Oficios olvidados: mozos de cuerda (foto antigua), MADRID

OFICIOS OLVIDADOS: MOZOS DE CUERDA.
Este oficio, como actividad remunerada, aparece a finales del S. XVIII.
Los mozos de cuerda, solían estar en las zonas más transitadas de la ciudad, como plazas, mercados o estaciones de transportes, a disposición de quien necesitara sus servicios para hacer portes y llevar paquetes, bultos, muebles o equipajes.
Como su nombre indica, llevaban siempre una cuerda al hombro, para manejar la carga que transportaban. El secreto de su trabajo estaba en saber usar la cuerda para atar los bultos y sujetarlos a su cuerpo para no hacerse daño, siendo capaces de cargar grandes pesos, recorriendo largas distancias y subiendo y bajando escaleras en las casas. Además de la cuerda, algunos tenían carretilla de madera, que les permitía trasladar mercancías más pesadas.
Así los describía en 1844 el cronista Mesonero Romanos, en una relación de oficios contenida en su Manual histórico-topográfico... de Madrid:
“Los robustos mozos de cordel, que se hallan en las esquinas de las calles, aunque toscos sobremanera, sirven para conducir los efectos y hacen toda especie de mandados, con bastante exactitud y probidad, pagándoles de 2 a 4 reales por cada mandado”
Los madrileños, muy dados a las bromas, idearon algunas para estos mozos. Uno de los baúles, más pesados y difíciles de llevar, era el conocido como “mundo" y sirvió para hacer chistes del tipo:" Los mozos son unos desaprensivos, porque se echan el mundo a la espalda, o son los más importantes porque cargan el mundo sobre sus hombros". Otro chiste decía que" tenían el secreto de la eterna juventud porque con cualquier edad que tuviesen, siempre eran mozos".
El tebeo "Pulgarcito", tenía historietas de un personaje llamado "Sansón García Boniato, tiene cuerda para rato"
Como todo trabajo que requiere fuerza física, solía ser menospreciado y se destinaba a las capas sociales más bajas. Al igual que los serenos, los mozos de cuerda de Madrid eran en su mayoría gallegos y asturianos, que emigraban a la capital en busca de trabajo, con la intención de reunir dinero, para volver a su pueblo y comprar un terreno con el que dedicarse a la agricultura o a la ganadería.
Esta necesidad de ahorro les hacía llevar una vida miserable. Solían vivir en grupos, hacinados en cuchitriles sin las menores condiciones de higiene. Eran frecuentes las reclamaciones de los vecinos, para que las autoridades sanitarias visitaran sus domicilios y controlaran su nivel de salubridad, con el fin de evitar la propagación de enfermedades contagiosas.
Generalmente eran personas honradas, pero también había quienes robaban. Las quejas de los peatones eran constantes, por el peligro que provocaban al caminar cargados por las aceras y por los disturbios que a veces que originaban cuando no trabajaban, debido a la tendencia de algunos a la bebida.
. Las penas impuestas, eran excesivas, en 1804 se podía condenar con hasta seis años en los presidios de África, si ocasionaban molestias en la vía pública.
Esta mala fama provocó que, en 1844, se estableciera el primer reglamento para mozos de cordel de Madrid, que pasaban a ser funcionarios inscritos en el registro municipal. Se les obligaba a tener una licencia avalada por un fiador de “garantías y honradez”, por la que algún tiempo después, tuvieron que abonar una tasa. Se les daba una chapa de latón, con su número de licencia, que debían llevar en un lugar visible de la ropa o en la gorra.
A partir de 1856 se estipuló que tuviesen dos tarjetas identificativas iguales, para entregar una al cliente, que la devolvía al terminar el servicio.
La legislación establecía también, que debían tener entre dieciocho y cincuenta años, que fuesen robustos y tenían prohibido el trabajo nocturno sin un permiso especial Cuando llovía y se cruzaban con otra persona en la acera, debían apartarse con la carga, para que el otro no se manchara los zapatos o los bajos de la ropa de barro, al bajar de la acera, más tarde se les prohibió ir por las aceras cuando estaban cargados.
No se les permitía permanecer en las esquinas de las calles, ni sentarse o tumbarse obstaculizando el paso. Se organizaron en cuadrillas con dos capataces, elegidos por los mozos, a los que llamaban cabo primero y cabo segundo, eran responsables de la disciplina del grupo a su cargo y de las posibles faltas.
Debían estar situados en puntos de la vía pública, previamente determinados por el jefe de Guardia, para ser localizados cuando se necesitase su servicio. No podían ausentarse de su puesto sin justificación bajo sanción, y a las tres sanciones perdían su trabajo.
A partir de 1859 el reglamento se hizo más meticuloso en favor de los derechos de los clientes. Se impusieron tarifas por el servicio, dependiendo del peso, el tamaño de la carga y la distancia que debía recorrer.
Entre las obligaciones de los mozos, se impuso que en caso de incendio, debían acudir al lugar siniestrado, así como denunciar y mediar en alborotos y escándalos.
Esta medida beneficiaba a las fuerzas de orden público, que abusaban de su autoridad, utilizando a los mozos de cuerda y a los aguadores, cuyos gremios estaban asociados, para detener a maleantes, separar peleas, controlar animales en estampida o sacar borrachos de las fuentes, sin pagarles por ello y ni siquiera agradecérselo.
En las procesiones, si faltaban cofrades, estaban obligados a cargar los pasos procesionales, pero sin su uniforme laboral, lo que desluciría la ceremonia.
De manera extraoficial y cobrando el servicio, se incluyó entre sus ocupaciones, la de camilleros para los heridos y los enfermos Aunque esto correspondía al personal de los hospitales y casas de socorro, en ocasiones era más rápido localizarles a ellos.
A los mozos les surgieron competidores, como los llamados “soguillas”, que llevaban una cuerda al hombro y se hacían pasar por mozos sin serlo. Muchos eran ladrones y timadores, pero otros estaban desesperados porque necesitaban algún trabajo para poder comer y no podían sacar la licencia de mozo de cordel. Actuaban en los alrededores de estaciones de tren, siendo los forasteros sus principales clientes.
Los mozos oficiales, solidarios entre sí pero no con la competencia, se manifestaron exigiendo que se cumpliera el reglamento y reclamando los derechos derivados de su licencia. Para apoyar las medidas de presión social, crearon una asociación de inspiración sindical con el nombre de "El Hércules", en alusión a su fuerza física.
Ramón Gómez de la Serna, defendía a estos "ilegales" con el argumento de que «No se puede cerrar el único camino que le queda al hambriento desesperado».
La creación en 1871 de los Mandaderos Públicos, encargados de llevar documentos, ocasiona un malestar entre los mozos que ven peligrar sus fuentes de ingresos y les lleva a organizar una manifestación que junta a más de doscientos y transcurre entre el Paseo del Prado y el Gobierno Provincial, donde se disuelven cuando se les notifica que su reclamación solo será atendida si la hacen llegar por escrito.
En 1890 abría la empresa de mensajería madrileña Continental Express, que siguiendo el modelo francés, ponía a disposición de sus clientes los «petits rouges» y los «petits bleus» chicos de doce a quince años, llamados así por el color de sus uniformes, llevaban también guantes y una flor en la solapa. Los aristócratas, les usaban como criados particulares, a un precio asequible: treinta céntimos el servicio.
En una sociedad sin teléfono, el aspecto del portador de mensajes era importante, sobre todo si se trataba de un mensaje delicado, como un mensaje de amor secreto, cartas, flores o bombones, función para la que no servía un rudo mozo de cuerda.
En 1921, aun era una forma aceptable de ganarse la vida, podían ganar un duro diario y se daban casos de haber conseguido diez duros, eso sí, trabajando mucho. Hacia 1928 el de mozo de cuerda era un oficio en vías de extinción, debido a los avances científicos como el telégrafo, el teléfono, el automóvil y los taxis.
Si en 1886, la Revista de España, publicaba que había 608 mozos de cordel censados, en 1930 no pasaban de cuatrocientos y había poca demanda de sus servicios. El único mozo que sobreviviría, fue el de estación, con la exclusiva misión de llevar los bultos desde el tren al taxi o la puerta de la estación por una pequeña propina.