Cronícas de una letra minúscula.
54. A Toro íbamos al instituto
Ibamos a Toro al instituto, íbamos y veníamos que se decía, no puedo decir a estudiar, pues algunos no dábamos ni palo, pero los había que sí, supongo. El viaje lo hacíamos como ya se ha contado en otros chascarrilos con el coche de Heliodoro.
Heliodoro era el chofer la empresa era la de Posadas Seisdedos de Coreses.
Como teníamos clases de mañana y tarde, comíamos en Toro, pero la comida la llevábamos de nuestras casas, normalmente en una fiambrera.
Parábamos en casa de las patronas, la nuestra era la señora Manuela, nos cobraba 200 pesetas al mes, con derecho a calentarnos las fiambreras, la comida era otro cantar, pues en un fuego pequeño y casi al mínimo nos ponía las fiambreras en una torre de 7 u 8, para qué te voy a contar, a las de arriba no les llegaba ni el aliento un vagabundo, la de abajo si se llegaba a templar un poco.
Ahora eso sí, cuando nos las ponía en la mesa, hacíamos como que nos quemábamos al abrirlas y tocándolas con la mano la patrona, nos decía, pues no es para tanto. Claro estaban heladas.
En la casa de la señora Manuela estabamos Visi, Presen, Jesús el de Fermín, Manolo el de Carlos, Funcor, Manolo Masero, Fede el de Aurora y yo. La señora Manuela era viuda y tenía un hijo casado que no vivía en Toro y una hija que vivía con ella, estaba estudiando.
Por la mañana al llegar a Toro lo primero que hacíamos era ir a casa de la patrona a dejar las fiambreras y los libros que utilizaríamos por la tarde, hecho esto, nos dirigíamos al instituto. El que más y el que menos, todos llevábamos un macuto o una cartera, camino del instituto, solo Funcor llevaba un libro debajo del brazo o como mucho dos o ninguno, depende el día y las ganas que tuviera de aburrirse en alguna clase.
Camino del instituto, al llegar a la altura del seminario, estaba el paso de cebra, que utilizábamos para cruzar lo que llamábamos, la autovía, allí estaba impertérrito Paturrino con todo su ringorrango, pluriempleado guardia municipal de Toro y regente del bar La Cueva.
Este buen hombre nos obligaba a cruzar por el paso de cebra, como lo hacían los Beatles y él que atravesando, se salía un poco del paso de cebra, le echaba una bronca de mil demonios entre pitidos de silbato, lo hacía retroceder, y como castigo lo tenía allí parado un par de minutos como a un pasmarote.
Esto era de obligado cumplimiento para todos, fueras de Toro o de los pueblos de alrededor, para todos, menos para Funcor. Funcor cruzaba delante de sus narices con su libro debajo del brazo, totalmente en diagonal sin respetar el paso de cebra, pero eso sí, dándole los buenos días, nunca las buenas tardes, ya que si iba a alguna vez a clase, solo lo hacía por las mañanas, por las tardes, para qué, se estaba mejor echando la partida en el bar Zamora o jugando al villar en el salón del tío Patato.
Llegó el día en que se hacían apuestas en las clases, era todo un espectáculo desde las ventanas del instituto, ver cruzar a Funcor con su buen portante saludando y recibiendo el reciproco del municipal, los chavales de Toro, no podían entender, por que Paturrino a Funcor lo dejaba cruzar en diagonal y a ellos no. Hasta el punto que un día se formó una comitiva de alumnos pedigueños toresanos, para pedirle explicaciones al guardia municipal, del por que lo dejaba pasar, sin respetar el paso de cebra. La explicación fue breve y sencilla, como solo solía llevar un libro debajo el brazo, él pensaba que era un profesor.
Al día siguiente de estas bagatelas, Paturrino en guardia estaba, a la espera, como un cazador al acecho, al pasar Funcor en diagonal como era de costumbre, el empleado municipal comenzó a lanzarle todo tipo de improperios, amenazas, pitidos de silbato etc. Y Funcor ni corto ni perezoso lo mando a tomar por culo y le dijo que era bobico del todo. Eso sí, no volvió a pisar el instituto en un par de semanas.
Salud
54. A Toro íbamos al instituto
Ibamos a Toro al instituto, íbamos y veníamos que se decía, no puedo decir a estudiar, pues algunos no dábamos ni palo, pero los había que sí, supongo. El viaje lo hacíamos como ya se ha contado en otros chascarrilos con el coche de Heliodoro.
Heliodoro era el chofer la empresa era la de Posadas Seisdedos de Coreses.
Como teníamos clases de mañana y tarde, comíamos en Toro, pero la comida la llevábamos de nuestras casas, normalmente en una fiambrera.
Parábamos en casa de las patronas, la nuestra era la señora Manuela, nos cobraba 200 pesetas al mes, con derecho a calentarnos las fiambreras, la comida era otro cantar, pues en un fuego pequeño y casi al mínimo nos ponía las fiambreras en una torre de 7 u 8, para qué te voy a contar, a las de arriba no les llegaba ni el aliento un vagabundo, la de abajo si se llegaba a templar un poco.
Ahora eso sí, cuando nos las ponía en la mesa, hacíamos como que nos quemábamos al abrirlas y tocándolas con la mano la patrona, nos decía, pues no es para tanto. Claro estaban heladas.
En la casa de la señora Manuela estabamos Visi, Presen, Jesús el de Fermín, Manolo el de Carlos, Funcor, Manolo Masero, Fede el de Aurora y yo. La señora Manuela era viuda y tenía un hijo casado que no vivía en Toro y una hija que vivía con ella, estaba estudiando.
Por la mañana al llegar a Toro lo primero que hacíamos era ir a casa de la patrona a dejar las fiambreras y los libros que utilizaríamos por la tarde, hecho esto, nos dirigíamos al instituto. El que más y el que menos, todos llevábamos un macuto o una cartera, camino del instituto, solo Funcor llevaba un libro debajo del brazo o como mucho dos o ninguno, depende el día y las ganas que tuviera de aburrirse en alguna clase.
Camino del instituto, al llegar a la altura del seminario, estaba el paso de cebra, que utilizábamos para cruzar lo que llamábamos, la autovía, allí estaba impertérrito Paturrino con todo su ringorrango, pluriempleado guardia municipal de Toro y regente del bar La Cueva.
Este buen hombre nos obligaba a cruzar por el paso de cebra, como lo hacían los Beatles y él que atravesando, se salía un poco del paso de cebra, le echaba una bronca de mil demonios entre pitidos de silbato, lo hacía retroceder, y como castigo lo tenía allí parado un par de minutos como a un pasmarote.
Esto era de obligado cumplimiento para todos, fueras de Toro o de los pueblos de alrededor, para todos, menos para Funcor. Funcor cruzaba delante de sus narices con su libro debajo del brazo, totalmente en diagonal sin respetar el paso de cebra, pero eso sí, dándole los buenos días, nunca las buenas tardes, ya que si iba a alguna vez a clase, solo lo hacía por las mañanas, por las tardes, para qué, se estaba mejor echando la partida en el bar Zamora o jugando al villar en el salón del tío Patato.
Llegó el día en que se hacían apuestas en las clases, era todo un espectáculo desde las ventanas del instituto, ver cruzar a Funcor con su buen portante saludando y recibiendo el reciproco del municipal, los chavales de Toro, no podían entender, por que Paturrino a Funcor lo dejaba cruzar en diagonal y a ellos no. Hasta el punto que un día se formó una comitiva de alumnos pedigueños toresanos, para pedirle explicaciones al guardia municipal, del por que lo dejaba pasar, sin respetar el paso de cebra. La explicación fue breve y sencilla, como solo solía llevar un libro debajo el brazo, él pensaba que era un profesor.
Al día siguiente de estas bagatelas, Paturrino en guardia estaba, a la espera, como un cazador al acecho, al pasar Funcor en diagonal como era de costumbre, el empleado municipal comenzó a lanzarle todo tipo de improperios, amenazas, pitidos de silbato etc. Y Funcor ni corto ni perezoso lo mando a tomar por culo y le dijo que era bobico del todo. Eso sí, no volvió a pisar el instituto en un par de semanas.
Salud