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MALVA: Como la de hoy no porque anda un airón que mete miedo...

Como la de hoy no porque anda un airón que mete miedo pero, en mañanas de invierno como estas de Extremadura, casi equivalentes a las de otoño en Zamora, vas a los pueblos a eso de las diez o así y anda un olor entre lumbre de leña y pan recién hecho que alimenta. Seguramente estará la furgoneta del reparto a bocinazos por las calles así que ¡qué extraño es!
En el cumbre de alguna casa te encuentras con el de la pesca y ya es otro olor, también característico, pero mucho menos agradable. A mi recuerda al llágano de la laguna cuando nos rebozábamos en él para coger renacuajos, con que no te digo más.
Luego, por la tarde, y digo en esas tardes de otoño porque en las del invierno son otra cosa, se ve en los corrales de las casas a todas las mujericas, agachadas de forma inverosímil, avivando el cisco hasta que prende para taparlo con la ceniza hasta conseguir un brasero como un toro. Cuidao que es difícil agacharse como lo hacen las entrañables abuelicas sin que se te vaya la cabeza. Pues ellas aguantan to lo que les echen y, encima, con el tufo del brasero en la cara como cambie una miaja el aire.
Metido debajo de la camilla, a eso de la media tarde, el humilde brasero crea un amor alrededor de las faldillas que va languideciendo hasta que otro olor aviva los sentidos. El de unas sopas de ajo puestas a hervir en la cocina. Y, detrás de ellas, un plato de torresnos hechos por la mañana y una vela de chorizo.
Con la cuchar, te das un calentón de los que te pone unas perlas de sudor en la nariz, pero no dejas de mirar de reojo dónde andará la navaja pa lo que viene después. Cuando terminas de hacer ruido en el fondo de la cazuelita de barro, echas mano a un buen zoco de pan, del cantero si puede ser, y pones encima, sujetándolo bien fuerte con el dedo gordo de la mano izquierda el más hermoso torresno de los del plato. Vas cortando lascas, poco a poco, y untándolas con la navaja en el pan antes de dar el corte definitivo, el que suelta un bocao que da gloria oler y más gloria, todavía, llevar al paladar. Lasca tras lasca, terminas dejando el cuero en pelotas (dejarlo en cueros sería una redundancia innecesaria), listo para rungarlo en cuanto te esjuagues la boca con una pinta vino. Sería mucho si fuera del porrón, pero a morro tampoco queda mal del todo.
No es conveniente soltar la navaja porque con otro cacho pan, parecido al anterior, se puede seguir haciendo el mismo oficio pero ahora con el chorizo. El mecanismo es el mismo, si bien, con lo colorao que suelta el chorizo acochándolo contra el pan y lo de la navaja al cortar las lamparillas, se va pintando el migollo para que último bocao de la merienda sea apoteósico, como merecen tales manjares. El mejor trozo del pan bien untado de grasilla y un cacho chorizo (recomiendo no dejar para el final ninguno los cuatros del ocho porque suelen estar más tiesos). ¡CON MAYÚSCULAS!.
El brasero es lo de menos a estas horas pero con la entrada de la noche se van adormeciendo las cabras de las piernas que solo se alborotan cuando alguien pega un escarbón y del espabilón se aguanta, ya de un tirón, hasta ir a la cama. ¡Amorosas tienen que estar las sábanas!
Cuando se mete más el invierno, en pueblos como el nuestro, ya no hueles a nada. Por más que intentes aspirar, lo único que sacas es un barcao de moquillo que se te viene, pero olor, ninguno. Y, una vez que empiezas, no dejas el moquero hasta que lo llenas.
¡Hep! ¡Salud!
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
Buenas!. Que hambrica chacho me ha entrado de repente depués de leer tu relato. Gracías por alegrarnos este día tan feo, gris y airoso que tenemos hoy por esta tierra nuestra, donde no te quepa duda se habrán preocupado de atizar bien la estufa o el brasero luego de mañana. Salud y que usted lo cene bien!.