuatro por cada diez- no tiene trabajo; porcentaje este que supera el doble de la media europea y que coloca a nuestro país a la cabeza del desempleo también en este segmento de población.
No son, ciertamente, tiempos fáciles para las nuevas generaciones. Sin trabajo, con trabajo precario, con políticas de empresa que imponen una alta rotación laboral, o con una ocupación sobre la que penden más incertidumbres que certezas, es difícil que nuestros jóvenes se embarquen en un proyecto estable de vida. De entrada, ya pocos aspiran a ganarse la vida con aquello para lo que fueron formados. Más aún: España ya es el país de la OCDE donde, en términos económicos, menos compensa estudiar, según se pone de relieve en un reciente estudio de la Fundación de Cajas de Ahorro (FUNCAS).
El mileurismo, que se pensaba como un elemento transitorio, como una etapa de la vida que se superaría conforme pasasen los años y se subiesen escalones profesionales, se está convirtiendo para una parte importante de ese colectivo en una situación de la que difícilmente se sale. Y lo peor -insisten los expertos- no es que se gane poco, sino que se carece por completo de estabilidad.
Si a ello se suma la imposibilidad de acceder a una vivienda, salvo que en el alquiler dejen buena parte de sus esfuerzos mensuales o recurran a la alternativa de verse hipotecados incluso hasta después de la jubilación, el horizonte de sus expectativas se perfila como nada halagüeño.
Con todo, mientras sociólogos y políticos se plantean qué mundo vamos a dejar a nuestros hijos, como educador no pocas veces me paro a reflexionar sobre qué hijos o qué alumnos le estamos dejando al mundo. ¿Les estaremos dando -me pregunto- la educación más adecuada para estos tiempos de dificultad?
Padres y educadores -hablo en líneas generales- hemos buscado para nuestros descendientes lo mejor, sí, pero no pocas veces la hemos confundido con su satisfacción inmediata. Y de esta manera hemos contribuido a crear unas generaciones como cañas batidas por el viento, dependientes y cómodas, sin arraigos, individualistas, con escasa capacidad de resistencia y que aplazan cada vez en mayor medida las decisiones importantes.
¿Pesimista? No me gustaría serlo. Pero lo cierto es que si hasta hace algún tiempo padres y educadores podíamos remontarnos a nuestro propio modelo para tratar de aplicarlo a las jóvenes generaciones, hoy esa fórmula ya no vale. Hoy, padres y educadores estamos obligados a inventar. Tarea más que complicada. Hay que entender la educación como actividad y progreso, como perfeccionamiento y como realización lograda. Menos mal que, como decía Don Bosco, por encima de las dificultades la educación es cosa del corazón.

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