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MALVA: Crónicas de una letra minúscula....

Crónicas de una letra minúscula.

Un verano roto.

La había dejado apoyada en la puerta de la cochera, pero por fuera, en la misma calle claro, la cochera estaba cerrada por dentro y no la pude abrir.
Por eso siempre me sentí un poco culpable.
Era vieja, y no estaba en un estado muy óptimo que digamos, pero a pesar de ello, cumplía con su cometido.
Yo la descubrí cuando era muy pequeño, abandonada en el “sobrao”, sucia estropeada, la había usado mi padre tiempo atrás, pero yo ni lo había visto, ni me lo podía imaginar subido en ella.
Mis hermanas, todas mayores que yo, no se habían preocupado lo más minimo, en aquellos tiempos eran cosas más de chicos que de chicas.
Así que allí estaba como el arpa de Bécquer, esperando a que yo cumpliera unos años más y poder sacarla a luz. Hasta entonces nos conformábamos viajando virtualmente en aquellos coches que preparábamos con cuatro tablas que hacían de asientos, dos o tres piedras hacían las veces de los pedales, un aro de volante y un triste palo hacía de palanca para cambiar las velocidades, y tan contentos.
Del pedal derecho conservaba sólo el eje, y el brazo de este pedal tenía ese molesto juego, que por más que aporreé con piedras la maldita cuña, nunca conseguí quitárselo, las llantas un poco torcidas y oxidadas si no centrabas bien la rueda de atrás, con el roce llevabas el sonsonete continuo, de los frenos y guardabarros, timbres, luces, ni rastro.
Era una Orbea (la mejor para la brea, otras eran Cil la mejor para la guardia civil, BH la mejor para los baches, G. A. C, DAL, Bianchi, Torrot.....), de un color ya indeterminado, más tarde la pinté de azul, de un azul de algún bote de pintura abandonada que encontré por casa.
Era una Orbea de paseo, en aquella época había sólo tres tipos de ellas:
Las de paseo, las más robustas, los frenos eran de varillas metálicas y tenían unos buenos guardabarros, ruedas anchas, timbre, transportin.
Las de media carrera, un poco más ligeras, los frenos de macarrón y cable, los guardabarros más pequeños, las ruedas un poco más finas, y timbre.
Y las de carrera, manillar gancho, las ruedas mucho más estrechas, frenos también de cables, sin guardabarros y la novedad principal tenían cambios, dos platos y cinco piñones. Y por supuesto no tenían timbre.
También estaban las de las chicas que decíamos, eran como las de paseo un poco más pequeñas, sin barra, y en la rueda de atrás llevaban unas protecciones de cintas de plástico de colores, formando una malla, sería para que no se les engancharan las faldas con la rueda.
Todo esto era de nuevas, con las que andábamos nosotros solamente tenían lo imprescindible, nada de guardabarros, frenos, timbres... etc.

Con ella aprendí en la era pedrosa, con una almohada atada a la barra, que me había hecho mi madre, no llegaba al asiento; fuimos muchos los que aprendimos a andar en la era pedrosa, te sujetaba uno agarrando la parte trasera del sillín corriendo detrás.
Cuando ya más o menos te manejabas, lo difícil era arrancar, para ello necesitábamos subirnos a una piedra, rebanzón o cualquier cosa elevada, desde donde se hacía más fácil dar el primer impulso.
La primera vez que salí con ella a la carretera, fue una especie de carrera que hice con Andrés, los dos novatos en estos menesteres, se trataba de llegar el primero al puente de hierro de la carretera de Toro desde la propia era pedrosa. Aunque no llegamos ninguno de los dos, Andrés fue el ganador virtual, Yo delante unos metros, y al llegar a la puerta del señor Ditino cruzaba la calle un rebaño de ovejas, ni había frenos ni sabía frenar con la zapatilla.
¡Pumba!, leñazo contra las ovejas, salí volando, y aunque caí encima de ellas, no me libré de una buena costillada y de unos raspones en el brazo y las rodillas, que gracias a ellos y a lo que sangraban me libré de unos cayadazos que quería darme el dueño de las ovejas. Al ver el hombrico la sangre, le dio reparo.
De este golpe desapareció parte del pedal izquierdo, quedando como el otro, con el eje.
Poco a poco fuimos aprendiendo a andar, y ala vez arreglar las averías que daba, o la arreglabas tú o te quedabas sólo sentado en la plaza como un bobo, mientras los demás toda la tarde calle arriba, calle abajo. No existía eso de ir a tu padre con la rueda pinchada a que te la arreglara.
Era el pasatiempo estrella de aquella época.
Con ella nos sentíamos los reyes del asfalto, es un decir, el asfalto no lo conocíamos, sí, había alguna calle de cemento, pero las demás de tierra, y barro cuando llovía. Cuanto nos hizo disfrutar, cuantas vueltas a la plaza, tan pronto pasabas por las alcantarillas, subías la cuesta de la ermita, como te ponías en montonte, o en pajarinos, en la malvasía a por almendras, la dejabas en un regato y a Santa Justa, o si no a la alameda de merienda, a bañarte a valcuevo, con ella descubrimos los pueblos que nos rodeaban, Bustillo, Fuentes, Villalube, Castronuevo..... etc, y a sus gentes.
- ¿Me dejas una vuelta majo? Decíamos.
Y en Bustillo te contestaban:
No, que no me funciona el timbre.

Pero ocurrió lo que ocurrió, cuando volví a por ella, no estaba.
Tuve un momento de desconcierto, que pasaba, yo la había dejado allí, y no estaba, la primera suposición fue que me la habían escondido, una broma, como tantas, un amigo, un vecino, mi padre mi madre, no sé........
La busqué por toda la casa, corrales, pocilgas, pajar, paneras, “sobraos”, cuartos, escondrijos, una y mil veces, en mi casa todos parecían no saber nada de ella. Pasaban los días y no aparecía, hasta que poco a poco empecé a convencerme de lo peor, algún amigo de lo ajeno se hizo con ella. Se me vino el mundo encima, o debajo no sé. De pronto me quede sin el bien más preciado que tenía. Y claro no eran tiempos para decirle a tu padre cómprame otra.
Que mal lo pasé. La lejana esperanza de que me la devolverían se fue difuminando con el paso del tiempo.
Nunca más volví a saber nada de ella, únicamente vi en Malva otra con un forro de sillín igual o parecido al que tenía la mía, todo se quedó en sospechas, del resto ni rastro.
Fue como una de esas películas con un mal final.
Años más tarde, echaron en la tele la película “El ladrón de bicicletas”, que recuerdos más tristes me trajo de nuevo. Aunque para entonces yo ya tenía otra nueva y flamante Orbea, esta era negra, comprada en Ciclos Ventura, en Zamora, que llegó en la baca del coche de línea, me acuerdo cuando la bajó el señor Francisco, el cobrador, por la escalerilla de atrás, a esta no la dejaría sola, era la de los garbanzos, pero eso ya será otra historia.

Salud.
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
Muy bien contada tu crónica, me ha encantado la forma de relatar los tipos de bici, las zonas por donde ir,,,,, enhorabuena por tu forma de escribir.