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MALVA: Con el mismo Seat 600, matrícula A-8934-A, antes de...

Con el mismo Seat 600, matrícula A-8934-A, antes de quedar cojo del palier, recorríamos los pueblos de fiesta en fiesta, en feroz competencia con el Seat 127, matrícula ZA-5110-A, de Pon. No es que nos gustara correr, ni mucho menos, pero como las carreteras no tenían pintura y te tenías que guiar por las pajas de la cuneta, parecía que íbamos como locos. Donde no había un bache, había un socavón, donde no había gravilla, había chinas que saltaban y te hacían añicos el parabrisas. Si no te dabas cuenta de poner la mano en el cristal para evitar que se rompiera. Menos mal que te arreglabas con una cuerda, para cortar el aire y no pasar frío, que si no...
Una vez, el cristal que se rompió fue el de la puerta del copiloto del 600. Mientras venía José Luis, el de Cayetano, a arreglarlo, teníamos que ir tirando como fuera para no perdernos ninguna fiesta. Así que para no dejarlo desprotegido, sin cristal, con el riesgo de que nos lo robaran, lo arrimaba todo lo que podía a una pared, y así no podía entrar nadie.
En esas condiciones fuimos a una fiesta que había en Moreruela, en el mes de febrero. Después de andar de bar en bar, como siempre, dimos una pasada por el baile, lo que se dice entrar por una puerta y salir por la otra. Recuerdo que, en mitad del baile, me paré a escuchar la música. Normalmente, a la música le pasaba lo que a nosotros en el baile, que nos entraba por un oído y nos salía por otro, pero aquel día le dije a Alfredo:
-Chacho, ¿te has fijao lo bien que tocan estos músicos?
-En pocos años, los veo líderes en descargas de la red, predijo Alfredo con un olfato musical fuera de lo común.
- ¿Y si los contratamos?. Propuse yo.
- ¿Pa qué?
- ¡Coño, pa la fiesta de quintos! Los contratamos pa’l mes de agosto y hacemos una fiesta como un templario de grande.
Tirando por la pernera del pantalón del del saxo, le llamamos la atención y quedamos en negociar con ellos en el primer descanso que tuvieran. En la primera toma de contacto, ya casi teníamos firmado un contrato por noventa mil pesetas, para que nos amenizaran los dos días de fiesta, con dos sesiones de baile cada uno. Por otra parte, César andaba negociando, creo que con el batería, al que le sacó el mismo número de bailes, pero por setenta mil pesetas. No podíamos dejar pasar semejante regalo, así que, con treinta y siete pesetas en el bolso, firmamos un contrato de setenta mil. Ya se vería de dónde las sacábamos, aunque por supuesto, la idea era no cobrar el baile dada la imposibilidad de cerrar la plaza, así que había que sacar dinero de donde fuera para financiar aquella inversión.
Al día siguiente, empapelamos el bar La Pacheca, que entonces era el único que había abierto, de carteles anunciando la fiesta de los quintos de Malva, para el primer fin de semana de agosto. Y estábamos en febrero...
Hubo que ponerse manos a la obra para organizar aquello, y lo primero fue pasar razón al resto de los quintos de lo que estaba firmado, para saber quienes íbamos a ser los participantes de la “fiesta”. Higinio, Benja, Paco, Alfredo, Javi el de Don Carlos y yo, estábamos seguro. Que me perdonen las quintas, pero no recuerdo bien cual fue su aportación, aunque me suena que hubo algún problema, creo que debido a que, a pesar de que Josefina era quinta, Gumer solo se ofreció a pagar la limonada. No me hagáis mucho caso porque tengo muy mala memoria, pero creo que por ahí iban los tiros y repito mis disculpas con las quintas.
Como hacía varios años que, en Malva, no se corrían las cintas, se nos ocurrió que sería buena idea intentar revivir esa tradición, aunque de caballos y caballerías no nos sonaban más que la sota y las veinte de cada palo de la baraja. Palenque había, cajón también. Con unos carretes de bobinas de hilo de coser y las correspondientes cintas, estaba hecho. En el Heraldo de Zamora vendían unas cintas de primera, así que, una tarde nos acercamos Alfredo y yo a comprarlas.
Como en todos los trabajos se fuma, había que dar una vueltica, pequeña, por las bodegas de El Perdigón, antes de ir a hacer la compra. No debía ser hora ni de vinos, ni de meriendas, porque estaban todas las bodegas cerradas, lo que pasa es que, una vez allí, había que tomar un vino como fuera. Tuvimos que llamar en casa de la dueña de la bodega de la plaza. Así que, una vez en la bodega, a Alfredo y a mí, nos parecía un desaire, no tomar más que un vino y marcharnos sin más, después de hacerle abrir sólo para nosotros. Tanto quisimos cumplir con la dueña que cuando nos dimos cuenta estábamos subiendo a gatas por las escaleras p’arriba. No sé si por el vino o por un repentino ataque nacionalista zamorano, pero el caso es que cambiamos la cinta maestra, con la bandera de España, por la de Zamora, cinta que tuvo el honor de sacar, Benja.
Cuanto más se acercaba el día de correr las cintas, más se oía castañetear la dentadura de los caballos por verse en manos de caballeros tan inexpertos. A este respecto, Benja ya incluyó en el foro, la anécdota que le sucedió cuando fue a Bustillo a buscar la yegua que le prestaban. Le acompañaron sus hermanos y, cuando le dieron el ramal de la bestia, preguntó: “Y ahora, ¿cómo la llevamos?”. También Paco recordó que la yegua que se volvía, de contino, en dirección a su potro, guardado en la cochera de Manuel, era la suya y no la de Higinio, como yo creía. En cuanto a la que me dejaron a mí, recuerdo que, a pesar de las lecciones de mi padre, yo no conseguía hacerla parar si no era contra la panera de Nicolás y eso, si a la yegua le daba la gana.
El día de la víspera, habíamos quedado en negociar con un tal Ángel, apodado el Listo, de Monforra (Monfarracinos, en google earth) el dinero que nos daría por atender el bar que habíamos instalado en las escuelas para sacar fondos para pagar el baile. Le habíamos comprado a Matías Rosete Pardo, el de las gaseosas “La Revoltosa” de Toro, todo el género necesario para abastecer de cubatas a Malva, Bustillo, Fuentes y más de medio Matilla y nos disponíamos a montar el mostrador al tiempo que porfiábamos, todo lo que podíamos con El Listo. Tras más de tres o cuatro horas de negociación, no tuvimos más remedio que mandarlo a tomar por culo de allí, que ya nos haríamos nosotros cargo de despachar el género. Higinio y Javi el de Don Carlos hicieron un trabajo fuera de lo normal porque al resto, nos entraban las ganas de mear en cada descanso del baile, cuando más clientes llegaban, y no volvíamos hasta que se reanudaba el baile.
Conseguimos dar dos días de fiesta a todo el pueblo, contando con la colaboración de todos, claro está, que nos consumían lo que fuera, aunque nosotros les consumiéramos a ellos la paciencia. El lunes de resaca, hicimos caja, guardamos todo el género que nos sobró y lo apilamos en espera de que viniera el camión para devolver lo que no habíamos consumido. En esto que alguien le dio al play de un radiocasette que teníamos en el bar y empezó a sonar una cinta de “Manzanita”. Abrimos una cervecita para celebrar que habíamos terminado de recoger y no sé quien se acordó de que, en algún regato, estaban las latas de conservas obtenidas en una de las travesuras del verano.
-... y si vamos a buscarlas, las abrimos y merendamos aquí, tan ricamente.
- ¡Lo que dices! ¡a por ellas!
Subimos el volumen de la música y empezó a venir gente, pensando que seguía la fiesta. ¡Barra libre! Con la caja cerrada, las bebidas colocadas para devolverlas, las latas, la música, ¡pon un medio!, ¡a mi otro!,... Total: 2000 pesetas cada quinto.

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Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
Que buenas anécdotas. Yo me acuerdo de vuestra quintada un monton, era la primera fiesta de quintos que yo vivía. También recuerdo que en los juegos infantiles (creo que en la carrera de sacoss) yo fuí la ganadora y se me prometió una copa, copa que le estuve pidiendo a benja y a tí (creo que por vecindad) hasta que de aburrimiento un día tú me la llevaste o yo la fuí a buscar a tu casa, había pasado casi un año pero la conseguí y la he conservado hasta hace un par de años